2025
MEDITACIÓN EUCARÍSTICA
La
Navidad, misterio de luz
Contigo Jesús en esta tarde queremos meditar
la enorme luz y claridad que presenta tu nacimiento en medio de nuestro mundo viejo
y cansado y con tantos momentos de oscuridad. En estas fechas el realismo el
profeta Isaías nos enseña que para poder evangelizar al mundo hay que erradicar
las tinieblas del pecado: “El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz
grande; creció la alegría y aumentó el gozo, porque un niño nos ha nacido, un
hijo se nos ha dado y es su nombre Príncipe de la paz” (Is 9,1-6).
LA
NAVIDAD MISTERIO DE LUZ
Para ello necesitamos a Cristo, luz que
ilumina a todo hombre, que viene a este mundo, pues en la Palabra está la Vida
y la vida es la luz de los hombres, aunque la Palabra vino a su casa y los
suyos no la recibieron, pero a cuantos la recibieron les da el poder de ser
hijos de Dios.
Imagínate las consecuencias de un apagón
de luz en una gran ciudad: todo se paraliza y el miedo y la muerte intentan
imponer su ley.
Contempla ahora la Hostia consagrada,
que es como un foco potente que te deslumbra, y ya por doquier sólo ves luz,
sólo ves a Cristo… Y oímos la voz de Pío XII a los misioneros de Alaska que,
ante la dificultad de mantener encendida la lamparilla del Sagrario, les dice que
ellos sean lámparas vivientes del Sagrario.
La Eucaristía es como la zarza que arde
sin consumirse como señal de una presencia especial de Dios entre los hombres;
es la luz que despide Jesús en su Transfiguración y Resurrección… y con razón
el cristiano eucarístico repite con Pedro: ¡Qué bien se está aquí! ¿Dónde vamos
a ir, si Tú tienes palabras de vida eterna?
Dios es mucho más potente que las estrellas, que las
farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y
confuso.
Una farola humilde, pequeña, luminosa. Las estrellas no
pueden competir con ella. ¿Por qué? Porque la luz cercana es capaz de eclipsar
astros potentes que envían inmensos rayos de luz desde muy lejos, a muchos
millones de kilómetros de distancia.
Así ocurre también con la luz de Dios si la convertimos
en algo lejano, casi invisible. Preferimos una farola cercana a ese rayo de
esperanza que vino al mundo para iluminar a cada hombre. Preferimos un juego,
un placer, un rato de sueño, un libro apasionante, mientras no tenemos tiempo
para escuchar la voz de un Padre que habla en lo más íntimo de cada conciencia.
Para ver estrellas maravillosas hay que alejarse de
aquellas farolas que impiden ver las hermosuras de nuestro cielo. Para escuchar
a Dios hemos de apartarnos de hábitos de pecado, de apegos a bienes materiales
o espirituales, para lanzarnos a la aventura de la escucha de la Palabra.
Dios es mucho más potente que las estrellas, que las
farolas, que las músicas o que las pantallas de nuestro mundo inquieto y
confuso. Si damos un paso decidido hacia espacios nuevos, dejaremos que la Luz
brille en nosotros, y sentiremos, en lo más íntimo del alma, una seguridad
inigualable, que nace cuando descubrimos, por vivir en la Luz, que somos amados
por un Padre bueno.
Una luz que
brille en medio de la oscuridad. Las formas emergen en medio de la noche.
Empezamos a ver con algo de nitidez lo que bulle a nuestro alrededor. Un mundo
de prisas y angustias trata de absorbernos, mientras el reloj corre y suena el
teléfono.
Hay ocasiones en
que la vida nos arrastra. Dejamos que los hechos marquen la pauta de nuestras
acciones. Vivimos como despojados de quereres propios y esclavos de voluntades
ajenas. Pero cuando
una luz clara nos hace ver cómo perdemos el tiempo entre actos superfluos y
superficiales, estamos en condiciones para dar un paso fuera de las tinieblas y
de las dudas asfixiantes.
Esa luz vino al
mundo, habló a los pobres y a los ricos, visitó a los enfermos, consoló a los
tristes, denunció el pecado, anunció la gran fiesta de la misericordia. Esa luz
tuvo un rostro y un nombre: Jesucristo. Queda atrás la noche con sus
tinieblas y sus miedos. Rompemos con ambiciones que carcomen lo mejor del alma.
Abrimos el corazón a Dios, que nos conoce y ama como Padre bueno. Una luz clara
ilumina los ojos de mi alma y me impulsa a pedir perdón, a perdonar, y a buscar
la paz que viene de lo alto y que llena la vida de esperanza. Amén

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