sábado, 31 de julio de 2021
viernes, 30 de julio de 2021
miércoles, 28 de julio de 2021
2021 JULIO MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
EL GRITO DEL SILENCIO
En esta tarde queremos sentirnos como Moisés ante la zarza ardiente, queremos postrarnos en el suelo. El fuego del Espíritu, el fuego del Amor arde en la Eucaristía aquí presente. Queremos sumergimos en el silencio. ¿Por qué el silencio? Porque es el canto más bello para la adoración.
Imaginemos la
escena de Belén: todo está rodeado de silencio. A parte de la música celestial
de los ángeles, María, José, los pastores, los Magos, no dicen una sola
palabra. Su sorpresa es tan grande ante la belleza del Niño que no pueden decir
nada. Y Él habla sólo con su sonrisa y con sus ojos. En sus ojos brilla la luz
del cielo, y la luz es silenciosa.
Imaginemos la
Pasión de Jesús. Durante la Pasión, Jesús calla. Sólo pronuncia unas cuantas
palabras, sobre todo las siete palabras en la cruz: las últimas, su testamento.
Pero hay un gesto que es más fuerte que todas las palabras, es una firma al
final de todas las demás, al final del Evangelio: una palabra silenciosa, un
gesto: su corazón traspasado por la lanza. Inmenso grito, silencioso. María y
Juan no hablan: testigos silenciosos, todos están absortos por el misterio.
Y ahora Jesús,
desde el santísimo sacramento nos habla y sigue caminando con nosotros. Sobre todo,
con la Eucaristía. La adoración eucarística es misterio de silencio. Jesús nos
espera. Nos escucha. Nos ama. ¿No es acaso el silencio el lenguaje más fuerte
del Amor? El lenguaje de un corazón que está demasiado lleno, y al mismo tiempo
demasiado herido de amor.
El silencio de
la adoración es un silencio que ama y que escucha. Escucha porque ama.
Ciertamente hay que aclamarlo, alabarlo, cantarlo. Pero después de haber
cantado, tenemos que prestar oído, escuchar el silencio, quizá Él tiene algo
que decirnos. Su voz discreta no se impone nunca sobre nuestros decibelios.
Susurra y no lo escuchamos. Quedémonos aquí. Escuchemos esta bella historia:
EL GRITO DEL SILENCIO: Érase una vez un reino que era
muy ruidoso; el chirrido de las máquinas, el estruendo de los cuernos y los
gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del
mismo. Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido, declaró
que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un
edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos
de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto
gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.
En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto
ridículo y preocupante y dijo a su marido que mientras los otros gritaran, ella
abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su
mejor amiga y esta a otra y aquella a otra…
Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera
vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe escuchó, por primera vez en
su vida, el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el
susurro del viento entre las hojas de los árboles... El príncipe lloró de
alegría.
Nosotros también
vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas, en los coches
y en los corazones. ¿Cuándo es la última vez que experimentamos la alegría de
un profundo silencio? Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos
experimentamos.
Dicen que el
silencio es precioso, pero ¿quién lo necesita? Hacemos cosas por dinero, por
placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen
que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al
primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y
marca el ritmo de nuestras vidas.
Jesús, en Mc
6, 30-34, invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él.
Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso, es tan
necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu
tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.
Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar,
orar, escuchar y aprender de Jesús.
Cuando
queremos conocer a alguien le preguntamos cómo se gana la vida. Soy maestro,
bombero, oficinista, abogado… Y así pensamos que conocemos ya toda su vida. La
mejor manera de conocer una persona es saber lo que hace en su tiempo libre.
