ADORACIÓN EUCARÍSTICA
Estos son
tiempos inciertos. La pandemia mundial ocasionada por el COVID-19 ha estado
transformado la vida de millones de personas de una manera inimaginable desde
hace apenas unos meses. Los cambios se han producido tan rápidamente que nos han
cogido por sorpresa a la mayoría de la población mundial. Todos estamos
tratando de adaptarnos a esta nueva realidad con la esperanza de que acabe
pronto la pandemia, aunque es imposible predecir qué consecuencias tendrá para
todos. Pero hay puntos firmes que tenemos que colocarlos en la base de nuestra
fe y de nuestra humanidad. Aquí delante de Jesús sacramentado podemos meditar:
1. La vida es corta y los seres humanos somos
frágiles. Esta crisis nos recuerda que todos somos frágiles y susceptibles
a enfermarnos e incluso morir repentinamente. En general los seres humanos
hacemos planes para el futuro pensando que tenemos el control de nuestras
vidas, pero basta un pequeño virus, un microorganismo que no podemos ni ver,
para alterar completamente nuestras rutinas y destruir nuestros planes.
2. Las enfermedades y crisis no hacen
diferencia entre personas y afectan a todos por igual. Los seres humanos
tratamos de marcar diferencias económicas, sociales o culturales, pero el
COVID-19 nos ha recordado que todos podemos enfermar y que estamos
interconectados y nos necesitamos unos a otros. No importa en qué país vivamos,
qué edad tengamos o a qué nos dediquemos, todos somos importantes y necesarios
en este mundo. Solamente se puede detener la propagación del virus con la
colaboración fraterna de todos.
3. Cada vida es importante.
Todos los seres humanos somos creados a la imagen y semejanza de Dios (Gen. 1, 27).
La imagen de Dios es la base fundamental para el valor y la dignidad de todas las
personas. La Biblia enseña que Dios es el dador de la vida, por lo que desde la
concepción hasta la tumba debemos proteger y valorar la vida de todos. La vida
humana no tiene precio y no importan las consecuencias económicas que una
catástrofe como la que enfrentamos traiga, debemos luchar a toda costa para
cuidar las vidas de todos.
4. Dios está cercano y es nuestro refugio.
No importa si los problemas son pequeños o grandes o si las consecuencias
parecen imposibles de soportar, pero con la fuerza de Dios y su inspiración es
la única fuente de verdadera confianza. Dios cuida de nosotros y muchos lo
hemos experimentado durante nuestras vidas. Los cristianos sufrimos como todos
los demás, pero lo afrontamos con la paz que Dios nos da, porque Él está pendiente
de nosotros.
5. El amor al prójimo es la prueba fundamental de
nuestra fe. En tiempos de crisis, nuestro genuino
amor por los demás será la luz en un mundo oscurecido por los problemas. Este
amor es concreto y tiene como ejemplo máximo el amor que Jesús nos demostró en
la cruz. Hoy nuestro amor al prójimo puede ser el mantener nuestra “distancia
de seguridad”, no para cuidarnos a nosotros mismos sino para cuidar a los
demás. Nuestra perspectiva y misión debe ser el bien común. Tristemente son los
pobres los que tendrán el mayor impacto de esta pandemia mundial y todos
tenemos la responsabilidad de ayudar a los más necesitados y luchar por
reconstruir un mundo en donde haya más justicia y equidad.
6. Otro mundo es posible.
Los cristianos vivimos con la esperanza de un mundo mejor que está por venir.
Esto no quiere decir que en el presente no nos preocupemos por tener un mundo
mejor para todos, sino que hacemos lo mejor que podemos en el presente, porque
el Reino de Dios empezó con Jesús y continuará con nosotros hasta la plenitud
de vida que Dios quiere para todos.
Que esta
espera de la efusión del Espíritu Santo el próximo domingo día de Pentecostés
siga animándonos a estar injertados en el mundo pero con la mirada puesta en
Jesús y su Reino. Así sea
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