2021 AÑO B
TIEMPO DE CUARESMA III
En este tercer domingo de Cuaresma llegamos a su ecuador, las lecturas nos hacen un claro llamamiento a ir hacia dentro, a profundizar, a dejar de lado imágenes e ídolos y girar nuestras vidas hacia aquel que es el Señor, nuestro Dios.
En el Éxodo, Dios
entrega a Moisés los Mandamientos de la ley, es decir la expresión de la
voluntad de Dios para con su pueblo.
Acompañado de sus
discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de
Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un
espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los
peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios.
Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas
por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes. Jesús se llena de indignación. El narrador describe su
reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los
animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas,
grita: «No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».
Esta indignación de
Jesús quizá sea una invitación en medio de nuestra pandemia a seguir
despojándonos de lo superficial para avanzar en lo esencial de nuestras vidas. Las
mesas y las sillas volcadas muestran el vuelco total que trae Jesús.
Jesús dijo: “No convirtáis en un mercado la casa de mi
Padre”. Dios se ha convertido en objeto de venta. Dar y recibir, vender y
comprar son formas que ofenden al amor. El amor no se compra, no se pide, no se
impone, no se pretende. El amor solo se regala, se da gratuitamente. Dios no se
puede comprar y es de todos. No se compra ni siquiera al precio de la moneda
más pura. Dios es amor, quien quiera pagarle solo puede hacerlo con más amor.
Casa del Padre, su
tienda no es solo la construcción del templo: no comercialice la religión y la
fe, pero no comercialice al hombre, de la vida, de los pobres, de la madre
tierra. Cada cuerpo de hombre y mujer es un templo divino: frágil, bello e
infinito. Y si una vida vale poco, nada vale tanto como una vida. Porque con un
beso Dios le transmitió su aliento eterno.
Aquel Templo no es la
casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y
hermanas. Jesús no puede ver allí esa "familia de Dios" que quiere ir
formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca
su negocio.
Hemos de hacer de
nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la
«casa del Padre». Una casa acogedora y cálida, donde aprendemos a escuchar el
sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios. Una casa donde podemos invocar
a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos y buscamos vivir como hermanos.
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