sábado, 29 de noviembre de 2025
ACCIÓN DE GRACIAS
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Preparado para que, cuando Tú llames, yo te abra.
Despierto para que, cuando Tú te acerques, te deje entrar.
Alegre para que, cuando Tú te presentes, veas mi alegría.
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Que, el tiempo en el que vivo, no me impida ver el futuro.
Que, mis sueños humanos, no eclipsen los divinos.
Que, las cosas efímeras, no se antepongan sobre las
definitiva.
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Y que, cuando nazcas, yo pueda velarte.
Para que, cuando vengas, salga a recibirte.
Y que, cuando llores, yo te pueda arrullar.
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Para que, la violencia, de lugar a la paz.
Para que los enemigos se den la mano.
Para que la oscuridad sea vencida por la luz.
Para que el cielo se abra sobre la tierra.
QUIERO ESTAR EN VELA, SEÑOR
Porque el mundo necesita ánimo y levantar su cabeza.
Porque el mundo, sin Ti, está cada vez más frío.
Porque el mundo, sin Ti, es un caos sin esperanza.
Porque el mundo, sin Ti, vive y camina desorientado.
Prepara mi vida personal: que sea la tierra donde crezcas.
Trabaja mi corazón: que sea la cuna donde nazcas.
Ilumina mis caminos: para que pueda ir por ellos y
encontrarte.
Dame fuerza: para que pueda ofrecer al mundo lo que tú me das.
Entre otras cosas porque, tu Nacimiento, será la mejor
noticia de la Noche Santa que se hará madrugada de amor inmenso en Belén.
¡VEN, SEÑOR!
2025
CICLO A
TIEMPO
DE ADVIENTO I
El tiempo de Adviento es un canto a la
esperanza, no al pesimismo. En la Carta a los Romanos se nos dice que la
salvación está cerca. El libro de Isaías nos habla de un nuevo orden mundial en
el que «de las espadas forjarán arados, de las lanzas podaderas». A veces nos
cansamos de esperar, nos derriba la impaciencia. Jesús nos pide en este domingo
que estemos preparados, en vela. No se trata de destrucción, sino inauguración
de los tiempos nuevos, tiempos mesiánicos en el que reinará «la paz», el don de
todos los dones.
Esperanza es tener certeza de que Dios
tiene cuidado del mundo y lo ama. Se manifiesta en la paz que produce y en la
confianza de que el mundo entero y nuestra vida están en buenas manos, pues
Dios tiene un designio de bondad para cada hombre.
No es fácil, a veces, tener esperanza: Se
apagan las luces ante imágenes terribles como la guerra en Ucrania, en
Palestina, y otros países más. Y nos acostumbramos, lo peor es acostumbrarse. Tantas
veces nos sentimos impotente y nos desalentamos y nos sentimos incapaces e
inseguros.
Ante la velocidad y el vértigo de
nuestras vidas, sólo pensamos en el presente: el fin de semana, el partido del
domingo. Reina el pesimismo, la cobardía, la autosuficiencia, el escepticismo,
el vivir mirando sólo el presente, el quejarse de todo, el fatalismo, el
quererlo todo ya y no tener paciencia.
Pero es en este mundo donde tiene que
brillar la esperanza cristiana. Dice un proverbio: «Si uno sueña solo, es sólo
un sueño; si sueñas con otros es el amanecer de una nueva humanidad. Seamos
hombres y mujeres, esperanzados y esperanzadores. Jesucristo es el fundamento
de nuestra esperanza. Es la hora de recuperarla.
Tiempo de Adviento, tiempo para vivir
con atención, porque este mundo es una realidad germinal y lleva otro mundo en
su seno. El Adviento anuncia que Dios preside cada situación, que interviene en
la historia no con las hazañas de los poderosos, sino con el milagro humilde y
sensacional de la vida.
El Adviento no es esperar el nacimiento
de Jesús, él ya ha nacido, sino esperar que Dios nazca en mí, para que yo pueda
nacer en Dios. Deseo y espera del Dios que viene en silencio; ladrón que no
roba nada y lo da todo, siempre extranjero en un mundo y un corazón distraídos.
