Meditación
eucarística:
Maestro
para siempre
Querido
Jesús sacramentado en esta tarde venimos para contemplarte como el Maestro
eterno que enseñas desde la vida, desde el altar, desde la cruz, desde la
Eucaristía.
Enséñanos
Maestro, desde el silencio de tu Presencia real, abre nuestros oídos para
escuchar, nuestra mente para comprender y nuestro corazón para recibir.
En
la historia, muchos maestros han guiado con palabras, con libros, con ideas.
Pero tú, Jesús, enseñas con tu vida… y sobre todo, con tu entrega.
Tu
Cátedra no fue de mármol, fue la cruz. Tu aula no tuvo paredes, tuvo caminos,
corazones, miradas. Tus palabras no fueron solo teoría… fueron carne, fueron
pan. Y aún hoy, sigues enseñando… no con discursos, sino con el gesto supremo
del amor: la Eucaristía.
En
un mundo de maestros temporales, ideologías pasajeras, palabras que se
olvidan…Tú eres el Maestro para siempre. El que no se va. El que espera. El que
se queda. El que no se cansa de enseñar, aun cuando no lo escuchamos. Escuchemos
esta historia
Maestro
para siempre:
Sergio había sido maestro por más de 20 años. Amaba enseñar. Pero cuando la
escuela donde trabajaba cerró por recortes, y su nombre no apareció en ninguna
nueva lista de contrataciones, algo dentro de él se apagó.
-
Ya nadie necesita lo que sé, se decía mientras servía café en silencio.
Sus
días se volvieron grises, repetitivos. El teléfono ya no sonaba. Y las pizarras
y los cuadernos quedaron guardados en un rincón del armario, como si fueran
parte de otra vida. Un día, mientras caminaba sin rumbo por el parque, vio a un
niño llorando junto a una mujer. Se había caído de la bicicleta y no quería
volver a subir. Sergio se agachó con cuidado, sin invadir, y le habló con esa
voz pausada que alguna vez llenó salones:
-
¿Sabes qué hacen los valientes? Se sacuden el polvo y vuelven a intentarlo.
El
niño lo miró, dudó… pero finalmente volvió a subir. Dio una vuelta entera. Sonrió.
La madre, conmovida, agradeció con los ojos llenos.
-
Debería haber más personas como usted, le dijo.
Aquella
frase, sencilla y sincera, se le quedó clavada en el pecho. Esa misma tarde,
Sergio desempolvó un viejo cuaderno. En la primera hoja escribió: “Ideas para
enseñar, aunque ya no tenga un aula”.
Días
después, comenzó a subir videos con consejos de estudio, palabras de ánimo,
lecciones de vida. Sin buscarlo, se volvió viral. Sus antiguos alumnos lo
compartían, y nuevos rostros lo descubrían.
Una
mañana, al leer un mensaje que decía: “Usted me devolvió las ganas de seguir”,
Sergio sonrió como no lo hacía hace años.
Porque
entendió que tal vez no había perdido su lugar… solo estaba aprendiendo a dar
desde otro.
Señor
Jesús a veces la vida nos saca del camino que conocíamos, no para castigarnos,
sino para mostrarnos que hay otros senderos donde también podemos florecer. Lo
que sabemos, lo que somos, lo que damos… nunca es en vano. Solo necesitamos
encontrar el lugar correcto para llegar.
Tú
eres el que más nos enseñas desde tu vida y tus acciones, desde tus palabras de
vida o desde tus sacramentos.
Cada
vez que nos acercamos al altar, tú nos das la clase más perfecta: la lección
del amor que se parte, que se reparte, que se dona. No hablas con voz fuerte,
pero nos gritas con tu silencio eucarístico: Así se ama. Así se vive. Así se
entrega el que ama de verdad. Frente al pan consagrado, aprendemos que el amor
no se guarda, se entrega. Que el amor no se presume, se vive. Que el amor no
muere, se multiplica.
Tú
lo prometiste: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo
(Mt 28,20) Y cumples esa promesa de forma concreta y viva en la Eucaristía.
Amén.
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