sábado, 17 de julio de 2021


2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XVI

 La semana pasada Jesús envió a los discípulos de dos en dos a anunciar el Reino. Ahora regresan cansados del trabajo realizado. La actividad es tan intensa que ya «no encontraban tiempo para comer». Y entonces Jesús les hace esta invitación: «Venid a un sitio tranquilo a descansar».

Los Doce conocieron a mucha gente, y lo hicieron con el ejemplo de Jesús: se aproximaban, acariciaban, curaban los demonios de la vida. Ahora es el momento de reconectarse en su espacio vital. Hay un momento para todo: momentos para actuar y momentos para descansar y reflexionar. Jesús lleva a parte a sus discípulos para que gocen juntos de la sabiduría de la vida.

Escuchad lo que dice san Agustín de Hipona en el siglo IV: «Un grupo de cristianos es un grupo de personas que rezan juntas, pero también conversan juntas. Ríen en común y se intercambian favores. Están bromeando juntas, y juntas están en serio. Están a veces en desacuerdo, pero sin animosidad, como se está a veces con uno mismo, utilizando ese desacuerdo para reforzar siempre el acuerdo habitual. Aprenden algo unos de otros o lo enseñan unos a otros. Echan de menos, con pena, a los ausentes. Acogen con alegría a los que llegan. Son chispas del corazón de los que se aman, expresadas en el rostro, en la lengua, en los ojos, en mil gestos de ternura».

Deberíamos recuperar está dinámica de los seguidores de Jesús: Saben rezar, pero saben reír. Saben estar serios y saben bromear. La Iglesia actual aparece casi siempre grave y solemne. Parece como que los cristianos le tenemos miedo a la risa, como si la risa fuera signo de frivolidad o de irresponsabilidad.

La alegría nace de la confianza última en ese Dios que nos mira a todos con piedad y ternura. Una alegría que distiende, libera y da fuerzas para seguir caminando. Esta alegría une. Los que ríen juntos no se atacan ni se hacen daño, porque la risa verdaderamente humana nace de un corazón que sabe comprender y amar.  

Al llegar ve Jesús el flujo imparable de personas y el corazón le da un vuelco, siente compasión. Es como un mordisco, un calambre, un espasmo en el interior. Y empezó a enseñar muchas cosas. Era lo que necesitaba esta gente que parecían ovejas sin pastor; necesitaban un poco de luz en el corazón, para iluminar el camino. Jesús realiza este gesto de cariño. Esto deben aprender los Doce: mirar con emoción y ternura.  Y las palabras nacerán. Cuando aprendemos a ser compasivos, cuando nos conmovemos, el mundo se injerta en nuestra alma y nos convertimos en un río de paz y sabiduría. Si entre nosotros existen personas que se conmueven por las necesidades del mundo y de sus semejantes, es posible que pueda existir esperanza de salvación y de vida. Amén 

 

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