En tiempos de Noé, los hombres comían y
bebían, y no se dieron cuenta de nada, no se dieron cuenta de que aquel
mundo había llegado a su fin. No hacían nada malo. Los días de Noé son los
nuestros, cuando nos olvidamos de levantar la mirada, más allá y más arriba.
Preparémonos porque viene. Es un hecho:
viene. Preparémonos no para protegeros de un ladrón, sino para no perder la
cita con un Dios de corazón profundo. El Adviento es el momento de volver a
vivir con atención: atentos al Señor y a sus llamadas en lo más íntimo, en el
gemido y en el júbilo de la historia y de la creación. Atentos a sus huellas en
el polvo, al susurro en el viento, a quien llama a la puerta: yo soy el destino
de su viaje.
miércoles, 26 de noviembre de 2025
MEDITACIÓN EUCARÍSTICA
EL BESO DE DIOS
Jesús amigo, aquí estanos delante de ti para
sosegar nuestra alma y nuestro corazón. A veces la vida nos sacude y nos
incomoda y no sabemos encajar bien los golpes y por eso nos rebelamos y nos
desesperamos. Necesitamos de tu presencia, de tu mirada cariñosa y compasiva
para sentirnos amados y queridos por ti y por nuestro Padre Dios.
Con este amor en nuestro corazón seguramente
viviríamos nuestra existencia con sabiduría y entrega constante, sin quejarnos
nunca de los planes de Dios sobre nosotros, que tantas veces nos sabemos
interpretar. Ayúdanos tú y nunca nos dejes de tu mano. Sabemos que no lo haces,
pero haznos sentirlo con fuerza. Escuchemos esta bonita historia.
El beso de Dios: Cuentan que un niño
judío llamado Mortakai se resistía a ir a la escuela. Cuando cumplió seis años,
su madre lo llevó al colegio, pero él lloraba y protestaba por el camino e,
inmediatamente después que su madre se marchó, el niño terco regresó corriendo
a su casa. Ella lo volvió a llevar a la escuela. Esta escena se repitió varios
días. El niño se resistía a quedarse en la escuela. Sus padres trataron de
convencerle con razones, arguyendo que él, como todos los niños, tenía que ir a
la escuela.
En vano. Sus padres intentaron entonces el viejo
truco de aplicarle una adecuada combinación de sobornos y amenazas. Tampoco
esto fue efectivo.
Finalmente, desesperados, sus padres fueron a
visitar a su rabino y le explicaron la situación. Por su parte, el rabino dijo
simplemente:
- Si el niño no atiende a las palabras,
traédmelo.
Los padres llevaron al niño a la oficina del
rabino. El rabino no dijo ni palabra. Sencillamente aupó al niño sobre su
regazo, y lo abrazó y apretó un rato largo contra su corazón. Después, todavía
sin decir palabra, lo bajó de su regazo.
Lo que las palabras no habían podido lograr, un
abrazo silencioso lo consiguió. Mortakai no sólo comenzó a ir a la escuela de
buena gana, sino que más adelante llegó a ser gran profesor y rabino.
Lo que esta parábola expresa maravillosamente es
cómo funciona la Eucaristía. En ella, Dios nos abraza físicamente.
Efectivamente, eso es lo que son los sacramentos, abrazos físicos de Dios. Las
palabras, como sabemos, tienen un poder relativo. En ocasiones críticas, con
frecuencia nos fallan las palabras. Cuando pasa esto, tenemos todavía otro
lenguaje, el lenguaje de los ritos. El ritual más antiguo y más primordial de
todos es el ritual del abrazo físico. Puede expresar y lograr lo que no pueden
las palabras.
