miércoles, 24 de junio de 2020


ADORACIÓN EUCARÍSTICA
En esta tarde de miércoles nos disponemos a colocarnos delante del señor sacramentado para pasar un momento de oración con él. Pensado en el tema del domingo pasado en el que Jesús nos animaba a no tener miedo, quiero proponeros este cuento para que reflexionemos y saquemos consecuencias. Animo poco a poco iremos recobrando una normalidad aún mejor de la que teníamos. Confiemos siempre en la fuerza de Dios que no nos abandona.

«LA FÁBULA DE LA RANA SORDA»
«Había una vez un grupo de ranas viajaba por el bosque y, de repente, dos de ellas cayeron en un hoyo profundo.
Todas las demás ranas se reunieron alrededor del hoyo. Cuando vieron cuán hondo era, dijeron a las dos ranas que estaban en el fondo, que, para efectos prácticos, se debían dar por muertas.
Las dos ranas no hicieron caso a los comentarios de sus amigas y siguieron tratando de saltar fuera del hoyo con todas sus fuerzas. Las otras ranas seguían insistiendo que sus esfuerzos serían inútiles.
Finalmente, una de las ranas puso atención a lo que las demás decían y se rindió. Se desplomó y murió.
La otra rana continuó saltando tan fuerte como le era posible.
La multitud de ranas le gritaba que dejara de sufrir y simplemente se dispusiera a morir. Pero la rana saltaba cada vez con más fuerza hasta que finalmente saltó fuera del hoyo. Cuando salió, las otras ranas le preguntaron:
– ¿No escuchaste lo que te decíamos?
La rana les explicó que era sorda. Ella pensó que las demás la estaban animando a esforzarse más para salir de allí.»

Esta fábula oriental, 'La rana sorda', nos trae una preciosa moraleja: ayuda a los demás a alcanzar sus sueños motivándoles y ayudándoles a confiar en sí mismos y en sus capacidades.
Hablemos de vida, de alegría, de esperanza, de que todo saldrá bien a todos aquellos que se cruzan en nuestro camino. Ese es el poder de las palabras. A veces es difícil comprender que una palabra de ánimo pueda hacer tanto bien.
Esta fábula nos demuestra cuánta fuerza e influencia pueden tener las palabras de los demás en nuestras reacciones y cómo una palabra de ánimo puede ayudarnos a “salir del hoyo” y enfrentarnos a nuestros problemas. La palabra tiene poder de vida y muerte. Una palabra de aliento compartida con alguien que se siente desanimado puede ayudar a levantarlo y finalizar el día.
Una palabra destructiva dicha a alguien que se encuentra desanimado puede ser que acabe por destruirlo. Cualquiera puede decir palabras que roben a los demás el espíritu que les lleva a seguir en la lucha en medio de tiempos difíciles. Tengamos cuidado con lo que decimos. Pero sobre todo con lo que escuchamos, no siempre hay que prestar atención, utilicemos sólo lo que es bueno.
Una sola palabra de aliento puede más de lo que imaginas. Una frase positiva, una mirada cómplice o un abrazo, puede ser determinante para que otros conquisten sus sueños.
Por lo tanto, debemos cuidar lo que decimos a los demás, pero también a nosotros mismos. Porque a veces las ranas que gritan para que nos rindamos y no salgamos del hoyo, somos nosotros mismos: nuestros miedos o la falta de autoconfianza en nuestras posibilidades consiguen que creamos que es mejor rendirse que intentar superar nuestros problemas. A veces damos por imposibles cosas que no lo son: lo que pasa es que cuesta encontrar la solución.
Como la rana sorda, no permitas que los demás, ni tampoco tus propios miedos, consigan que dejes de luchar para superar los problemas. Y recuerda que con una palabra de aliento o simplemente prestando tu atención y tu apoyo, puedes ayudar a los que quieres a que superen los suyos.
Jesús te pedimos hacer oídos sordos a las cosas negativas y anímanos a hacer algo todos para que este tiempo que nos toca vivir, sea mucho mejor para todos. Amén


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