2021
AÑO B TIEMPO ORDINARIO XVI
La semana pasada Jesús envió a los discípulos de dos en dos a anunciar el Reino. Ahora regresan cansados del trabajo realizado. La actividad es tan intensa que ya «no encontraban tiempo para comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación: «Venid a un sitio tranquilo a descansar».
Los Doce conocieron a mucha gente, y lo hicieron con
el ejemplo de Jesús: se aproximaban, acariciaban, curaban los demonios de la
vida. Ahora es el momento de reconectarse en su espacio vital. Hay un momento
para todo: momentos para actuar y momentos para descansar y reflexionar. Jesús
lleva a parte a sus discípulos para
que gocen juntos de la sabiduría de la vida.
Escuchad lo que dice san Agustín de Hipona en el
siglo IV: «Un grupo de cristianos es un
grupo de personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en
común y se intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en
serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces
con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo
habitual. Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de
menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Son chispas
del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los
ojos, en mil gestos de ternura».
Deberíamos recuperar está dinámica de los seguidores
de Jesús: Saben rezar, pero saben reír. Saben estar serios y saben bromear. La
Iglesia actual aparece casi siempre grave y solemne. Parece como que los
cristianos le tenemos miedo a la risa, como si la risa fuera signo de
frivolidad o de irresponsabilidad.
La alegría nace de la confianza última en ese Dios
que nos mira a todos con piedad y ternura. Una alegría que distiende, libera y
da fuerzas para seguir caminando. Esta alegría une. Los que ríen juntos no se
atacan ni se hacen daño, porque la risa verdaderamente humana nace de un
corazón que sabe comprender y amar.
Al llegar ve Jesús el flujo imparable de personas y
el corazón le da un vuelco, siente compasión. Es como un mordisco, un
calambre, un espasmo en el interior. Y empezó a enseñar muchas
cosas. Era lo que necesitaba esta gente que parecían ovejas sin pastor;
necesitaban un poco de luz en el corazón, para iluminar el camino. Jesús realiza
este gesto de cariño. Esto deben aprender los Doce: mirar con emoción y
ternura. Y las palabras nacerán. Cuando aprendemos a ser compasivos,
cuando nos conmovemos, el mundo se injerta en nuestra alma y nos convertimos en
un río de paz y sabiduría. Si entre nosotros existen personas que se
conmueven por las necesidades del mundo y de sus semejantes, es posible que
pueda existir esperanza de salvación y de vida. Amén
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