ADORACIÓN
AL PIE DE LA CRUZ
Ayer
celebramos la fiesta de María dolorosa, al pie de la cruz y el día anterior la
Exaltación de la santa Cruz. Hoy queremos, delante del santísimo, meditar sobre
el dolor y la cruz.
Estamos en un
mundo donde el dolor no es extraño para nadie. También el grito de cansancio y sufrimiento
de la humanidad no es extraño para Dios Padre, porque Jesús, el Hijo, está
presente en tantos de nuestros hermanos y hermanas que sufren como él.
Jesús es el gran Paciente del dolor humano y su
corazón abierto está siempre dispuesto a acogernos y darnos su
amor. Recemos en esta adoración, para que los que sufren encuentren
caminos de vida, dejándose tocar por el Corazón de Jesús.
Mateo 11, 28-30: “Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre
vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera”.
“Venid a mí”. Dirigiéndose a aquellos que están
cansados y oprimidos, se trata de aquellos que no pueden depender de sus
propios medios o de amistades importantes. Sólo pueden confiar en Dios,
conscientes de su condición humilde y pequeña, saben que dependen de la
misericordia del Señor. En la invitación de Jesús finalmente encuentran
una respuesta a su expectativa: al convertirse en sus discípulos reciben la
promesa de encontrar un refrigerio para toda la vida.
"Tomad mi yugo". La imagen del yugo
indica el estrecho vínculo que une al pueblo con Dios. Jesús coloca su yugo
sobre sus discípulos, quiere enseñarles que descubrirán la voluntad de Dios a
través de su persona: a través de Jesús, no a través de leyes frías y prescripciones
que Jesús mismo condena. Al recibir el "yugo de Jesús", cada
discípulo entra así en comunión con él y se hace partícipe del misterio de su
cruz y de su destino de salvación.
"Aprended de mí". Jesús ofrece a sus
discípulos un camino de conocimiento e imitación. Jesús no es un maestro
que impone severamente a los demás, cargas que no soporta. Se dirige hacia los
humildes, los pequeños, los pobres, los necesitados porque él mismo se hizo
pequeño y humilde.
En esta tarde queremos reconocer que también para
nosotros hay momentos de cansancio y decepción. Por eso recordemos estas
palabras del Señor, que tanto consuelo nos dan y nos hacen comprender si
ponemos nuestras fuerzas al servicio del bien. De hecho, a veces nuestro
cansancio se debe a haber puesto fe en cosas que no son lo esencial, porque nos
hemos alejado de lo que realmente vale la pena en la vida. El Señor nos
enseña a no tener miedo de seguirlo, porque la esperanza que depositamos en él
no se verá defraudada. Vivir en la misericordia para ser instrumentos de
la misericordia: vivir en la misericordia es sentir necesidad de la
misericordia de Jesús, y cuando nos sentimos necesitados del perdón, del
consuelo, aprendemos a ser misericordiosos con los demás. Mantener la
mirada fija en el Hijo de Dios nos hace comprender cuánto nos queda por
recorrer; pero al mismo tiempo nos da la alegría de saber que estamos
caminando con él y nunca estamos solos.
Aprende de mi corazón. Cristo se aprende aprendiendo
su corazón, es decir, el camino de amar. El corazón no es un maestro entre
otros, es "el" maestro de la vida. Así comienza el discipulado
del corazón, para nosotros, discípulos sabios y eruditos, que corremos el
riesgo de quedarnos analfabetos de corazón. Burócratas de las reglas y
analfabetos de corazón.
Dios no es un concepto, no es una regla ni una
disciplina, es el corazón dulce y fuerte de la vida. Y encontraremos un
refrigerio. El refrigerio de la existencia es un corazón manso, sin
violencia y sin engaños, una criatura en paz y sin presunción, que difunde una
sensación de frescura en el calor de la vida. Mi yugo es dulce y mi peso
ligero. ¿Cómo puede el yugo ser un ideal para el hombre moderno, celoso de
hasta la más mínima porción de libertad, para el hombre que en el último siglo
ha luchado precisamente por sacudirse todos los yugos? Pero amar a Dios
con todo el corazón es universal; Amar al prójimo como a uno mismo es amarlo
como Jesús lo ama, con el corazón manso y humilde del único que es Hijo y
hermano.
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