SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
El año litúrgico
comienza con el Adviento y la Navidad, celebrando cómo Dios Padre envía a su
Hijo al mundo. En los domingos siguientes recordamos la actividad y el mensaje
de Jesús. Cuando sube al cielo nos envía su Espíritu, que es lo que celebramos
el domingo pasado en Pentecostés. Y ahora estamos preparados para celebrar a
los tres en una sola fiesta, la de la Trinidad.
A lo largo de los
siglos, los teólogos han realizado un gran esfuerzo por acercarse al misterio
de Dios formulando con diferentes construcciones conceptuales las relaciones
que vinculan y diferencian a las Personas divinas en el seno de la Trinidad.
Esfuerzo, sin duda, legítimo, nacido del amor y el deseo de Dios.
Jesús, sin embargo, no
sigue ese camino. En vez de intentar descifrar el misterio de Dios, nos invita
a abrirnos al misterio del mismo Dios. Jesús invita a sus seguidores a vivir
como hijos de un Dios cercano, bueno y entrañable, al que todos podemos invocar
como Padre querido. Lo que caracteriza a este Padre no es su poder y su fuerza,
sino su bondad y su compasión infinitas. Nadie está solo. Todos tenemos un Dios
Padre que nos comprende, nos quiere y nos perdona como nadie.
Jesús nos descubre que
este Padre tiene un proyecto nacido de su corazón: construir con todos sus
hijos un mundo más humano y fraterno, más justo y solidario. Jesús lo llama
«reino de Dios», y busca una vida más justa y digna para todos, sobre todo para
los más pobres, indefensos y necesitados.
Juan lo anuncia claramente
en el Evangelio: que el Padre ha enviado a su Hijo para dar su vida por
nosotros y, así, traer la salvación al mundo.
Es durante el encuentro
de Jesús con Nicodemo que cambia y transforma la vida, es un día para nacer de
nuevo: Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el
que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Es un versículo
fundamental del evangelio, son palabras que salen de la boca de Jesús que nos
reconfortan, y alivian nuestros pesares: Dios ha amado tanto El mundo...
Jesús le está diciendo
al fariseo temeroso que el nombre de Dios no es amor, sino "mucho
amor", él es "el verdadero amor". Dios siempre considera al
mundo entero más importante que él mismo. Por amor se perdió a sí mismo y se
entregó a la muerte. El amor de Dios no es una esperanza, sino un hecho seguro
y adquirido: Dios ya está aquí, estará con nosotros hasta el fin del mundo y lo
está con mucho amor.
El mundo está seguro
porque es amado. Los cristianos no somos los que amamos a Dios, sino los que se
sienten amados por Dios. El Dios Trinidad nos ama. Esta fiesta es el anuncio de
que Dios no es en sí mismo soledad, sino comunión, vínculo, abrazo. Quien nos
ha tocado y nos libera y hace que amemos como él.
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