Jesús actuó en esa línea. En la mayor parte de su
ministerio, usó palabras. Por medio de palabras intentó traernos el consuelo,
el reto y la fuerza de Dios. Sus palabras, como toda palabra, tenían un cierto
poder. Efectivamente, sus palabras movían corazones, curaban a la gente y realizaban
conversiones. Pero, al mismo tiempo, por más poderosas que fueran, las palabras
se volvieron también insuficientes. Se necesitaba algo más. Así pues, en la
noche previa a su muerte, habiendo agotado lo que podía expresar y hacer con
palabras, Jesús fue más lejos, y las superó. Nos dio la Eucaristía, su abrazo
físico, su beso, un ritual por el que nos abraza y nos guarda en su corazón. La
Eucaristía es el beso de Dios.
Chesterton escribió una vez: “Llega un momento,
normalmente al atardecer, cuando el niño se cansa de jugar a policías y
ladrones. Es entonces cuando comienza a molestar y a meterse con el gato”. Las
madres con niños pequeños conocen demasiado bien esa hora del atardecer y su
dinámica particular. Llega un momento, normalmente justo antes de la cena,
cuando la energía del niño es baja, cuando se siente cansado y gimotea y cuando
la madre ha agotado su paciencia y su repertorio de avisos: “¡Deja eso quieto!
¡No hagas eso!” El niño, tenso y abatido, se abraza a la pierna de su madre. En
ese momento la madre sabe lo que hacer. Coge y coloca al niño en su regazo.
Contacto físico, no palabra, es lo que se necesita. En los brazos de su madre,
el niño se va calmando y la tensión desaparece de su cuerpo por completo.
Esa es una buena imagen o símbolo aplicable a la
Eucaristía. Nosotros somos ese niño tenso, nervioso perdido, siempre
atormentando al gato. Llega un momento, también con Dios, cuando las palabras
no son suficientes. Dios nos tiene que aupar, tomar en sus brazos, como hace la
madre con su hijo. Lo que se necesita es un abrazo físico. La piel necesita que
la toquen. Dios sabe eso. Por eso Jesús nos dio la Eucaristía. Amén.
domingo, 23 de noviembre de 2025
2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXIV
SOLEMNIDAD DE CRISTO REY DEL UNIVERSO
Queridos hermanos esta festividad
de Jesucristo rey del universo cierra este ciclo litúrgico y nos preparamos
para iniciar un nuevo año con el tiempo del Adviento.
Comenzó su predicación
en Galilea anunciando que el Reino de Dios estaba cerca, que ha llegado a
nosotros, que está dentro de nosotros. El Reino fue el eje de su
predicación. Jesús no se anuncia a sí
mismo, sino al Reino de Dios.
Jesús vino para
anunciar el Reino de Dios, con palabras y con signos. El Reino es un don, una
gracia de Dios, pero no una gracia barata; es también para nosotros una
responsabilidad. Porque el Reino, que no es de este mundo, tiene que ver con
este mundo: Jesús presenta actitudes y valores que transforman a las personas y
sus relaciones, y que suponen una crítica de las instituciones.
El Reino es un conjunto
de actitudes que cambian los corazones, despojándonos de las obras del hombre
viejo y revistiéndonos del hombre nuevo, de entrañas de misericordia, de bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia, apoyo mutuo, capacidad de recibir y otorgar
el perdón, y sobre todo, revistiéndonos del amor, que es el vínculo de la
perfección.
Nuestro trabajo por el
Reino será un trabajo paciente, como el lento crecer de la semilla hasta
convertirse en árbol frondoso, aunque sin perder la fe y la esperanza en la
bondad del trigo al que no ahoga la cizaña.
Jesús no es rey al
estilo del mundo, sino que su trono es la cruz y su corona no es de oro sino de
espinas. Él es el autor y el servidor de la vida. Que cambia la lógica de la
historia mediante la revolución de la ternura, la última palabra sobre el
sentido de nuestra existencia y, al mismo tiempo, sobre el corazón de Dios. Jesús
nos dice con sus palabras y con sus gestos que Dios está involucrado, está
aquí, tiene sus manos enredadas para siempre en la espesura de cada vida.
