Hoy, en este día santo
de Navidad, la liturgia nos sorprende con un texto, que no busca endulzar unos oídos primerizos. En este día de
Navidad, que la Iglesia prolongará durante toda una octava, porque el hecho es
de tal envergadura que necesitamos tiempo para asumirlo, se nos ofrece a la
consideración el prólogo del cuarto evangelio.
Compendio de toda la Buena Noticia, es la recapitulación
de la inconsistencia humana que se debate, entre vivir, acoger y ser luz, o cerrar
la puerta del corazón a la luz de la Vida.
La posibilidad de vivir
nuestra relación con Dios como hijos,
supone un desafío. Vivir como
regalo, sabiéndonos acompañados, custodiados y asegurados por el amor
incondicional, en fraternidad con los demás hombres y mujeres del mundo,
que hoy y siempre, han acogido la luz.
La Palabra se encarnó, toma cuerpo, ya no hay quimera,
ilusión o fantasía. De Dios nunca podremos decir que su Palabra fuera
campana hueca o címbalo que aturde. Dios
no quiere estar lejos de aquello que ama. Dios se quiere en la historia. Dios se quiere encontrar y
dejarse encontrar en sus propios hijos.
En definitiva, Dios se ha encarnado, se ha hecho Niño para
estar junto a nosotros. Y lo ha hecho por puro amor al ser humano; y porque
el amor tiende siempre a la unión con lo
amado.
De ahí que nuestro
mejor tributo en este día de Navidad sea
creer en su amor.
Por medio de la Palabra se hizo todo, ella está en el origen de la creación. Al margen
de Dios y del Logos, no existe nada.
En la palabra había vida y la vida era la luz de los
hombres. La Vida nos lleva a
la luz, es decir, a la comprensión. La vivencia dentro de mí. Dios, que es
Vida, está en mí y me comunica esa misma Vida. Lo que salga de mí será la
manifestación de esa Vida-salvación.
Y la tiniebla no la recibió. El mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Ni siquiera los suyos
fueron capaces de descubrirla.
Pero a cuantos la recibieron, significa aceptación de su persona: los que
confían en lo que significa Jesús y lo viven, les da poder para ser hijos de
Dios. Tenemos aquí la buena noticia.
Y la Palabra se hizo carne. Una nueva presencia de Dios. Dios no está ya en el
templo, ni en la tienda del encuentro. Ahora está en Jesús. Se hizo
hombre-carne; Se hizo carne sin dejar de ser Logos. Sin dejar de estar volcado
sobre Dios se identifica con lo más débil del ser humano.
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