Más importante que lo que hacemos es saber quiénes somos cuando no hacemos
nada. Nada de lo que nosotros podemos hacer nos hace más valiosos de lo que Dios
ya nos ha hecho a cada uno. Amén.
sábado, 24 de julio de 2021
2020 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XVII. SANTIAGO APOSTOL
Hoy 25 de julio
celebramos la festividad de Santiago apóstol, patrón de España. La tradición
cuenta que él con sus seguidores trajeron la fe a nuestra tierra y que una vez
muerto trajeron su cadáver para que reposara en nuestra tierra. Ser patrón
significa estar cercano, ser ejemplo e intercesor de todos nosotros. Este año
al caer domingo la fiesta del Apóstol, se ha declarado como Año Santo
compostelano.
Hay que reconocer la costumbre
de peregrinar a Compostela desde tiempo inmemorial. En Europa el Camino de
Santiago ha conformado nuestro modo de vivir la fe evangélica y ha servido para
unir diferentes pueblos. En nuestros días hay deseos de espiritualidad y el
Camino parece un medio adecuado para favorecer este encuentro con lo más noble
del espíritu humano.
- La peregrinación y el
camino ha sido desde muy antiguo un símbolo empleado para significar un
reencuentro con uno mismo. Vivir es caminar, dar pasos, marchar hacia el
futuro.
- El camino es siempre
marcha hacia adelante: la meta es la que atrae al peregrino. Sin meta no hay
camino sino un ir de una parte a otra vagando sin sentido.
- El camino se emprende con esperanza, con confianza, con
cierto temor y con incertidumbre. Es necesario andar el camino adecuado, no
extraviarse, no seguir caminos equivocados. Sucede así en la vida. La grandeza
de una persona se mide por la meta y los ideales que moviliza sus esfuerzos.
- La peregrinación, a
lo largo de los días, se va convirtiendo en escuela que permite ahondar en lo
esencial de la vida. El cansancio, la marcha en silencio, la perseverancia en
el esfuerzo, van conduciendo al peregrino hacia el fondo de su corazón.
- La llegada a
Santiago, el encuentro con el apóstol testigo del Señor, la acción de gracias a
Dios, la súplica callada, etc. puede culminar una experiencia religiosa muy
renovadora.
- En el evangelio vemos
los intereses humanos que pretenden ocupar los primeros lugares de honor, las distinciones
y estar por encima de los otros. Pero Jesús trasforma las vidas de los
apóstoles y las nuestras también pueden ser trasformadas. Ellos aceptaron
“beber el cáliz” y nosotros somos hijos de esa experiencia. La fiesta de
Santiago, nuestro Patrono, es una gran invitación para que en nuestras
comunidades cristianas prevalezca el servicio y que nuestras vidas las pongamos
a disposición de los demás.
La mejor manera de
hacer un verdadero camino hacia la tumba del Apóstol Santiago sería trabajar
por una “Iglesia en salida”, no instalada en sí misma. El servicio a los
hermanos como el mejor ejemplo del amor de Dios.
Agradezcamos el don de
la fe que hemos recibido y procuremos vivir nuestra fe en este tiempo concreto,
buscando los medios adecuados para que nuestro testimonio y nuestra palabra
sean comprensibles y cautivadores para la sociedad de hoy. Amén
miércoles, 21 de julio de 2021
2021 JULIO MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
TIEMPO DE VERANO
Delante de ti Jesús
sacramentado nos situamos en estos momentos de verano y llenos de calor.
Acudimos a ti siempre con la confianza de compartir el tiempo contigo y
acrecentar la amistad y el cariño contigo.
El tiempo de verano nos
brinda una oportunidad para profundizar en aspectos de nuestra vida que la
actividad diaria, a veces un poco desenfrenada, no nos permite. Las vacaciones
pueden ser un momento para acordarnos del relato del Génesis. Dios Padre,
después de finalizar su obra y ver que era muy buena, al séptimo día, descansó.
Podemos convertir nuestro tiempo estival en ese séptimo día que nos ayuda a
contemplar lo realizado durante el año y ver que «ha sido muy bueno».