Desde una cierta
distancia, las «autoridades» religiosas y el «pueblo» se burlan de Jesús
haciendo «muecas». Hasta tres veces repite Lucas la burla: «Sálvate a ti
mismo». ¿Qué «Mesías» puede ser este si no tiene poder para salvarse? ¿Qué
clase de «Rey» puede ser?
De pronto, en medio de
tanta burla, una invocación: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino». El otro delincuente, reconoce la inocencia de Jesús, confiesa su culpa
y, lleno de confianza en el perdón de Dios, solo pide a Jesús que se acuerde
él. Jesús le responde de inmediato: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». Ahora
están los dos agonizando, unidos en el desamparo y la impotencia. Pero hoy
mismo estarán los dos juntos disfrutando de la vida del Padre. El verdadero
poder, el que cambia el mundo, es la capacidad de amar así, con amor desarmado,
hasta el final, hasta el extremo, hasta el final.
Que venga tu Reino,
Señor, y que sea intenso como la vida misma.
sábado, 22 de noviembre de 2025
ACCIÓN DE GRACIAS
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Cuando anuncie, más allá de trompetas
triunfales,
con mi propia vida y hasta con sangre,
que tu reino es justicia, paz y
libertad.
Cuando, además de contemplar tu belleza,
descubra la radicalidad de tu mensaje,
la dulzura y, a la vez, la exigencia de
tus palabras.
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Huyendo de la grandeza y del poder
abrazando, con humildad y obediencia,
el peso de la cruz que surja por
delante.
Sí, Señor, reinaré contigo sabiendo que,
soy y no soy del mundo,
que, no siempre seré comprendido,
como Tú, Señor, tampoco lo fuiste
desde el primer día de tu nacimiento.
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Sin más bandera, que el evangelio en la
mano.
Sin más fortaleza, que el alma bien
dispuesta.
Sin más armas, que el amor que dinamita
el odio.
Sin más corona, que el servicio
cumplido.
REINARÉ, CONTIGO, SEÑOR
Anunciando tu misericordia y tu lealtad;
tu presencia y tu comunión con el Padre,
tu fidelidad y tu reinado de vida y
verdad.
Amén.
miércoles, 19 de noviembre de 2025
2025 ADORACIÓN EUCARÍSTICA:
LOS JARRONES
Jesús sacramentado, de nuevo nos presentamos ante ti para pasar unos momentos de adoración, contemplación y reflexión. Como siempre queremos aprender de ti tu vida de servicio, de entrega y sacrificio por todos nosotros.
Servirte a ti es más que realizar grandes obras; es ofrecerte nuestro corazón en lo pequeño y en lo cotidiano, en la paciencia, en el perdón, en la ayuda al prójimo y en la obediencia a ti Palabra.
Si cada día procuramos hacer lo mejor, con nuestras acciones, palabras y pensamientos, entonces podremos legar al final de nuestra vida con paz, sabiendo que, aunque fuimos imperfectos, nuestra intención fue amar y servir al Señor con todo lo que teníamos y con todo lo que éramos capaces.
Así, la muerte no será derrota, sino coronación del servicio fiel.
LOS JARRONES: Hace muchísimos años, un noble le regaló al emperador de Japón 20 hermosísimos jarrones de la más fina y delicada porcelana, para cada uno de los cuales se necesitaron más de 10 años construirlo, por los más diestros y delicados orfebres de todo el país.
Tal era su belleza, tonos, labrados y delicadeza, que el emperador ordenó la construcción de un magnífico pabellón, donde estuvieran los jarrones a su vista, rodeados de un hermoso parque con fuentes, árboles y jardines.
Para su cuidado, escogió al más fiel de sus nobles, al más cercano y de su mayor confianza, pidiéndole que conservara estos jarrones en todo su esplendor, y diciéndole que respondía con su vida por lo que a uno de ellos le pasara.
Durante varios años el mismo noble limpiaba, pulía y cuidaba de los jarrones, pero un día golpeó accidentalmente uno de ellos y se rompió. Al entrarse el Emperador, cono lágrimas hizo que el noble fuera sentenciado a muerte.
