2021 AÑO B TIEMPO DE CUARESMA II
La Cuaresma nos sorprende con el Evangelio de la Transfiguración, lleno de sol y luz, que da alas a nuestra esperanza. La escena se sitúa en una «montaña alta». Jesús está acompañado de dos personajes legendarios en la historia judía: Moisés, representante de la Ley, y Elías, el profeta más querido. Solo Jesús aparece con el rostro transfigurado. Desde el interior de una nube se escucha una voz: «Este es mi hijo querido. Escuchadlo a él».
Es una página de
teología en imágenes: se trata de ver a Jesús como el sol de nuestra vida, y
nuestra vida moviéndose bajo el sol de Dios. Las montañas en la Biblia son la
morada de Dios, pero también ofrecen la posibilidad de una nueva mirada al
mundo, captada desde un ángulo nuevo, observado desde arriba, desde un punto de
vista inédito, desde el punto de vista de Dios. Es una invitación a ver el mundo
con otra luz.
La fuerza del corazón
de Pedro es el descubrimiento de la belleza de Jesús, de ahí surge el impulso
de actuar (hagámoslo, aquí, de inmediato ...). A mí también me pasa: la vida no
avanza por órdenes o prohibiciones, sino por seducción. Y la seducción proviene
de una belleza, al menos vislumbrada, aunque sea por un momento, aunque sea la
flecha de un instante: el bello rostro de Jesús, la mirada puesta en el abismo
de Dios. Miran a los tres, se emocionan, están atónitos: ante ellos se abrió la
estupenda revelación de un Dios hermoso y luminoso. Un Dios para disfrutar,
para asombrar.
Una nube vino del
cielo, y una voz de la nube: escuchadlo. Jesús es la Voz que se ha convertido
en rostro. El misterio de Dios está ahora todo dentro de Jesús, y para
nosotros, buscadores de la luz, está trazado el camino principal: escuchadlo,
dale tiempo y corazón a la Palabra, hasta que se haga carne y vida. Y luego
síguelo, amando las cosas que amaba, prefiriendo las que prefería, rechazando
lo que rechazaba. Entonces veremos la gota de luz escondida en el corazón vivo
de todas las cosas, veremos un brote de luz brotando y trepando dentro de nosotros.
Las creencias, por lo
general, no cambian nuestra vida. Uno puede creer que existe Dios, que Jesús ha
resucitado y muchas cosas más, pero no ser un buen cristiano. Es la adhesión a
Jesús y el contacto con él lo que nos puede transformar.
Lo importante es
escuchar a Jesús y oír su voz, la del Hijo amado. Vivir una relación consciente
y cada vez más comprometida con Jesucristo. Solo entonces se puede escuchar su
voz en medio de la vida, en la tradición cristiana y en la Iglesia. Solo esta
comunión creciente con Jesús va transformando nuestra identidad y nuestros
criterios, va curando nuestra manera de ver la vida, nos va liberando de
esclavitudes, va haciendo crecer nuestra responsabilidad evangélica.
Desde Jesús podemos
vivir de manera diferente.
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