sábado, 23 de mayo de 2020


ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Estamos alcanzando el final de la Pascua y quién sabe si también, el principio del final de las medidas extraordinarias por la crisis del Coronavirus, al menos en Europa.
Esta ha sido una Pascua extraña para todos, vivida en gran parte en nuestras casas, con las puertas cerradas, por miedo, no a los judíos, como dice el evangelio que ocurrió a los Apóstoles, tras la muerte de Jesús, sino por defendernos de una micro partícula que se ha llevado la vida de personas, algunas muy cercanas a nosotros y ha revolucionado nuestra forma de vida más que ningún otro acontecimiento en los últimos años, o siglos.
En este domingo que celebramos la Ascensión del Señor a los cielos, somos conscientes del acontecimiento y lo que esto provocó en sus seguidores.
Los discípulos regresaron a Galilea, en esa montaña que conocían bien. Cuando lo vieron, se postraron. Jesús se va al cielo dejando un minúsculo grupito: solo le quedan once hombres asustados y confundidos, y un pequeño núcleo de mujeres valientes y fieles. Lo siguieron durante tres años por los caminos de Palestina, no entendían mucho, pero lo amaban mucho. Ahora Jesús regresa al Padre, tranquilo, no porque deja un grupo que entendieron su mensaje, sino porque deja un grupo que le han manifestado su gran amor y se comprometen a amar. Aunque algunos dudaron.
Jesús realiza un acto de enorme e ilógica confianza en estas personas que aún dudan. Podría quedarse para aclarar los puntos oscuros. Pero él confía su mensaje a sus discípulos, aunque duden. No hay fe verdadera sin duda. Las dudas son como los pobres, siempre estarán con nosotros.
Jesús confía el mundo soñado por Dios, a la fragilidad de los Once, y no a la inteligencia del primero de la clase; confía la verdad a los que dudan, llama a los que le abandonaron a ir a los confines de la tierra, convencido de que “se me ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra”.
“Id, pues, y haced discípulos…” Esto es hermoso: porque mi poder es vuestro; por lo tanto, todo mío y también tuyo: yo soy el que vive en vosotros y os anima.
Hacer discípulos a todos los pueblos ... ¿Con qué propósito? ¿Alistar devotos, reforzar las filas? No. Id a contagiar, iniciad una epidemia de vida y de gozo. Sus últimas palabras, su testamento: Yo estoy con vosotros, contigo, todos los días, hasta el fin del mundo. Siempre estará con nosotros, nunca estaremos solos.
Jesús no se fue lejos, ni alto, a algún rincón remoto del cosmos, sino que se ha acercado más si cabe. Jesús era el Emanuel, el Dios con nosotros, ahora estará muy dentro de nosotros. Ascendió en la profundidad de las cosas, en lo más íntimo de la creación y de las criaturas, y desde el interior presiona hacia arriba como fuerza de elevación hacia la vida más brillante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario