martes, 16 de febrero de 2021



 17 DE FEBRERO 2021. MIÉRCOLES DE CENIZA

 

La celebración del Miércoles de Ceniza nos invita a una profunda revisión de nuestra vida, de nuestras actitudes y criterios de comportamiento; a iniciar un serio proceso de conversión y de purificación. Cuaresma es un tiempo propicio que Dios nos concede como un regalo. La Iglesia nos invita a que, durante este tiempo, hagamos un esfuerzo por entrar dentro de nosotros, pero no para encerrarnos allí y alejarnos de todo lo que nos rodea, sino para transformarnos desde nuestra propia raíz, para que tratemos de descubrir, con toda sinceridad y con toda humildad, nuestros egoísmos y hagamos todo lo posible para hacerlos desaparecer.

La Cuaresma, en sí misma, no tiene sentido. Pero, con este miércoles de ceniza, nos proponemos seguir más de cerca a Jesús de Nazaret en su dar todo por el hombre y en obediencia hacia Dios: LA PASCUA. Todo lo que no se prepara con antelación, corre el riesgo de diluirse. De no cobrar la importancia que tiene.

Esta cuaresma ha de ser diferente a las demás. Entre otras cosas porque, tal vez nosotros, somos distintos a aquellos que fuimos hace un año. Dios es un ser dinámico y, por lo tanto, sale a nuestro encuentro curando las dolencias de nuestro hoy, en esta situación de pandemia mundial.

No es el momento de pensar y escudarnos en el hecho de que la sociedad, el mundo, la parroquia, la comunidad, mi familia, etc., han perdido el sentido del pecado. Lo importante es, ahora, hoy y aquí, ponernos un termómetro personal. Contrastar nuestra vida con la de Jesús. Dejarnos pasar por el escáner del Espíritu, y que detecte todo aquello que hemos de dejar para llegar más limpios a la Pascua.

Recibiremos la ceniza, para recordarnos que queriendo ser árboles, pero en realidad, somos simples astillas. Porque decimos ser rascacielos, cuando apenas levantamos lo que es una altura. Porque afirmamos ser buenos y santos, cuando en realidad, podemos ser mejores si nos dejamos guiar por Dios.

Recibiremos la ceniza, para recordarnos que presumimos de conocer el evangelio y, resulta, que lo descafeinamos utilizándolo a nuestro antojo. La Cuaresma puede contribuir a inyectarnos esa fuerza de Dios. Ese impulso del Espíritu. Esa humildad para encontrarnos con Cristo. Esa paz que el día a día nos roba.

Recibiremos la ceniza, para recordarnos que, siendo siervos, queremos ser reyes y viviendo en la tierra, algunos llegan aseverar que ya no existe más cielo. La ceniza, un rito mágico, supersticioso. Por el contrario, este símbolo, nos esponja y nos facilita este inicio, esta andadura hacia la celebración de la pasión, muerte y resurrección de Cristo.

El Señor nos invita a coger esta escalera de 40 peldaños que nos llevará a los Misterios de su Pasión Muerte y Resurrección.

Cuaresma es, pues, sin duda, una experiencia de desierto. No es que la comunidad cristiana deba desplazarse a un lugar geográfico especial para vivir esta experiencia. El desierto es una experiencia personal e íntima, y es siempre un don de Dios. Es siempre él quien conduce al desierto. Fue él también quien condujo a Israel al desierto por medio de Moisés, y quien condujo a Jesús por medio del Espíritu. Este mismo Espíritu es quien convoca a la comunidad cristiana y la anima a emprender el camino cuaresmal que lleva a la Pascua. Sólo así la Cuaresma puede tener hoy un sentido.

 

 

 

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