2022 febrero
MEDITACIÓN EUCARISTICA:
El Silencio de Dios
De nuevo aquí
estamos delante de ti Jesús Sacramentado para aprender de tu vida, de tu acción
y de tu contemplación y silencio. Solo guardan silencio los que esperan todos
de Dios y no de ellos mismos. Muchas veces nos resulta imposible guardar
silencio y observar la vida tal como pasa. Queremos intervenir, actuar y a
veces sin conocer las causas somos capaces de juzgar y etiquetar todo lo que
pasa ante nuestros ojos. Sin embargo, tu nos invitas a contemplar, a observar,
a descubrir, a sentir tu presencia en todas las cosas y en todo lo que sucede.
Descubrir sobretodo como tú lo diriges todo, y sin darnos cuentas nos ayudas a
permanecer con sensatez en nuestro mundo y en nuestra sociedad.
EL SILENCIO DE DIOS: Cuenta una antigua Leyenda Noruega, acerca de un
hombre llamado Haakon, quien cuidaba una capilla. A ella, acudía la gente a
orar con mucha devoción. En esta capilla había una cruz muy antigua. Muchos
acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo
impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodillo ante la cruz y dijo:
- Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto.
Quiero reemplazarte en la cruz.
Y se quedó fijo con la mirada puesta en la Efigie,
como esperando la respuesta. El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras
cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras: Hijo mío, accedo a tu deseo,
pero ha de ser con una condición.
- ¿Cual, Señor? preguntó con acento suplicante
Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda,
Señor!
- Escucha: suceda lo que suceda y veas lo que veas,
has de guardarte en silencio siempre.
- Haakon contestó: Te lo prometo, Señor.
Y se efectuó el cambio. Nadie pudo apreciar el trueque.
Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor
ocupaba el puesto de Haakon. Y éste por largo tiempo cumplió el compromiso. A
nadie dijo nada.
Un día, llegó un rico, después de haber orado, dejo
allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un
pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni
tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para
pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje.
Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca
de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho que estaba orando se la
había apropiado.
El rico se volvió al joven y le dijo iracundo: ¡Dame
la bolsa que me has robado! El joven sorprendido, replicó: ¡No he robado
ninguna bolsa! ¡No mientas, devuélvemela enseguida! ¡Le repito que no he cogido
ninguna bolsa! afirmó el muchacho. El rico arremetió, furioso contra él.
Sonó entonces una voz fuerte: ¡Detente!
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le
hablaba. Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven,
increpó al rico por la falsa acusación.
El hombre quedó anonadado, perplejo, y salió de la
capilla corriendo. El joven salió también estupefacto por lo que había visto y
porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuando la capilla quedó a solas, Cristo se dirigió a
su siervo y le dijo:
- Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto.
No has sabido guardar silencio.
- Señor, - dijo Haakon - ¿Cómo iba a permitir esa
injusticia?
Se cambiaron los oficios. Jesús ocupó la Cruz de
nuevo y el ermitaño se quedó ante la Cruz. El Señor, siguió hablando:
- Tu no sabías que al rico le convenía perder la
bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer.
- El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese
dinero, pues su familia estaba pasando por una hambruna terrible e hizo bien en
llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le
hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace
unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías
nada. Yo sí. Por eso callo.
Y el Señor nuevamente guardó silencio.
Guardemos
silencio y unámonos a Jesús que está aquí en medio de nosotros para ayudarnos y
darnos su gracia y su bondad. Amén
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