Inmediatamente buscó al noble más cercano a él, el de más confianza y más alegato para que reemplazara al anterior, y así, nombró a quien mayores calidades tenía en todo el país, y le hizo jurar que con su vida respondería por el mínimo daño que sufrieran los 19 jarrones restantes.
Mucho tiempo cuidó de los jarrones, hasta que, nuevamente, uno de ellos se agrietó. Al verlo, el noble se suicidó por la deshonra que su familia sufriría, y por su traición a los intereses del emperador.
Buscó al emperador un nuevo custodio para su tesoro, y encontró a su mejor amigo, al más valiente y leal soldado del reino, y le encargó el cuidado del tesoro, con las mismas condiciones y juramento de los anteriores. El noble aceptó, y tomando un arma, destruyó los 18 jarrones restantes.
El emperador, sorprendido y furioso, exclamó que merecía la muerte más cruel e infame por lo que había hecho, pero el amigo le dijo:
-
Por estos jarrones han muerto dos de los más valiosos y útiles colaboradores
del Imperio; de esta forma queda más desamparado y solo el emperador y su
pueblo. Con esto, yo moriré, pero le he salvado la vida a los 17 más valiosos
súbditos del Imperio. Moriré sabiendo que hice lo mejor que podía hacer por su
majestad.
El
gesto del noble puede parecer, a primera vista, un acto de rebeldía o incluso
de destrucción irracional. Sin embargo, en su raíz hay una entrega voluntaria y
sacrificial inspirada en el amor al prójimo y en el deseo de evitar un mal
mayor. Su motivación no es el odio ni el orgullo, sino proteger la vida de
otros. Esto recuerda tus palabras: Nadie tiene amor más grande que el que da
la vida por sus amigos (Jn 15,13).
El
emperador valora los jarrones, símbolos de riqueza, belleza y poder, más que
las vidas humanas. El noble rompe esos objetos para demostrar que ningún bien
material vale más que una vida.
El
noble enseña al emperador, con su propia muerte, que los bienes materiales
pueden ser ídolos que ciegan el corazón, y que sólo el amor y la misericordia
dan sentido a la existencia.
En
la lógica del mundo, pierde todo; en la lógica del Evangelio, gana el sentido
último del amor y de la salvación. Así como Cristo, su aparente derrota es en
realidad su victoria. El amor sacrificial transforma el mal en bien, aunque no
sea comprendido de inmediato. Su gesto, leído desde la fe cristiana, es una
imagen del Cristo que muere para salvar, del amor que vence al egoísmo, y de la
sabiduría que brilla incluso en medio de la incomprensión y la aparente locura.
Amén
sábado, 15 de noviembre de 2025
ACCIÓN DE GRACIAS
Señor Jesús, roca firme y esperanza de
los humildes, Tú conoces el clamor de los pobres y escuchas su oración.
Ellos confían en Ti, incluso cuando todo
parece perdido, y nos enseñan que solo quien se apoya en tu amor encuentra
fuerza para seguir caminando.
Tú, Señor, eres nuestra esperanza.
Cuando las riquezas engañan y los
poderes del mundo se imponen, Tú permaneces fiel.
Haz que tu Iglesia no olvide nunca que
los pobres son tus preferidos, no como objeto de compasión, sino como maestros
de fe y de esperanza.
Despierta en nosotros la valentía de
servir, la alegría de compartir, y el compromiso de transformar las estructuras
que generan pobreza e injusticia.
Enséñanos que ayudar al pobre no es sólo
un acto de caridad, sino un deber de justicia y una respuesta a tu Evangelio.
Señor, haz que nuestras comunidades sean
hogar para todos, donde los descartados encuentren dignidad y los
desesperanzados descubran tu rostro de ternura.
Que aprendamos a ver en cada pobre un
hermano que nos conduce a Ti.
María, Madre de los pobres y consuelo de
los que sufren, acógenos bajo tu manto y enséñanos a confiar, como tú, en la
promesa del Señor.
