2025 CICLO C TIEMPO ORDINARIO
XXXII
DEDICACIÓN
DE LA BASILICA DE SAN JUAN DE LETRÁN
Dedicación de la catedral de Roma, San
Juan de Letrán, raíz de comunión de un extremo al otro de la tierra. Por lo
tanto, no celebramos un templo de piedras, sino la casa de un Dios que ha
elegido como morada al hombre y la tierra su cielo.
El Evangelio nos propone encontramos al
Jesús que no esperábamos, con un látigo en la mano. Nos presenta al maestro
apasionado, que utiliza gestos y palabras, para indicar el camino y que no se
resigna con las cosas mal hechas: lucha con nosotros para que florezca el
hombre y el mundo.
Probablemente, una hora después, los
mercaderes, recuperadas las palomas y las monedas, habían vuelto a ocupar sus
puestos. Pero el gesto de Jesús ha llegado hasta nosotros, profecía que sacude
a nuestras prácticas religiosas del riesgo de hacer mercado de la fe.
Jesús expulsa a los mercaderes porque la
fe se ha convertido en objeto de compraventa. Los astutos la utilizan para
ganar dinero, los piadosos para congraciarse con el Poderoso: yo te doy
oraciones, tú me das gracias; yo te doy sacrificios, tú me das la salvación.
Jesús expulsa del patio a los animales
destinados al sacrificio cruento, anticipando el cambio radical que traerá
consigo la cruz: Dios ya no nos pide sacrificios, sino que se sacrifica a sí
mismo por nosotros. No exige nada, lo da todo. Fuera los mercaderes, entonces.
La Iglesia se volverá bella y santa si realiza las acciones de Jesús en el
patio del templo: expulsemos la fe que se convierte en mercado y en compra
venta. Una Iglesia con delantal y no opulenta.
Jesús amó mucho el templo de Jerusalén,
lo admiró, se indignó, incluso lloró por su inminente destrucción. Lo llamó
«casa del Padre» y lo cuestionó: destruid este templo y yo lo resucitaré en
tres días. De nuestros magníficos templos no quedará piedra sobre piedra.
Hablaba del templo de su cuerpo. Nosotros seguiremos siendo la casa de Dios
para siempre: hay gracia y presencia de Dios en cada criatura. Es mejor que se
derrumben todas las iglesias y templos, antes que caiga un solo hombre. El
templo de Dios somos nosotros, es la carne del hombre. Todo lo demás es
decorativo. El templo santo de Dios es la persona, ante el cual «deberíamos
quitarnos las sandalias» como Moisés ante la zarza ardiente «porque es
tierra santa», morada de Dios.
Pasemos, pues, de la gracia de las
paredes a la gracia y la santidad de los rostros.
Jesús no se dirige a los guardianes de
los templos, sino a cada uno: la última casa del Padre eres tú. Una casa abarrotada
de ovejas y bueyes, de dineros y palomas, ya no deja traslucir a Dios.
Hay que volver a encaminarse, a volver a
ser transparencia y rendija de Dios. Que sigue y siempre sigue de viaje: el
misericordioso sin templo busca un templo, el Dios que no tiene casa la busca
precisamente en mí. Si lo acogemos, solo entonces todo el mundo será cielo,
cielo de un solo Dios.
Dia de la Iglesia diocesana, abramos los
horizontes de nuestra parroquia y ensanchemos el corazón.

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