MEDITACIÓN EUCARISTICA: SUBLIME IMPROVISACIÓN
Después se sienta y lentamente pone las muletas
sobre el suelo, abre los broches de las abrazaderas en sus piernas, recoge un
pie y extiende el otro hacia adelante. Después se inclina y recoge el violín,
lo pone bajo su barbilla, hace señas al Director y procede a tocar.
Hasta ahora, la audiencia ya estaba acostumbrada a
este ritual. Permanecían respetuosamente en silencio hasta que él estuviera
listo para tocar; pero esta vez, algo ocurrió. Justo cuando él terminaba de
tocar sus primeras notas, una cuerda de su violín se rompió. Se pudo escuchar
el ruido en toda la sala. Salió disparada como una bala. No había duda de lo
que ese sonido significaba. No había duda de lo que él tendría que hacer.
Los que estaban ahí esa noche tal vez pensaron:
"Ahora, él va a tener que ponerse de pie, abrocharse las abrazaderas,
recoger las muletas, y salirse del escenario para encontrar otro violín u otra
cuerda."
Pero no fue así. En su lugar, el esperó un momento,
cerró sus ojos y después hizo señas al Director para empezar a tocar. La
orquesta empezó y él tocó desde donde había parado. El tocó con tanta pasión,
con tanto poder y con una claridad que nunca antes nadie lo había escuchado.
Todos saben que es imposible tocar una obra sinfónica
con sólo tres cuerdas, pero esa noche Itzhak Perlman rehusó a saberlo. Uno
podía observar como modulaba, cambiaba y recomponía esa pieza en su cabeza.
Sonaba como si él estuviera redescubriendo la mejor combinación de sólo tres
cuerdas, dando la impresión de que no faltaba ninguna.
Cuando él terminó, se hizo un silencio impresionante
en el salón. Después, la gente se levantó y lo aclamó. Había una explosión de
aplausos desde cada rincón del auditorio. Todos estaban de pie, gritando y
aclamando, haciendo todo lo posible para mostrar cuánto apreciaban lo que él
había conseguido.
Él sonrió, se secó el sudor de sus cejas, alzó su
arco para callarnos, y después dijo, no presumidamente, pero en un tono tranquilo,
pensativo, y reverente: "¿Saben ustedes que algunas veces la tarea del
artista es la de averiguar cuanta música podemos producir con lo que nos queda?"
Señor Jesús,
en esta tarde delante de la custodia queremos ofrecerte no solo aquello que
somos sino aquello que nos queda. La frase que pronunció ese músico es una frase
tan poderosa. ¿Y quién sabe? Tal vez esa
sea la definición de la vida, no sólo para los artistas sino para todos
nosotros. Este hombre se ha preparado durante toda su vida para producir música
con un violín de cuatro cuerdas. Sin embargo, se encuentra un buen día de
repente, en medio de un concierto, con sólo tres cuerdas; y entonces produce
música con tres cuerdas, y la música que él produjo esa noche era más bonita y
más memorable que cualquier otra que él haya producido con cuatro cuerdas.
Quizá, tal vez,
esa sea nuestra tarea en este mundo inestable, cambiante, y perplejo en el que
vivimos y es la de producir música, primero con lo que tenemos, y después,
cuando esto ya no sea posible, producir música con lo que nos queda.
Somos retazos
y pedacitos de ese Dios amor que nos quiere y nos ama con locura y que dejó en
nuestros corazones signos de su presencia, de su ser. Él quiere que sigamos
tocando, que sigamos viviendo con lo que tenemos y cuando ya no tengamos nada
pues que vivamos con lo que nos queda y siempre nos quedará su amor gratuito,
personal, misericordioso y tierno.
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