2021 JULIO MEDITACIÓN EUCARÍSTICA:
EL GRITO DEL SILENCIO
En esta tarde queremos sentirnos como Moisés ante la zarza ardiente, queremos postrarnos en el suelo. El fuego del Espíritu, el fuego del Amor arde en la Eucaristía aquí presente. Queremos sumergimos en el silencio. ¿Por qué el silencio? Porque es el canto más bello para la adoración.
Imaginemos la
escena de Belén: todo está rodeado de silencio. A parte de la música celestial
de los ángeles, María, José, los pastores, los Magos, no dicen una sola
palabra. Su sorpresa es tan grande ante la belleza del Niño que no pueden decir
nada. Y Él habla sólo con su sonrisa y con sus ojos. En sus ojos brilla la luz
del cielo, y la luz es silenciosa.
Imaginemos la
Pasión de Jesús. Durante la Pasión, Jesús calla. Sólo pronuncia unas cuantas
palabras, sobre todo las siete palabras en la cruz: las últimas, su testamento.
Pero hay un gesto que es más fuerte que todas las palabras, es una firma al
final de todas las demás, al final del Evangelio: una palabra silenciosa, un
gesto: su corazón traspasado por la lanza. Inmenso grito, silencioso. María y
Juan no hablan: testigos silenciosos, todos están absortos por el misterio.
Y ahora Jesús,
desde el santísimo sacramento nos habla y sigue caminando con nosotros. Sobre todo,
con la Eucaristía. La adoración eucarística es misterio de silencio. Jesús nos
espera. Nos escucha. Nos ama. ¿No es acaso el silencio el lenguaje más fuerte
del Amor? El lenguaje de un corazón que está demasiado lleno, y al mismo tiempo
demasiado herido de amor.
El silencio de
la adoración es un silencio que ama y que escucha. Escucha porque ama.
Ciertamente hay que aclamarlo, alabarlo, cantarlo. Pero después de haber
cantado, tenemos que prestar oído, escuchar el silencio, quizá Él tiene algo
que decirnos. Su voz discreta no se impone nunca sobre nuestros decibelios.
Susurra y no lo escuchamos. Quedémonos aquí. Escuchemos esta bella historia:
EL GRITO DEL SILENCIO: Érase una vez un reino que era
muy ruidoso; el chirrido de las máquinas, el estruendo de los cuernos y los
gritos de las gentes lo llenaban todo y el ruido llegaba hasta los confines del
mismo. Un año, el joven príncipe que había crecido en medio del ruido, declaró
que el día de su cumpleaños quería oír el ruido más grande del mundo. Publicó un
edicto diciendo que el día de su cumpleaños, a mediodía, todos los ciudadanos
de su reino se reunirían delante del balcón del palacio y durante un minuto
gritarían con toda la fuerza de sus pulmones.
En un rincón lejano del reino una mujer encontró el edicto
ridículo y preocupante y dijo a su marido que mientras los otros gritaran, ella
abriría simplemente la boca y haría como que gritaba. Se lo contó también a su
mejor amiga y esta a otra y aquella a otra…
Cuando llegó la hora señalada, el reino, por primera
vez en su historia, se calló. Y el joven príncipe escuchó, por primera vez en
su vida, el canto de los pájaros, el murmullo del agua de los arroyos y el
susurro del viento entre las hojas de los árboles... El príncipe lloró de
alegría.
Nosotros también
vivimos en el reino del ruido. Ruido en las calles, en las casas, en los coches
y en los corazones. ¿Cuándo es la última vez que experimentamos la alegría de
un profundo silencio? Cuanto más civilizados creemos ser más ruidos
experimentamos.
Dicen que el
silencio es precioso, pero ¿quién lo necesita? Hacemos cosas por dinero, por
placer y otras muchas para matar el tiempo. Dicen
que cuando Adán se aburría con la pacífica compañía de Dios, Dios dio cuerda al
primer reloj. Desde ese momento, el reloj se ha convertido en nuestro tirano y
marca el ritmo de nuestras vidas.
Jesús, en Mc
6, 30-34, invita a sus discípulos a un sitio tranquilo para descansar con Él.
Este aparte, este tiempo de paz y oración, de quietud y descanso, es tan
necesario como el respirar. Sin él podemos perder el centro. Donde está tu
tesoro allí está tu centro. Y Dios es nuestro origen y nuestro destino.
Nosotros, como los apóstoles, necesitamos un lugar y un tiempo para descansar,
orar, escuchar y aprender de Jesús.
Cuando
queremos conocer a alguien le preguntamos cómo se gana la vida. Soy maestro,
bombero, oficinista, abogado… Y así pensamos que conocemos ya toda su vida. La
mejor manera de conocer una persona es saber lo que hace en su tiempo libre.
Más importante que lo que hacemos es saber quiénes somos cuando no hacemos
nada. Nada de lo que nosotros podemos hacer nos hace más valiosos de lo que Dios
ya nos ha hecho a cada uno. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario