2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XXVI
En el evangelio de hoy
Jesús nos enseña a estar abierto al bien y a la tolerancia para promover la cultura del encuentro y del
dialogo que tanto necesita nuestra sociedad, hoy.
Toda persona es mi
«prójimo» que necesita de una mano amiga y solidaria. Alegrémonos de que se
haga el bien y las buenas obras, aunque no se nos haya ocurrido a nosotros sino
a personas de buena voluntad que anhelan un mundo mejor para todos.
El Maestro de Nazaret,
nos propone vivir como Él al servicio del reino de Dios, haciendo la vida de
las personas más humana, más digna y dichosa, para seguir construyendo una
Iglesia verdaderamente fraterna y empática, movido por su espíritu que busca el
bien de todos sus hijos, en especial de los más necesitados.
El relato del
evangelista Marcos es sorprendente y al mismo tiempo iluminador: Una persona
desconocida que no forma parte del grupo está expulsando demonios en nombre de
Jesús. Se dedica a dignificar y liberar a las personas del mal para que vivan
en paz y dignamente.
Los discípulos
pretendían monopolizar la enseñanza de Jesús y su acción salvífica. Esta
actitud la rechaza radicalmente Jesús porque lo más importante para Él no es el
prestigio del grupo, sino que la salvación de Dios llegue a todas las personas,
incluso por medio de aquellas que no pertenecen al grupo de los doce: «el que
no está contra nosotros, está con nosotros».
Éste es el Espíritu que
ha de animar siempre a sus verdaderos seguidores. Porque toda la vida de Jesús
fue una manifestación del gran amor de Dios por la humanidad y nos invita a
colaborar con alegría con todos los que viven de manera humana y se preocupan
de los más pobres y necesitados.
La respuesta de Jesús
está clara: No levantemos fronteras. Nuestro objetivo no es aumentar el número
de los que nos siguen, sino hacer crecer el bien; aumentar el número de
quienes, de muchas formas diferentes, pueden experimentar el Reino de Dios, que
es alegría, libertad y plenitud.
Es grandioso ver que
para Jesús la prueba definitiva de la bondad de la fe no reside en una adhesión
teórica al "nombre", sino en su capacidad para transmitir humanidad,
alegría, salud, vida. Todo el que da un sorbo de vida es de Dios. Esto nos
coloca a todos, serena y gozosamente, junto a tantos hombres y mujeres, de
distinta manera creyentes o no creyentes, que, sin embargo, tienen la vida en
el corazón y se apasionan por ella, que son capaz de inventar milagros para
hacer sonreír a alguien.
Cualquiera que dé un
vaso de agua... no perderá su recompensa. Un poco de agua, casi nada, algo tan
simple y pobre que nadie se quede sin ella. Jesús simplifica la vida: todo el
evangelio resumido en un vaso de agua.
Jesús nos invita a
mirar más allá del patio de la casa, abrir horizontes, a mirar a todo el
campamento humano: alza los ojos y ve ¿Cuántas semillas del Espíritu? ¿Cuántas
personas luchan por la vida de todos contra los demonios modernos:
contaminación, violencia, corrupción? Incluso están fuera de nuestro campamento.
Porque todos nos pertenecemos y nosotros somos de todos.
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