Que con tu intercesión podamos repetir
cada día:
«Tú, Señor, eres mi esperanza; no
quedaré nunca defraudado».
Amen.
2025
CICLO C TIEMPO ORDINARIO XXXIII
Las tres lecturas de este domingo nos
lanzan un grito de confianza y valentía. Y es que el fin del año litúrgico y su
lenguaje apocalíptico son toda una invitación para que mantengamos aún más
nuestra capacidad de escuchar el actuar de Dios en nuestros días.
Las palabras de Jesús han de ser leídas
desde la óptica de una paciencia activa, es decir, desde un actuar esperanzado
que es la actitud que deben tener quienes creen en un Dios paciente y fuerte
que alienta y conduce la historia.
¿Dónde está la buena noticia en este
Evangelio apocalíptico y extremo, lleno de catástrofes? Nos encontramos ante el
relato de lo que ha sucedido en todas las épocas y que hoy se repite: guerras
por todas partes, violencia, arrogancia, aire, agua y tierra envenenados.
Estamos en la empinada cresta de la
historia, en equilibrio, buscando una pista: por un lado, el lado oscuro de la
violencia; por otro, la ternura que salva, una tierra de paz donde «ni un
cabello» se perderá.
Comprendemos que el Evangelio no habla
del fin del mundo: cuando oigáis hablar de guerras, no os asustéis, no es
el fin; seréis traicionados y asesinados, pero ni un solo cabello
vuestro se perderá; habrá señales en el sol, en la luna, en las
estrellas: pero levantad la cabeza, se acerca vuestra liberación.
A cada descripción del dolor le sigue un
punto de ruptura, y todo cambia. Y esto sucede cada vez que cuido el pedacito
de mi tierra. Nada es insignificante para quien ama. Salvar significa
conservar. Y nosotros sabemos que, por la Resurrección de Cristo, no se pierde
ningún fragmento del hombre; ningún acto de amor, ningún esfuerzo generoso.
Hay que utilizar la estrategia del
agricultor. Responder al granizo plantando nuevos viñedos, y por cada cosecha
perdida hoy, preparar otra para mañana. Sembrar y esperar, velando por la vida
que nace. Y perseverar, llevando hasta el final una idea, una intuición, un
servicio, y desembocando así en la verdad de la vida: cada acto humano total te
acerca al absoluto de Dios. Pero vosotros, levantaos. Ese pero,
es como una resistencia, una oposición a todo lo que parece vencer. El
Evangelio ve a los discípulos de pie, con la cabeza alta, los ojos al cielo,
libres y profundos.
Llegarán días en los que no quedará
piedra sobre piedra. No hay nada terrenal que sea eterno. Pero el hombre sí, es
eterno.
Pero cuando venga el Señor, ¿encontrará
todavía fe en la tierra? Yo creo que sí. No dice: ¿encontrará todavía
parroquias, unidades pastorales, diócesis?, sino fe. Encontrará a aquellos que
creen que el amor y la belleza son más fuertes que la maldad, que la justicia
es más sana que el poder. Aquellos que creen que, a pesar de todas las
negativas, esta historia no terminará en el caos o en la nada, sino en un
abrazo de Dios.
miércoles, 12 de noviembre de 2025
2025 Meditación eucarística
El zorro y el esquirol
Señor Jesús que estás en el altar queremos compartir contigo estos momentos de nuestro tiempo y de nuestra vida. Queremos empaparnos de tu vida generosa, repartida y compartida con cada uno de nosotros. La generosidad no siempre nace de la abundancia, sino del reconocimiento de que lo que tenemos cobra sentido solo cuando se comparte. En un mundo donde muchos acumulan miedo a la escasez, queremos comprender que cada talento y don guardados se marchen, mientras que cada don compartido puede convertirse en vida abundante y generosa.
Repartir no perderse; es confiar en que la vida se multiplica cuando dejemos que circule. La generosidad no empobrece, ensancha. Nos recorda que el valor de lo que poseemos no está en tenerlo, sino en lo que somos capaces de sembrar con ello.
