ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Estamos alcanzando el
final de la Pascua y quién sabe si también, el principio del final de las
medidas extraordinarias por la crisis del Coronavirus, al menos en Europa.
Esta ha sido una Pascua
extraña para todos, vivida en gran parte en nuestras casas, con las puertas
cerradas, por miedo, no a los judíos, como dice el evangelio que ocurrió a los
Apóstoles, tras la muerte de Jesús, sino por defendernos de una micro partícula
que se ha llevado la vida de personas, algunas muy cercanas a nosotros y ha
revolucionado nuestra forma de vida más que ningún otro acontecimiento en los
últimos años, o siglos.
En este domingo que
celebramos la Ascensión del Señor a los cielos, somos conscientes del
acontecimiento y lo que esto provocó en sus seguidores.
Los discípulos
regresaron a Galilea, en esa montaña que conocían bien. Cuando lo vieron, se
postraron. Jesús se va al cielo dejando un minúsculo grupito: solo le quedan
once hombres asustados y confundidos, y un pequeño núcleo de mujeres valientes
y fieles. Lo siguieron durante tres años por los caminos de Palestina, no
entendían mucho, pero lo amaban mucho. Ahora Jesús regresa al Padre, tranquilo,
no porque deja un grupo que entendieron su mensaje, sino porque deja un grupo que
le han manifestado su gran amor y se comprometen a amar. Aunque algunos
dudaron.
Jesús realiza un acto
de enorme e ilógica confianza en estas personas que aún dudan. Podría quedarse para
aclarar los puntos oscuros. Pero él confía su mensaje a sus discípulos, aunque
duden. No hay fe verdadera sin duda. Las dudas son como los pobres, siempre
estarán con nosotros.
Jesús confía el mundo
soñado por Dios, a la fragilidad de los Once, y no a la inteligencia del
primero de la clase; confía la verdad a los que dudan, llama a los que le
abandonaron a ir a los confines de la tierra, convencido de que “se me ha dado
todo el poder en el cielo y en la tierra”.
“Id, pues, y haced
discípulos…” Esto es hermoso: porque mi poder es vuestro; por lo tanto, todo
mío y también tuyo: yo soy el que vive en vosotros y os anima.
Hacer discípulos a
todos los pueblos ... ¿Con qué propósito? ¿Alistar devotos, reforzar las filas?
No. Id a contagiar, iniciad una epidemia de vida y de gozo. Sus últimas
palabras, su testamento: Yo estoy con vosotros, contigo, todos los días, hasta
el fin del mundo. Siempre estará con nosotros, nunca estaremos solos.
Jesús no se fue lejos,
ni alto, a algún rincón remoto del cosmos, sino que se ha acercado más si cabe.
Jesús era el Emanuel, el Dios con nosotros, ahora estará muy dentro de
nosotros. Ascendió en la profundidad de las cosas, en lo más íntimo de la
creación y de las criaturas, y desde el interior presiona hacia arriba como
fuerza de elevación hacia la vida más brillante.
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