15 DE SEPTIEMBRE
FESTIVIDAD DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES
La presencia
de María la madre de Jesús en el calvario y de la muerte del hijo motiva la
celebración de esta fiesta. Para los siervos de María la celebramos como
nuestra patrona, la imagen inspiradora de vida.
Desde el punto
de vista humano y afectivo para una madre es cruel ver morir al fruto de sus
entrañas. Cruel para los dos. La presencia de la madre en el calvario era una
doble fuente de dulzura y dolor. Para Cristo tuvo que ser un consuelo sereno
sentirse acompañado por ella, pero también fuente de enorme dolor compartir el
sufrimiento de su madre.
María se
mantuvo alejada de la vida pública de Jesús, sin embargo, es asombroso ver esta
proximidad en la hora de la cruz. Evidentemente esta presencia tiene un sentido
más profundo que el de la pura compañía. Dios se vale de muchos motivos para
conducirnos hacia donde él espera que estemos.
Juan, el
discípulo amado, nos trasmite las últimas palabras que Jesús dice a su madre, unas
palabras dedicadas a la parte más íntima del corazón de madre, que se verá
misteriosamente ensanchado. “Ahí tienes a
tu madre, ahí tienes a tu hijo”.
Aquel pequeño
grupo al pie de la cruz, aquella Iglesia naciente, estaba allí por algo más que
por simples razones afectivas. Nos muestra a María unida a Jesús, no sólo a su
sufrimiento y dolor, sino también a su misión. Hasta entonces ese puesto y esa
misión habían permanecido como en la penumbra. Ahora en la cruz se aclararán
para la eternidad. Esta es la hora, este el momento en que María ocupa su papel
con pleno derecho en la obra redentora de Jesús. Y entra en la misión de su
hijo con el mismo oficio que tuviera en su origen: el de madre.
Ese es el gran
legado que Cristo concede desde la cruz a la humanidad. Esa es la gran tarea
que, a la hora de la gran verdad, se encomienda a María. Es como una segunda
anunciación. Y ella acepta. Aceptó, hace ya treinta años, cuando dijo aquel
“fiat”.
La imagen de
María al pie de la cruz nos muestra de una manera palpable la fidelidad de María:
Porque ser fiel es difícil, siempre. La fidelidad requiere capacidad creadora,
atención, detalle. Cuidar la fidelidad día a día es una tarea digna del ser
humano: La fidelidad perdona setenta veces siete; la fidelidad se alimenta con
la confianza; se enciende con el amor; se consolida con el diálogo, el
encuentro; se robustece con el olvido de sí para diluirse…
La fidelidad
nos hace vivir “centrados”. Vivir es moverse y constituirse en torno a un
centro. Se encuentra un centro cuando uno halla su vocación y se compromete con
ella. Desde ese centro se organiza la
vida, la ordena, le da consistencia.
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Virgen de los Dolores.
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Ruega por nosotros.
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