El zorro y el ardilla: En un bosque donde el aire olía a corteza húmeda y las ramas crujían con historias viejas, corrían rumores de un tesoro oculto bajo el espesor, un enigma que el otoño parecía guardar para sí. Allí vivía un zorro inquieto y astuto llamado Fernando, de pelaje rojizo y mirada alerta, como si entendiera los gestos del viento.
Una tarde, al internarse por un sendero poco transitado, Fernando se topó con un esquiro de ojos vivos llamado Marisol. Su pelaje, de un marrón que absorbía la luz, vibraba como cada salto. Era rápida, observadora y poseía una memoria precisa para recordar a cada escondite.
- ¿Qué te trae por estos parajes, Fernando? preguntó desde una rama, sin perderle de vista.
- Cuentan que bajo las hojas doradas se amaga algo que merece ser hallado.
Marisol se quedó pensativa, pero la idea le picó la curiosidad: He oído estas historias, aunque siempre pensé que eran cuentos de invierno.
- Podemos averiguarlo —propongo Fernando. Y así, sin pensarlo demasiado, se pusieron en marcha.
Andaron siguiendo rastros de viento y ecos de pasos antiguos. Entre zarzas y claros apenas abiertos, las hojas caían lentes, formando un tapiz que crujía bajo sus patas. El sol de otoño se filtraba entre ramas retorcidas, teniendo el aire de cubre y sombra. Esa noche acamparon junto a un árbol gigantesco, de razas abiertas como didos que buscan la tierra.
Al día siguiente el viaje continuó con pruebas, cada obstáculo les acercaba más al tesoro, y también uno al otro. La confianza creció sin ceremonias, como la maleza al borde del camino. Al caer la tarde, alcanzaron un claro cubierto de hojas secas. En el centro, medio enterrado en la tierra, descansaba un cofre viejo.
Fernando y Marisol se acercaron sin palabras, levantaron la tapa con cuidado. Dentro, las semillas apenas brillaban, como si respiraran. Había de todo: flores, hierbas, árboles. Vida dormida esperando manos que la despertan. Al amanecer empezaron a sembrar. Junto a los arroyos, al pie de los troncos viejos, entre las claras que el sol acariciaba. Cada semilla era una promesa sin palabras. Con los días, el bosque empezó a transformarse. Brotas nuevas asomaban, el aire cambiaba de olor, los animales observaban sin miedo.
Una tarde, una lechuza vieja bajó de su rama. He dado con lo que todos buscan. El bosque hablaba por los dos. Desde entonces, ese lugar siguió creciendo. Cada árbol galardó un recuerdo suyo; cada flor, un gesto compartido. Con los años, los animales contaban su historia sin adornos: dos amigos que plantaron más que semillas.
Señor Jesús cuantas veces tú providencia nos pone frente a un cofre lleno de semillas: oportunidades, talentos, recursos, amores. La reacción más común es guardarlas para uno mismo, temiendo que se acaben. Pero el zorro y el ardilla entendieron algo esencial: las semillas solo tienen sentido cuando se comparten.
Cada vez que sembramos generosidad, comprensión o apoyo en los demás, el bosque, la comunidad, la familia, las amistades, el mundo, florecen algo más. El egoísmo sólo produce desierto y sequedad, pero la entrega multiplica. El verdadero tesoro no estaba en el cofre, sino en el gesto de repartir. Amén
sábado, 8 de noviembre de 2025
ACCIÓN DE GRACIAS
Somos templos vivos de Dios.
Y precisamente por ello, necesitamos
“construirnos” día a día.
Mejorarnos y renovarnos.
Cada iglesia, en cientos lugares del
mundo, se convierte en un estandarte que pregona la presencia de un grupo que espera,
intenta vivir y seguir las enseñanzas de Jesús Maestro.
Sólo podremos edificar un mundo mejor, si
nos edificamos, primero, a nosotros mismos.
Dejemos que brille la naturalidad que
Dios nos ha dado.
