La charla Cuaresmal
25 Marzo
Queridos
hermanos y hermanas en Jesús, hoy en día comenzamos las charlas cuaresmales en
nuestra parroquia de san Antonio. El texto bíblico propuesto para nuestra
meditación es del Evangelista Marco (Mc. 1, 12-15). Ahora vamos a escucharlo…
Teniendo
en cuenta nuestras realidades, quiero aplicar algunos aspectos importantes para
mejorar nuestra vida a la luz del Evangelio. En primer lugar: Jesús fue
empujado al Desierto por el Espíritu Santo. Hermanos, antes de comenzar
cualquier trabajo, nos metemos a reflexionar y valorar los recursos necesarios
para poder llevarlo a cabo. Si un cierto nivel de preparación es
necesario para iniciar cualquier proyecto humano, cuanto más exige y necesita
una preparación adecuada para anunciar la Buena Noticia de Dios. No sé,
¿de verdad, somos conscientes de eso?. Y por eso, Jesús deja ser empujado por
el Espíritu al desierto a prepararse y tomar en serio su misión de anunciar la
llegada del Reino de Dios.
El
desierto es un lugar simbólicamente lleno de desafíos y dificultades; es
también un lugar preferido para discernir la voluntad de Dios a través de la
oración personal y asumirla con ilusión confiando en la providencia de Dios.
Entonces, sobre todo para celebrar la pascua dignamente, la madre iglesia
propone a todos los bautizados el camino de cuaresma. Este tiempo de
gracia es un estímulo que necesitamos
para renovar nuestra confianza en la providencia de Dios y en su misericordia.
Hermanos, quien confía, reza; quien reza, afirma su confianza en el Señor.
Si uno no reza significa claramente la falta de confianza. De hecho, la
falta de confianza repercute negativamente en todo ámbito de su relación con sí
mismo, con los demás y con Dios. Esto me puede suceder a mí y a
vosotros en cualquier momento de nuestro camino. Pero la cuaresma, el tiempo de gracia, nos
ilumina y nos anima a recuperar la confianza filial en el Señor.
Una
vez, somos conscientes de la riqueza del don de la fe, tendremos una ilusión
grande para dejarnos bajo la guía del Espíritu Santo. Dejarnos bajo la
guía del Espíritu significa aprender el arte de la oración. Quien
aprende este arte correctamente, sabe escuchar con una serenidad profunda; sabe
elegir lo que Dios propone; sabe confiar en la ayuda del Señor; sabe
comprometerse en cumplir lo que Dios quiere; sabe decir adiós a sus intereses;
sabe respetar la dignidad de otros; sabe reconocer el rostro cariñoso de Jesús
en los demás; sabe compartir con alegría con los necesitados; sabe vivir
arreglando las circunstancias de la vida según su capacidades; sabe testimoniar
en modo concreto que Dios está con nosotros a pesar de lo que pueda ocurrir.
Hermanos,
no ha sido muy fácil para mí aprender en veinte cinco años de vida religiosa y
tampoco pretendo haberlo conseguido. No creo que nos cueste mucho rezar pero sí
a vivir sinceramente según el designio de Dios. Por eso, el arte de la
oración exige sobre todo una fe sólida, una disposición adecuada, una esperanza
iluminante, una madurez sensata, una perseverancia, una conversión auténtica, y
un total cambio profundo para renovarse según la vocación cristiana. Así, el
arte de la oración nos ayuda a conformarnos gradualmente a nuestra identidad de
ser hijos de Dios.
Quiero
también hacer una referencia a la fiesta que estamos celebrando hoy. La
Anunciación del Señor siempre coincide durante la cuaresma. Porque esta fiesta
invita a todos los fieles a contemplar la imagen de María, Madre del Señor
porque ella nos inspira y nos acompaña durante nuestro camino hacia Dios. Ella
se deja iluminar por el ángel Gabriel; confía en la Palabra de Dios; se dispone
completamente a la voluntad de Dios para que obtengamos la salvación por
nuestro Señor Jesús. Ella, como Madre, conoce lo que falta a sus hijos
para el camino y por eso nos dice con cariño: “Haced lo que Él os diga”.
La invitación de María es imperativa para encontrar las respuestas adecuadas a
nuestras necesidades que cruzamos en el camino de fe y de esperanza.
Jesús
anuncia a cada uno de nosotros el Evangelio de Dios y dice: “se ha
cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el
Evangelio”. Hermanos, de verdad, si lo creemos o no; si lo reconocemos
o no, el Reino de Dios está cerca y está presente en nuestros corazones. Para
poder alegrarnos y experimentar su amor infinito y su misericordia eterna
necesitamos la conversión. Por eso, Jesús nos pide: convertíos y creed en
el Evangelio.
Hermanos,
el proceso de conversión es muy personal y penoso. Si respondemos
libremente a la llamada de Jesús con convicción, nuestro corazón se convertirá indudablemente
en un oasis por el sacramento de la Reconciliación / confesión. Esto sería una
preparación notable para celebrar la Pascua.
Ahora
os dejo unos minutos para reflexionar con humildad y dar cuenta exactamente qué
tipo de cambio en mi actitud, en mi pensamiento, en mi amistad, en mi relación,
en mi compromiso, Jesús espera…de mí.
La
Virgen María, Madre de la Pascua, interceda por nosotros para que hagamos
caso a la llamada de Jesús a rezar, a convertir y a creer en el Evangelio.
Así, podamos anunciar que la pascua de Cristo es también nuestra pascua
participativa que nos asegura la justicia, la paz, y el gozo para la gloria de
Dios. Amén.
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