Quizá, por miedo a caer
en la vanagloria, no nos paramos a contemplar lo que hacemos, pero hemos de dar
gracias a Dios, no sólo por lo que hacen los demás sino también por lo que
nosotros mismos hacemos, porque así contribuimos al plan de Dios. Todos hacemos
cosas buenas. El verano puede ser un tiempo para volver la vista atrás y hacer
balance, comenzando siempre por dar gracias.
Este tiempo que ahora
comenzamos nos lleva de la mano a un ritmo distinto. El comienzo puede ser para
parar y descansar, recuperar horas de sueño y, sobre todo, recuperar una mirada
que vaya más allá de lo inmediato. Esa mirada que nos ayuda a fijarnos en lo
bueno de nuestra vida, en tanto bien recibido este año y a lo largo de nuestra
vida.
El verano es también
tiempo de profundidad. En ese bucear en lo profundo puede ayudarnos la
contemplación de la naturaleza. La playa con sus atardeceres, el monte con
tanta variedad de vida, el campo que prepara sus frutos para la cosecha… nos
hablan de la presencia misteriosa de Dios en su creación.
El verano, si lo vivimos
con generosidad, puede ser también tiempo para los reencuentros. Podemos
recuperar relaciones con amigos o familiares que las prisas del año han ido
erosionando. Una buena conversación por la mañana con un buen café o por la
noche mientras compartimos la mesa, son regalos que nos traen este tiempo.
Y el verano, además,
puede ser tiempo para reencontrarnos con Dios. Hemos de partir de la máxima
ignaciana «buscar y hallar a Dios en todas las cosas» y saber que todo lo
anterior podemos vivirlo como búsqueda y relación con el Señor. Sin embargo,
podemos encontrar en las vacaciones tiempos privilegiados para la celebración
tranquila de la Eucaristía y para la oración personal. Oración que podemos
hacer paseando, o contemplando el paisaje, leyendo la Palabra de Dios o en el
silencio de nuestra habitación…
El verano es tiempo de
reencuentro. Reencuentro con uno mismo, con los amigos y familiares y con el
Señor que nos da, un año más, el regalo de parar y cambiar de ritmo. Escuchemos
su voz que nos dice también a nosotros: “Venid vosotros a solas a un lugar
desierto a descansar un poco” (Mc 6,13)
sábado, 17 de julio de 2021
2021
AÑO B TIEMPO ORDINARIO XVI
La semana pasada Jesús envió a los discípulos de dos en dos a anunciar el Reino. Ahora regresan cansados del trabajo realizado. La actividad es tan intensa que ya «no encontraban tiempo para comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación: «Venid a un sitio tranquilo a descansar».
Los Doce conocieron a mucha gente, y lo hicieron con
el ejemplo de Jesús: se aproximaban, acariciaban, curaban los demonios de la
vida. Ahora es el momento de reconectarse en su espacio vital. Hay un momento
para todo: momentos para actuar y momentos para descansar y reflexionar. Jesús
lleva a parte a sus discípulos para
que gocen juntos de la sabiduría de la vida.
Escuchad lo que dice san Agustín de Hipona en el
siglo IV: «Un grupo de cristianos es un
grupo de personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en
común y se intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en
serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces
con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo
habitual. Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de
menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Son chispas
del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los
ojos, en mil gestos de ternura».
Deberíamos recuperar está dinámica de los seguidores
de Jesús: Saben rezar, pero saben reír. Saben estar serios y saben bromear. La
Iglesia actual aparece casi siempre grave y solemne. Parece como que los
cristianos le tenemos miedo a la risa, como si la risa fuera signo de
frivolidad o de irresponsabilidad.
La alegría nace de la confianza última en ese Dios
que nos mira a todos con piedad y ternura. Una alegría que distiende, libera y
da fuerzas para seguir caminando. Esta alegría une. Los que ríen juntos no se
atacan ni se hacen daño, porque la risa verdaderamente humana nace de un
corazón que sabe comprender y amar.
Al llegar ve Jesús el flujo imparable de personas y
el corazón le da un vuelco, siente compasión. Es como un mordisco, un
calambre, un espasmo en el interior. Y empezó a enseñar muchas
cosas. Era lo que necesitaba esta gente que parecían ovejas sin pastor;
necesitaban un poco de luz en el corazón, para iluminar el camino. Jesús realiza
este gesto de cariño. Esto deben aprender los Doce: mirar con emoción y
ternura. Y las palabras nacerán. Cuando aprendemos a ser compasivos,
cuando nos conmovemos, el mundo se injerta en nuestra alma y nos convertimos en
un río de paz y sabiduría. Si entre nosotros existen personas que se
conmueven por las necesidades del mundo y de sus semejantes, es posible que
pueda existir esperanza de salvación y de vida. Amén
miércoles, 14 de julio de 2021
2021 JULIO ADORACIÓN EUCARISTICA:
AQUÍ ESTÁS JESÚS
Señor, estás aquí: Me
estás mirando. Conoces mi situación interior. Me has acompañado en el día de
hoy. Me has acompañado siempre, desde el primer día que abrí los ojos a este
mundo. Cuando he sido fiel. Y cuando he sido infiel. Estás ahí en el Sagrario.
Te quedaste por amor, porque nos quieres muchísimo. Hoy Tu nos dices:
Me quedé para ayudarte:
Sé muy bien que sois
débiles, que caéis con facilidad. Yo soy tu fortaleza. Pídeme fuerza. Ven a
verme cuando no sientas nada, cuando estés desanimado del todo; Yo te daré
ánimos y nuevas fuerzas. Ven a verme ese día en que has caído gravemente: no
tengas pena, ven; todo tiene remedio. Ven conmigo cuando hayas tenido un gran
fracaso, cuando un grave problema te robe la paz. "Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os
aliviaré." Mi yugo es suave y mi
carga ligera". Me quedé para ayudarte todos los días de tu vida. No
porque lo merezcas, sino porque te amo como nadie te ha amado ni te amará
jamás.
Me quedé para amarte:
Para amarte desde aquí
con un amor infinito. No te pido que lo merezcas, sino que lo aceptes. Déjate
querer por tu Dios, por tu Redentor. Ya sé que te sientes indigno, que tus
pecados y tus faltas tratan de apartarte de Mí. Yo te amo con tus pecados, tus
faltas, infidelidades y con tus buenas acciones, con tus buenos propósitos, aunque
algunos de ellos no los cumplas. El amor hace felices a los hombres. Tú
necesitas sentirte amado. Yo te ofrezco el amor infinito de todo un Dios; y te
lo ofrezco no solo hoy, sino todos los días de tu vida... mañana y dentro de un
año. Siempre que vengas a Mí encontrarás un amor vigilante, fiel siempre, el
mismo amor infinito. He decidido amarte a pesar de todas tus faltas, pecados,
ingratitudes.
Me quedé para perdonarte:
Sabía muy bien que en tu
vida habría muchas faltas, muchas infidelidades. Hasta el día de hoy, todo está
perdonado y olvidado. No importe qué hiciste o dejaste de hacer hasta el día de
hoy; lo que me interesa muchísimo es lo que vas a hacer de ahora en adelante.
No dudes de mi perdón jamás. Puedes dudar de ti mismo, puedes dudar de tus
promesas, pero jamás dudes de mi perdón. Yo te he perdonado siempre, te perdono
todo, y estoy dispuesto a perdonarte hasta el último pecado, si vienes a Mí con
arrepentimiento.
Estoy aquí para recibir
tu amor cada día:
Dame tu corazón, tu amor,
tus delicadezas, tus detalles de ternura y misericordia con tus hermanos. Eso
dignifica mi presencia y la existencia del Dios bondadoso y fiel. Todo lo que
hagas hazlo con amor y por amor.