Los extremos son malos.
La belleza del templo católico es,
precisamente, la comunidad que celebra y se congrega dentro de él.
La mayor inversión que podemos hacer es,
vivir lo que escuchamos dentro de cada iglesia.
Lo contrario sería un maquillaje con
sonidos de campanas, altas torres y bonitas fachadas pero con poco cimiento y
fundamento.
El Señor nos invita cada día a ofrecer y
levantar un espacio de nuestro corazón y de nuestra vida a Dios.
Y, eso, no es maquillaje es
–simplemente- hacer de nosotros mismos un templo vivo, eficaz y real para Dios.
Amén.
2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO
XXXII
DEDICACIÓN
DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRÁN
Dedicación de la catedral de Roma, San
Juan de Letrán, raíz de comunión de un extremo al otro de la tierra. Por lo
tanto, no celebramos un templo de piedras, sino la casa de un Dios que ha
elegido como morada al hombre y la tierra su cielo.
El Evangelio nos propone encontramos al
Jesús que no esperábamos, con un látigo en la mano. Nos presenta al maestro
apasionado, que utiliza gestos y palabras, para indicar el camino y que no se
resigna con las cosas mal hechas: lucha con nosotros para que florezca el
hombre y el mundo.
Probablemente, una hora después, los
mercaderes, recuperadas las palomas y las monedas, habían vuelto a ocupar sus
puestos. Pero el gesto de Jesús ha llegado hasta nosotros, profecía que sacude
a nuestras prácticas religiosas del riesgo de hacer mercado de la fe.
Jesús expulsa a los mercaderes porque la
fe se ha convertido en objeto de compraventa. Los astutos la utilizan para
ganar dinero, los piadosos para congraciarse con el Poderoso: yo te doy
oraciones, tú me das gracias; yo te doy sacrificios, tú me das la salvación.
Jesús expulsa del patio a los animales
destinados al sacrificio cruento, anticipando el cambio radical que traerá
consigo la cruz: Dios ya no nos pide sacrificios, sino que se sacrifica a sí
mismo por nosotros. No exige nada, lo da todo. Fuera los mercaderes, entonces.
La Iglesia se volverá bella y santa si realiza las acciones de Jesús en el
patio del templo: expulsemos la fe que se convierte en mercado y en compra
venta. Una Iglesia con delantal y no opulenta.
Jesús amó mucho el templo de Jerusalén,
lo admiró, se indignó, incluso lloró por su inminente destrucción. Lo llamó
«casa del Padre» y lo cuestionó: destruid este templo y yo lo resucitaré en
tres días. De nuestros magníficos templos no quedará piedra sobre piedra.
Hablaba del templo de su cuerpo. Nosotros seguiremos siendo la casa de Dios
para siempre: hay gracia y presencia de Dios en cada criatura. Es mejor que se
derrumben todas las iglesias y templos, antes que caiga un solo hombre. El
templo de Dios somos nosotros, es la carne del hombre. Todo lo demás es
decorativo. El templo santo de Dios es la persona, ante el cual «deberíamos
quitarnos las sandalias» como Moisés ante la zarza ardiente «porque es
tierra santa», morada de Dios.
Pasemos, pues, de la gracia de las
paredes a la gracia y la santidad de los rostros.
Jesús no se dirige a los guardianes de
los templos, sino a cada uno: la última casa del Padre eres tú. Una casa abarrotada
de ovejas y bueyes, de dineros y palomas, ya no deja traslucir a Dios.
Hay que volver a encaminarse, a volver a
ser transparencia y rendija de Dios. Que sigue y siempre sigue de viaje: el
misericordioso sin templo busca un templo, el Dios que no tiene casa la busca
precisamente en mí. Si lo acogemos, solo entonces todo el mundo será cielo,
cielo de un solo Dios.
Dia de la Iglesia diocesana, abramos los
horizontes de nuestra parroquia y ensanchemos el corazón.

































