sábado, 26 de marzo de 2022


 2022 AÑO C 

TIEMPO DE CUARESMA IV

La parábola del hijo pródigo es una gran composición y demuestra una gran sabiduría. Nos habla de tres actitudes que se dan en cada uno de los seres humanos. Todos somos ese hijo menor que se deja llevar por su rebeldía. También ese hijo mayor que cumple normas, sin que éstas le cambien por dentro. Pero todos estamos llamados a ser ese Padre bueno que acoge, que sabe reconocer como hijo tanto al que viene vestido de harapos como al que permanece en casa, pero con el corazón helado: llamados a ser Padre bueno con nosotros mismos y con nuestros semejantes.

Primera foto: Un padre tenía dos hijos, esto provoca tensión: las historias de los hermanos nunca son fáciles, a menudo cuentan dramas de violencia y mentira, recuerdan a Caín y Abel, Ismael e Isaac, Jacob y Esaú, José y sus hermanos, y el dolor de los padres. Un día el hijo menor se va lejos de su padre, en busca de sí mismo, con parte de la herencia. El padre no se opone, lo deja ir, aunque tema que le hagan daño: ama la libertad de sus hijos, la celebra, la sufre. Un hombre justo.

Segunda foto: El joven inicia el camino de la libertad, fuera de la casa paterna, pero sus elecciones revelan desorientación (“despilfarró sus bienes viviendo disolutamente”). Una ilusión de felicidad: y sin darse cuenta el príncipe rebelde se ha convertido en sirviente. El hambre le hace volver en sí, la dignidad humana perdida, el recuerdo de su padre le hace pensar: “¡cuántos asalariados en la casa de mi padre, cuánto pan!”. Y decide volver, no como un hijo, sino como uno de los sirvientes: no busca un padre, busca un buen amo; no vuelve por culpa, sino por hambre; no vuelve por amor, sino porque muere. Pero a Dios no le importa los motivos, el primer paso le basta.

Tercera foto. El padre, eternamente abierto a la espera, “ve que aún estaba lejos”, y mientras el hijo camina, él corre. El padre no culpa, sino que abraza; para él, perder un hijo es una pérdida infinita. Le pone el vestido, el anillo de hijo, las sandalias, el banquete de alegría y fiesta.

Ultima escena. El hijo mayor está regresando del trabajo. El hombre oye la música, pero no sonríe: no tiene la fiesta en el corazón. Buen trabajador, obediente pero infeliz. No ama las cosas que hace, y no hace las cosas que ama: siempre te he obedecido y ni siquiera... cuerpo en casa, pero el corazón ausente, el corazón en otra parte. Y el padre, que busca hijos y no sirvientes, le ruega suavemente que entre: la vida está sobre la mesa. El final está abierto.

Este es nuestro Dios: un padre abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria. Jesús con una simple parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón del Abbá, y muestra el amor incondicional que siente por sus hijos.

La conversación con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia fría y abrazar los dictados del corazón. Llama la atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: “ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas” y el padre le contesta: “porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado”. La buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.

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