Estoy aquí en la Iglesia
para ayudarte a vivir con dignidad:
Espero tanto de tu
vida.... Desde el Sagrario te seguiré a lo largo de cada día. Te quiero dar
mucho más de lo que me pides. Me has pedido poco. Yo te voy a dar mucho más de
lo que te has atrevido a pedirme. Mi gracia es el agua viva que está llenando
tu cántaro, Déjame llenar tu vida hasta rebosar de paz, de alegría, de
generosidad, de amor, de felicidad. Yo soy la felicidad y el amor. Yo necesito
de ti para ser completo y tú me necesitas. Sin Mí eres como una flor marchita,
deshojada, triste. A cambio de mis dones, voy a pedirte una cosa: algo
relacionado con tus hermanos: Quiero que seas mi apóstol, mi mensajero, expande
mi amor por toda criatura y por toda la creación. Quiero que irradies mi amor
entre tus hermanos y amigos y conocidos; darlo a conocer, vívelo y compártelo
con los demás.
Estoy aquí en el Sagrario
para ayudarte: me necesitas tanto. Estoy aquí para amarte con un infinito amor,
como nadie jamás te amará. Estoy aquí para perdonarte todo y siempre: desde el primer
pecado hasta el último. Mi perdón es infinitamente mayor que todos tus pecados.
Estoy aquí para recibir tu amor de todos los días. Tu amor me satisface, aunque
sea pequeño, si es sincero. Busco en ti una sola cosa: tu amor y tu felicidad.
Estoy aquí para pedirte algo: que seas santo, que seas mi apóstol, que me
ayudes con tu fidelidad a salvar al mundo.
¡Es tanto lo que espero
de ti ......! Es tanto lo que puedes hacer por el mundo y por la humanidad.
sábado, 10 de julio de 2021
2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XV
Las lecturas de este domingo nos invitan a comunicar, compartir, anunciar lo que hemos recibido gratuitamente como discípulos y misioneros de Jesús. Muchos bautizados y gente en general, no conocen el Evangelio de Jesús, tienen una idea distorsionada o se muestran indiferentes, quizá sea porque no somos capaces de trasmitir la buena noticia. Evangelizar significa comunicación gozosa de la Buena Noticia, no tanto con palabras rebuscadas y difíciles sino con sencillez, profundidad, pero sobretodo con los gestos, actitudes, maneras de estar colocados en la vida, como individuos y como comunidad.
Jesús hoy envió a sus
discípulos de dos en dos. Siempre que Dios te llama, te pone en camino. Te
trastoca tu vida instalada, enciende nuevas metas y abre caminos nuevos.
- De dos en dos y no de
uno en uno. Es lo primero que anunciamos los discípulos de Jesús: vamos juntos,
uno al lado del otro, uniendo fuerzas.
- Les ordenó que no
llevaran nada más que un bastón. Solo un bastón para sostener el paso y apoyarte
del cansancio y un amigo para sostener el corazón y apoyarte en comunión.
- Ni pan, ni alforja,
ni dinero y ordenó no llevar dos túnicas. Se van sin nada superfluo, incluso
sin lo necesario. Los medios y las cosas no son decisivas, sólo la fe que el
amor crea: Vivir de la confianza: confía en Dios, que no se perderá nada, y
confía en los hombres, que abrirán sus casas.
- Jesús nos quiere a
todos nómadas por y del amor: personas que no confían en la cuenta bancaria ni
en los ladrillos sino en el tesoro esparcido en todos los pueblos y ciudades:
manos y sonrisas que abren puertas y restauran corazones. La riqueza del nómada
e itinerante es la ligereza, la sencillez y la esencialidad con la que vive.
- La fuerza de la
Iglesia, hoy como entonces, no está en los números ni en los recursos ni en los
medios de comunicación, sino que reside en el corazón del discípulo: "El
locutor debe ser infinitamente pequeño, sólo así el anuncio será infinitamente
grande. "(G. Vannucci).
