La fábula del helecho y el bambú
Estamos en la recta final de este tiempo
de Cuaresma, tiempo apropiado para la conversión personal y comunitaria. Quizá
hayamos dado pequeños pasos, pero también puede quedarnos la sensación de que
no estamos dando los frutos necesarios o los frutos que esperábamos. Por eso
delante de ti Jesús sacramentado queremos pedirte que nos ayudes, que nos
conviertas, que nos cambies el corazón para poder vivir como hombre y mujeres
de hijos de la Pascua, de la Vida y de la Luz.
No confundamos la felicidad con el éxito
o los logros. Muchas veces queremos que nuestras acciones den resultado y lo
den ahora. Si eso no sucede, sentimos que estamos perdiendo el tiempo, e
intentamos algo nuevo. En ese constante ir y venir intentando conseguir
nuestras metas, terminamos doblemente angustiados: no alcanzamos los objetivos
y, lo que es peor, no vivimos felices.
Si nos pasa todo eso por la cabeza
recordemos esta fábula: El helecho y el
bambú:
Había
una vez un carpintero que parecía tener su vida resuelta. Tenía su taller, una
mujer a la que amaba y dos hijos. Sin embargo, un día comenzó a tener menos
pedidos, por lo que empezaron a haber problemas económicos en la casa. Un día,
a punto de tirar la toalla, decidió ir al bosque a ver a un viejo sabio.
Había
caminado una media hora por el bosque, cuando se encontró con el anciano. El
carpintero le relató sus desventuras, mientras el anciano lo escuchaba atenta y
serenamente. Cuando terminaron de tomar el té, el anciano invitó al carpintero
para que fuera a un esplendoroso solar que había en la parte trasera de la
casa. Allí estaban el helecho y el bambú, al lado de decenas de árboles. El
anciano le pidió que observara ambas plantas y le dijo que tenía que contarle una
historia.
“Hace
ocho años tomé unas semillas y planté el helecho y el bambú al mismo tiempo.
Quería que ambas plantas crecieran en mi jardín, porque las dos me resultan muy
reconfortantes. Puse todo mi empeño en cuidarlas a ambas como si fueran un tesoro”
“Poco
tiempo después noté que el helecho y el bambú respondían de manera diferente a
mis cuidados. El helecho comenzó a brotar y en apenas unos meses se convirtió
en una majestuosa planta que lo adornaba todo con su presencia. El bambú, en
cambio, seguía debajo de la tierra, sin dar muestras de vida.”
“Pasó
todo un año y el helecho seguía creciendo, pero el bambú no. Sin embargo, no me
di por vencido. Seguí cuidándolo con mayor esmero. Aun así, pasó otro año y mi
trabajo no daba frutos. El bambú se negaba a manifestarse”.
“Cuando
pasaron cinco años, por fin vi que un día salía de la tierra una tímida ramita.
Al día siguiente estaba mucho más grande. En pocos meses creció sin parar y se
convirtió en un portentoso bambú de más de 10 metros ¿Sabes por qué tardó tanto
tiempo en salir a la luz?”
El
carpintero no tenía idea de por qué el bambú había tardado tanto. Entonces, el
anciano le dijo.
“Tardó
cinco años porque durante todo ese tiempo la planta trabajaba en echar raíces.
Sabía que tenía que crecer muy alto y por eso no podía salir a la luz hasta que
no tuviera una base firme que le permitiera elevarse satisfactoriamente.
¿Comprendes?”
El
carpintero, entonces, comprendió que todas sus luchas estaban destinadas a
echar raíces. Y que el hecho de no ver los frutos de su trabajo en ese momento
no significaba que estuviera perdiendo el tiempo, sino que se estaba haciendo
más fuerte.
Antes
de dejarlo ir, el anciano le dio al carpintero un último mensaje: La felicidad
te mantiene dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen
humano. Las caídas te mantienen humilde.
Esta historia nos recuerda que no
importa cuánto tarde algo en dar sus frutos. Lo más importante en un momento
difícil no es buscar a toda costa ver resultados. En cambio, lo fundamental es
trabajar arduamente en las raíces. Pues sólo gracias a ellas podremos crecer y
convertirnos en la mejor versión de ti mismo. Jesús ayúdanos tú en esta etapa
final de la cuaresma y que sepamos echar fuertes raíces para crecer tan alto
como tu Padre nos diseñó. Amén