MIÉRCOLES EUCARÍSTICOS
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Cercana la
fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, queremos contemplar en esta tarde el amor
loco de Cristo.
El corazón tiene motivos que la razón no comprende –
decía Pascal.
En el Sagrado
Corazón de Jesús están encerrados todos los tesoros de ternura, compasión y
misericordia divinas para todos los hombres y mujeres. ¡Menos mal que Dios en
Cristo se hizo amor misericordioso y loco para salvarnos! De lo contrario,
¿dónde estaríamos ahora?
El amor que
manifiesta su Corazón es un amor humanamente lleno de locura, que revela un
amor divino todavía más loco.
Los escribas y
fariseos del evangelio no entienden esta locura de amor de Jesús con los
pecadores y publicanos, tienen el corazón cerrado en el legalismo y en
pergaminos. ¿A quién se le ocurre dejar las 99 ovejas e ir a buscar a la oveja
perdida e indócil que se ha alejado del rebaño? La pérdida de la oveja provoca
en el pastor un sentimiento de privación y de vacío, que invade todo su corazón
y le hace olvidar todos los otros afectos. Y cuando la encuentra, se alegra, la
sube a sus hombros, la acaricia, y cuando llega a casa, hace fiesta, y comparte
su alegría con los vecinos. Gestos todos de un corazón lleno de amor y misericordia.
Humanamente, este comportamiento del pastor es criticable, porque no es justo
reservar más amor a quien merece menos. No es razonable este comportamiento.
Pero el amor de Dios no hace cálculos, razonamientos. Lo que quiere es salvar a
todos. ¡Cuánto tuvo que luchar Jesús en su vida pública con esos hombres
acartonados en la ley, pero sin caridad! Pero el mensaje de Jesús era
justamente esto: el amor misericordioso.
El Corazón de
Jesús no siguió la lógica de la razón, sino la del amor divino. Y sigue
entregándose a sí mismo por nosotros en la Eucaristía: nos entrega su Cuerpo y
su Sangre derramada por nosotros. Su muerte en la cruz es la mayor locura de
amor que se pueda concebir.
Algunos
cristianos santos y mártires sí comprendieron este amor loco: san Maximiliano
María Kolbe. En 1941 es hecho prisionero y llevado al campo de concentración de
Auschwitz (campo de concentración construido tras la invasión de Polonia por
los alemanes). Allí prosiguió su ministerio a pesar de las terribles
condiciones de vida. Eran momentos difíciles en el campo, pero su generosidad y
su preocupación por los demás nunca le abandonaron. El 3 de agosto de 1941, un
prisionero escapa; y en represalia, el comandante del campo ordena escoger a 10
prisioneros para ser condenados a morir de hambre. Entre los hombres escogidos
estaba un sargento, polaco como San Maximiliano, casado y con hijos. “No hay
amor más grande que éste: dar la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). San
Maximiliano, que no se encontraba dentro de los 10 prisioneros escogidos, se
ofrece a morir en su lugar. El comandante del campo acepta el cambio. Luego de
10 días de su condena y al encontrarlo todavía con vida, los nazis le colocan
una inyección letal el 14 de agosto de 1941.
Cómo es nuestro
amor por Jesús: sólo sentimental, esporádico, interesado, inconstante. O es fuerte,
firme, demostrado en obras.
Recemos con el
cardenal, ya santo, John Henry Newman:
Amado Señor, ayúdame a esparcir tu fragancia donde
quiera que vaya. Inunda mi alma de espíritu y vida. Penetra y posee todo mi ser
hasta tal punto que toda mi vida sólo sea una emanación de la tuya. Brilla a
través de mí, y mora en mi de tal manera que todas las almas que entren en
contacto conmigo puedan sentir tu presencia en mi alma. Haz que me miren y ya
no me vean a mí sino solamente a ti, oh Señor. Quédate conmigo y entonces
comenzaré a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás a
través de mí. La luz, oh Señor, irradiará toda de Ti; no de mí; serás Tú, quien
ilumine a los demás a través de mí. Permíteme pues alabarte de la manera que
más te gusta, brillando para quienes me rodean. Haz que predique sin predicar,
no con palabras sino con mi ejemplo, por la fuerza contagiosa, por la
influencia de lo que hago, por la evidente plenitud del amor que te tiene mi
corazón. Amén.
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