Es sorprendente que
Jesús insista más en el como anunciar que en su contenido. El evangelio tiene
que ser anunciado por aquellos que saben vivir con sencillez. Hombres y mujeres
libres que conocen el gozo de caminar por la vida sin sentirse esclavos de las
cosas. No son los poderosos, los financieros, los tecnócratas, los políticos
los que van a construir un mundo más humano.
Esta sociedad necesita
descubrir que hay que volver a una vida sencilla y sobria. No basta con
aumentar la producción y alcanzar un mayor nivel de vida. No es suficiente
ganar siempre más, comprar más y más cosas, disfrutar de mayor bienestar.
Esta sociedad necesita
como nunca el impacto de personas que sepan vivir con pocas cosas. Creyentes
capaces de mostrar que la felicidad no está en acumular bienes. Quienes viven
una vida sencilla y una solidaridad generosa son los que mejor predican hoy la
conversión que más necesita nuestra sociedad. Dios ya está aquí. Él está cerca
de ti con amor. Está aquí y cura la vida.
miércoles, 7 de julio de 2021
2021 JULIO MEDITACIÓN EUCARÍSTICA
La Santísima Sangre y sus tres
heridas
En esta tarde
en que nos presentamos ante ti Jesús sacramentado, queremos reflexionar sobre
la fiesta que hoy celebramos en nuestra ciudad: La solemnidad de la Santísima
Sangre. Me viene a la memoria aquel famoso poema de nuestro paisano alicantino
Miguel Hernández:
Llegó con tres heridas:
la
del amor, la de la muerte, la de la vida.
Con tres heridas viene:
la
de la vida, la del amor, la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la
de la vida, la de la muerte, la del amor.
Lo que dice el
poeta, bien podría aplicarse al Señor Jesús:
La herida de la vida.
Es bien conocido un texto del Antiguo Testamento, que identifica la vida con la
sangre: “La vida de la carne es la sangre” (Lev 17, 11). La experiencia
histórica de la liberación de Egipto, en la noche de Pascua, asocia también la
sangre con la vida, ya que la sangre servirá de señal en las casas donde estén
y, por tanto, sus habitantes quedarán libres de la muerte. Con Jesús de Nazaret
entramos ya en una nueva dimensión, a la vez más potente y más profunda, más
personal y más universal. Recordemos sus palabras: “Os aseguro que, si no
coméis la carne y no bebéis la sangre del Hijo del Hombre, no tendréis vida en
vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo
resucitaré el último día.” (Jn 6,53-56). Es muy claro, por tanto, que la sangre
de Jesús se convierte en fuente de vida, de vida plena y gozosa.
La herida del amor.
Sin duda, la vida de Cristo queda explicada y marcada por el amor. Al final de
sus días, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo” (Jn 13, 1); Su entrega brota del amor y, además, se orienta al amor. Se
trata, por tanto, de un amor que nos da la paz, construye la unidad, derriba
los muros de separación y nos regala la salvación (aunque, para ello, tenga que
derramar su sangre por la herida de su amor).
La herida de la muerte.
Es el evangelista Juan el que recoge la escena de la lanzada, señalando que,
del pecho abierto del Hijo de Dios crucificado, “brotó sangre y agua” (Jn 19,
34). Poco antes, es Lucas quien detalla que, durante la oración del Huerto, “le
corría el sudor como gotas de sangre cayendo al suelo” (Lc 22, 44). Si Cristo
no vaciló en entregarse del todo por nosotros, si Él llegó hasta el límite para
sacarnos del abismo en el que nuestro orgullo nos había postrado, nosotros
hemos de corresponder a su ejemplo saliendo de nuestra desidia, dejando a un
lado nuestras comodidades, implicándonos del todo cuando alguien sufra. En
definitiva, compartiendo el dolor ajeno sin hipocresía ni fingimiento.
