SANTÍSIMA SANGRE DE CRISTO
En la
exposición eucarística de esta tarde queremos meditar sobre la fiesta que hoy
celebramos en nuestra ciudad: La Santísima Sangre de Cristo. La devoción a la
Preciosa Sangre de Cristo lleva a adorar al Señor Jesús reconociendo, con
gratitud y amor, el valor de su vida dada, derramada en su sangre.
Fue el papa
Juan XXIII que fomentó el culto a la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor
Jesucristo.
Esta fiesta
enfoca la mirada, la atención y la fe en el misterio del Amor de Dios
encarnado, y nos recuerda que Cristo, derramando su sangre, ha ofrecido y
ofrece su amor, fuente de reconciliación y principio de vida nueva en el
Espíritu Santo.
La sangre es
vida, cuando somos donantes de sangre estamos compartiendo nuestra vida con aquel
que lo está necesitando, porque sin transfusiones de sangre perdería la vida.
También
decimos que esta persona es sangre de mi sangre, es decir la familia es el
conjunto de personas que tenemos lazos de sangre. Sin embargo, hay otras
realidades que nos hacer estar más unidos
Todo el mundo
tiene una familia. Tener una es algo fácil: todos tenemos un origen y unas
raíces. No obstante, mantener una familia y saber cómo construirla, alimentando
el vínculo día a día para conseguir que esté unida, es más complicado.
La sangre nos
hace parientes, pero la lealtad nos convierte en familia
La Sangre de
Cristo es la prueba irrefutable del Amor de Dios Trinidad a todo hombre, sin
excluir a nadie. Jesús fue fiel hasta el final, por amor. Mantuvo su lealtad al
ser humano sin importarle si éramos buenos o malos, todo lo hacía simplemente
por amor. Así nos mostró la nueva familia que surgía de su corazón traspasado,
no por lazos de sangre sino por fidelidad a su persona y a su vida.
La devoción a
la Sangre de Cristo es en el fondo un acto de amor y de respeto al misterio
insondable del Amor y de la Misericordia divinas.
Pero una cosa
es la correcta devoción y otra muy diferente, que hay que evitar, es darle a la
Preciosa Sangre de Cristo una connotación esotérica, de magia o de
superstición. La sangre de Cristo no es un amuleto ni un fetiche, ni una
«fórmula» mágica.
El único poder
que ha tenido y tiene la Sagrada Sangre de Cristo es redentor. No pensemos en
ella como una especie de coraza contra todos los males de este mundo. No
confundamos la Sangre de Cristo con un chaleco antibalas en el sentido de considerarla
como algo utilitario. Tampoco se trata de encargar milagros a un Dios que está
obligado a hacer todo lo que se le ordene en el nombre de Jesús o en el nombre
de su sangre.
La sangre de
Cristo facilita la fraternidad universal y nos abre el camino que hay que
recorrer. El amor triunfa siempre sobre las desgracias, violencias y el
desamor. La lucha ha de ser constante. Incluso el amor es más fuerte que la
misma muerte. El amor tiene raíces profundas y se ramifica desde el interior y
llega hasta donde no sospechábamos.
Jesús, derrama
hasta su última gota de sangre en la cruz. Y, por si fuera poco, nos regala,
nos dona en cada Eucaristía su Cuerpo y su Sangre. Delante de Jesús
sacramentado, pedimos que nos alimente y nos fortalezca, nos conforte y nos
ayude a seguir viviendo. Porque desde esa donación, podremos comprender con
generosidad, con humildad y confraternidad que la caridad debe ser nuestra
vestimenta, que nuestro sagrario es el prójimo y que en la custodia no
solamente está Cristo Sacramentado, sino todos y cuantos sufren como Jesús de
Nazaret.
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