17 DE FEBRERO 2021. MIÉRCOLES DE CENIZA
La celebración
del Miércoles de Ceniza nos invita a una profunda revisión de nuestra vida, de
nuestras actitudes y criterios de comportamiento; a iniciar un serio proceso de
conversión y de purificación. Cuaresma es un tiempo propicio que Dios nos
concede como un regalo. La Iglesia nos invita a que, durante este tiempo,
hagamos un esfuerzo por entrar dentro de nosotros, pero no para encerrarnos
allí y alejarnos de todo lo que nos rodea, sino para transformarnos desde
nuestra propia raíz, para que tratemos de descubrir, con toda sinceridad y con
toda humildad, nuestros egoísmos y hagamos todo lo posible para hacerlos
desaparecer.
La Cuaresma,
en sí misma, no tiene sentido. Pero, con este miércoles de ceniza, nos proponemos
seguir más de cerca a Jesús de Nazaret en su dar todo por el hombre y en obediencia
hacia Dios: LA PASCUA. Todo lo que no se prepara con antelación, corre el riesgo
de diluirse. De no cobrar la importancia que tiene.
Esta cuaresma
ha de ser diferente a las demás. Entre otras cosas porque, tal vez nosotros,
somos distintos a aquellos que fuimos hace un año. Dios es un ser dinámico y,
por lo tanto, sale a nuestro encuentro curando las dolencias de nuestro hoy, en
esta situación de pandemia mundial.
No es el
momento de pensar y escudarnos en el hecho de que la sociedad, el mundo, la
parroquia, la comunidad, mi familia, etc., han perdido el sentido del pecado.
Lo importante es, ahora, hoy y aquí, ponernos un termómetro personal.
Contrastar nuestra vida con la de Jesús. Dejarnos pasar por el escáner del
Espíritu, y que detecte todo aquello que hemos de dejar para llegar más limpios
a la Pascua.
Recibiremos la
ceniza, para recordarnos que queriendo ser árboles, pero en realidad, somos
simples astillas. Porque decimos ser rascacielos, cuando apenas levantamos lo
que es una altura. Porque afirmamos ser buenos y santos, cuando en realidad,
podemos ser mejores si nos dejamos guiar por Dios.
Recibiremos la
ceniza, para recordarnos que presumimos de conocer el evangelio y, resulta, que
lo descafeinamos utilizándolo a nuestro antojo. La Cuaresma puede contribuir a
inyectarnos esa fuerza de Dios. Ese impulso del Espíritu. Esa humildad para
encontrarnos con Cristo. Esa paz que el día a día nos roba.
Recibiremos la
ceniza, para recordarnos que, siendo siervos, queremos ser reyes y viviendo en
la tierra, algunos llegan aseverar que ya no existe más cielo. La ceniza, un
rito mágico, supersticioso. Por el contrario, este símbolo, nos esponja y nos
facilita este inicio, esta andadura hacia la celebración de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo.
El Señor nos
invita a coger esta escalera de 40 peldaños que nos llevará a los Misterios de
su Pasión Muerte y Resurrección.
Cuaresma es,
pues, sin duda, una experiencia de desierto. No es que la comunidad cristiana
deba desplazarse a un lugar geográfico especial para vivir esta experiencia. El
desierto es una experiencia personal e íntima, y es siempre un don de Dios. Es
siempre él quien conduce al desierto. Fue él también quien condujo a Israel al
desierto por medio de Moisés, y quien condujo a Jesús por medio del Espíritu.
Este mismo Espíritu es quien convoca a la comunidad cristiana y la anima a
emprender el camino cuaresmal que lleva a la Pascua. Sólo así la Cuaresma puede
tener hoy un sentido.
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