Podeos
acercarnos a la Preciosa Sangre de Cristo para captar ahí las tres heridas, de
la vida, del amor, de la muerte. Y pedirle: ¡Sangre de Cristo, embriáganos! Esto
nos alentará a no banalizar nuestra vida. La llenaremos más bien de los mismos
sentimientos de Jesús. Dejaremos que nuestra alma sea conquistada por su amor,
un amor que no excluye a nadie, que tiene especial predilección por los menos
favorecidos.
Movidos por
este amor, no sucumbiremos al favoritismo, no tendremos una mirada interesada o
mezquina, acogeremos a todos, no llevaremos cuentas del mal, no guardaremos
rencor, saldremos sin remilgos al encuentro del prójimo. Si el Maestro nos ha
amado de modo incondicional, ha tenido misericordia de nosotros e incluso se ha
abajado hasta llegar a lavarnos los pies, nuestro camino ha de pasar por un
ejercicio constante de solidaridad y cercanía hacia cuantos están hundidos en
la amargura, la penuria, la depresión y el olvido.
Nos animará
igualmente a edificar una sociedad fraterna, donde se respeten los derechos y
libertades fundamentales del ser humano. Nos conducirá a abrir el corazón a los
pobres y a cuantos tienen destrozada su dignidad. Nos invitará a luchar contra
la explotación de la persona, contra quienes maltratan la vida. Nos
robustecerá, en fin, para consolar a quienes viven en la soledad o el abandono.
sábado, 3 de julio de 2021
2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XIV
Las lecturas de hoy nos proponen como modelo de conducta el «profetismo» representado por el profeta Ezequiel en la primera lectura y de modo eminente y definitivo por Jesús, en el evangelio de Marcos. Al usar el proverbio de que «no desprecian a un profeta nada más que en su casa», Jesús se presenta claramente como profeta. ¿Qué es un profeta? Los profetas y las profetisas no hablaban por su cuenta, sino que transmiten el mensaje de Dios, ven la realidad de lo que sucede con los ojos de Dios.
Jesús está en Nazaret, su
casa, todos se conocen, todos saben todo sobre todos (o eso creen). No tenía
poder, no era un intelectual con estudios. Tampoco pertenecía a los sacerdotes
del templo. No era miembro de una familia honorable, Jesús era un carpintero de
una aldea desconocida de Galilea.
La gente se asombra con
discursos y palabras nuevas que nunca han escuchado en la sinagoga; Lo veían
como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente. ¿de
dónde salen estas cosas?
Jesús habla
abiertamente de la humanidad, de la familiaridad de un Dios que sale del templo
y entra en lo cotidiano de cada casa. Jesús, un rabino sin títulos y con callos
en las manos, comenzó a contarles a Dios con parábolas que huelen a hogar, a
tierra, donde un brote, una semilla de mostaza, se convierte en imagen de la
revelación. Escandaliza la humildad de Dios. Este no puede ser nuestro Dios. Dónde
está su gloria y su esplendor. Un profeta es despreciado sólo en su casa. Son
los prejuicios humanos, las dudas, las etiquetas que colocamos sobre los
hombros de los demás.
Dios calla y se
asombra, pero no se da por vencido y dice a Ezequiel: "que oigan o no, que sepan que por lo menos hay un profeta entre
ellos". Estamos rodeados de profetas, quizás pequeños, quizás mínimos,
pero enviados continuamente. Y nosotros, como los habitantes de Nazaret,
malgastamos y malgastamos a nuestros profetas, sin escuchar lo inaudito de
Dios. Incluso Jesús ante la negativa de sus paisanos no se rinde. No pudo obrar
ningún milagro sólo impuso las manos
sobre unos pocos enfermos y los curó.
El Dios rechazado
todavía se preocupa. El amante rechazado sigue amando, incluso sin regresar.
Dios no está cansado de nosotros: simplemente está asombrado.
Lo que más atraía a la
gente era la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Jesús
comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor.
Sin embargo, las gentes
de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas,
sospechas y recelos. A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que
entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la
alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar
que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Jesús no
atrae por una doctrina, sino nos invita a vivir de manera nueva.