2022 AÑO C TIEMPO DE PASCUA V
Queridos hermanos en
este quinto domingo de pascua nos encontramos con unas palabras centrales de
Jesús en el evangelio. Es habitual que cada grupo trate de identificarse a
través de algunos signos concretos: una bandera, un escudo, un hábito, un eslogan,
un color, una actividad. En la sociedad
de Jesús, los fariseos se distinguían por las filacterias de sus mantos, los
esenios por vivir retirados en el desierto.
Hoy Jesús propone una
“señal” universalmente válida, porque constituye la expresión más acertada de
aquello que somos en nuestra identidad profunda. La señal más característica del
cristiano es el amor, pero no cualquier tipo de amor, sino el amor de ágape,
entregado, gratuito e incondicional.
Se trata de una señal con
validez universal, porque no nace de una creencia ni de una ideología, sino de
la comprensión de lo que somos, no podemos vivir sin amar ni ser amados.
El amor como el de
Jesús señala un horizonte inclusivo, donde nadie queda fuera. Es una propuesta
que propugna el final de todo sectarismo y enfrentamiento, que invita a
desarrollar una mirada que sabe ver al otro en profundidad y que aboga por la
fraternidad universal.
Con esta propuesta
Jesús de Nazaret sabe trascender cualquier tipo de particularismo social,
cultural o religioso. Muestra el camino de la sabiduría que ilumina la
existencia humana y se plasma en la vivencia del amor.
Hay muchas formas de
amar y sabemos que no todas son camino de crecimiento en humanidad. El amor que
Jesús nos enseñó, con su predicación, pero sobre todo con su vida, era tan
novedoso que los cristianos tuvieron que forzar el vocabulario a su alcance.
Empezaron a reservar la palabra “ágape” para designar ese amor que a partir de
entonces sería la señal de identidad de los seguidores del Maestro. Un amor que
no nace del deber sino de la comprensión profunda y de la identificación con
todos los seres. Un amor que se expresa en la inclusión universal y en el
servicio.
Os doy un mandamiento nuevo. La Biblia es una biblioteca sobre el arte de amar. Y
este es quizás el capítulo central. Y en efecto, aquí Jesús añade: amaos los unos a los otros como yo os he
amado.
Lo más importante es el
cómo. No basta con amar, podría ser
sólo una forma de dependencia del otro, o el miedo al abandono, un amor que
utiliza al compañero, o uno hecho sólo de sacrificio. También hay amores
violentos y desesperados. Amores tristes e incluso destructivos.
Estamos en el escenario
de la Última Cena, cuando Jesús, en su creatividad, inventa gestos nunca vistos:
el Maestro lavando los pies con el gesto del esclavo o de la mujer. También
ofrece el pan a Judas, que lo ha tomado y se ha ido. Y se hunde en la noche.
Dios es amor que se ofrece incluso al traidor, y hasta el último lo llama
amigo. No es amor sentimental el de Jesús, es la historia inédita de la ternura
del Padre; ama con los hechos, con las manos, concretamente.
El amor que saca de
cada uno lo mejor de lo que puede llegar a ser: fuentes enteras de esperanza y
libertad; saca la mariposa de la oruga que creía ser. La gloria del hombre, y
la misma gloria de Dios, consisten en amar. No hay nada más que presumir. Ahí
está el éxito de la vida. Su verdad.
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