2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XIV
Las lecturas de hoy nos proponen como modelo de conducta el «profetismo» representado por el profeta Ezequiel en la primera lectura y de modo eminente y definitivo por Jesús, en el evangelio de Marcos. Al usar el proverbio de que «no desprecian a un profeta nada más que en su casa», Jesús se presenta claramente como profeta. ¿Qué es un profeta? Los profetas y las profetisas no hablaban por su cuenta, sino que transmiten el mensaje de Dios, ven la realidad de lo que sucede con los ojos de Dios.
Jesús está en Nazaret, su
casa, todos se conocen, todos saben todo sobre todos (o eso creen). No tenía
poder, no era un intelectual con estudios. Tampoco pertenecía a los sacerdotes
del templo. No era miembro de una familia honorable, Jesús era un carpintero de
una aldea desconocida de Galilea.
La gente se asombra con
discursos y palabras nuevas que nunca han escuchado en la sinagoga; Lo veían
como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente. ¿de
dónde salen estas cosas?
Jesús habla
abiertamente de la humanidad, de la familiaridad de un Dios que sale del templo
y entra en lo cotidiano de cada casa. Jesús, un rabino sin títulos y con callos
en las manos, comenzó a contarles a Dios con parábolas que huelen a hogar, a
tierra, donde un brote, una semilla de mostaza, se convierte en imagen de la
revelación. Escandaliza la humildad de Dios. Este no puede ser nuestro Dios. Dónde
está su gloria y su esplendor. Un profeta es despreciado sólo en su casa. Son
los prejuicios humanos, las dudas, las etiquetas que colocamos sobre los
hombros de los demás.
Dios calla y se
asombra, pero no se da por vencido y dice a Ezequiel: "que oigan o no, que sepan que por lo menos hay un profeta entre
ellos". Estamos rodeados de profetas, quizás pequeños, quizás mínimos,
pero enviados continuamente. Y nosotros, como los habitantes de Nazaret,
malgastamos y malgastamos a nuestros profetas, sin escuchar lo inaudito de
Dios. Incluso Jesús ante la negativa de sus paisanos no se rinde. No pudo obrar
ningún milagro sólo impuso las manos
sobre unos pocos enfermos y los curó.
El Dios rechazado
todavía se preocupa. El amante rechazado sigue amando, incluso sin regresar.
Dios no está cansado de nosotros: simplemente está asombrado.
Lo que más atraía a la
gente era la sabiduría de su corazón y la fuerza curadora de sus manos. Jesús
comunica su experiencia de Dios y enseña a vivir bajo el signo del amor.
Sin embargo, las gentes
de Nazaret no lo aceptan. Neutralizan su presencia con toda clase de preguntas,
sospechas y recelos. A Jesús no se le puede entender desde fuera. Hay que
entrar en contacto con él. Dejar que nos enseñe cosas tan decisivas como la
alegría de vivir, la compasión o la voluntad de crear un mundo más justo. Dejar
que nos ayude a vivir en la presencia amistosa y cercana de Dios. Jesús no
atrae por una doctrina, sino nos invita a vivir de manera nueva.
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