miércoles, 20 de agosto de 2025


 

Meditación eucarística:

Maestro para siempre

 

Querido Jesús sacramentado en esta tarde venimos para contemplarte como el Maestro eterno que enseñas desde la vida, desde el altar, desde la cruz, desde la Eucaristía.

Enséñanos Maestro, desde el silencio de tu Presencia real, abre nuestros oídos para escuchar, nuestra mente para comprender y nuestro corazón para recibir.

En la historia, muchos maestros han guiado con palabras, con libros, con ideas. Pero tú, Jesús, enseñas con tu vida… y sobre todo, con tu entrega.

Tu Cátedra no fue de mármol, fue la cruz. Tu aula no tuvo paredes, tuvo caminos, corazones, miradas. Tus palabras no fueron solo teoría… fueron carne, fueron pan. Y aún hoy, sigues enseñando… no con discursos, sino con el gesto supremo del amor: la Eucaristía.

En un mundo de maestros temporales, ideologías pasajeras, palabras que se olvidan…Tú eres el Maestro para siempre. El que no se va. El que espera. El que se queda. El que no se cansa de enseñar, aun cuando no lo escuchamos. Escuchemos esta historia

 

Maestro para siempre: Sergio había sido maestro por más de 20 años. Amaba enseñar. Pero cuando la escuela donde trabajaba cerró por recortes, y su nombre no apareció en ninguna nueva lista de contrataciones, algo dentro de él se apagó.

- Ya nadie necesita lo que sé, se decía mientras servía café en silencio.

Sus días se volvieron grises, repetitivos. El teléfono ya no sonaba. Y las pizarras y los cuadernos quedaron guardados en un rincón del armario, como si fueran parte de otra vida. Un día, mientras caminaba sin rumbo por el parque, vio a un niño llorando junto a una mujer. Se había caído de la bicicleta y no quería volver a subir. Sergio se agachó con cuidado, sin invadir, y le habló con esa voz pausada que alguna vez llenó salones:

- ¿Sabes qué hacen los valientes? Se sacuden el polvo y vuelven a intentarlo.

El niño lo miró, dudó… pero finalmente volvió a subir. Dio una vuelta entera. Sonrió. La madre, conmovida, agradeció con los ojos llenos.

- Debería haber más personas como usted, le dijo.

Aquella frase, sencilla y sincera, se le quedó clavada en el pecho. Esa misma tarde, Sergio desempolvó un viejo cuaderno. En la primera hoja escribió: “Ideas para enseñar, aunque ya no tenga un aula”.

Días después, comenzó a subir videos con consejos de estudio, palabras de ánimo, lecciones de vida. Sin buscarlo, se volvió viral. Sus antiguos alumnos lo compartían, y nuevos rostros lo descubrían.

Una mañana, al leer un mensaje que decía: “Usted me devolvió las ganas de seguir”, Sergio sonrió como no lo hacía hace años.

Porque entendió que tal vez no había perdido su lugar… solo estaba aprendiendo a dar desde otro.

 

Señor Jesús a veces la vida nos saca del camino que conocíamos, no para castigarnos, sino para mostrarnos que hay otros senderos donde también podemos florecer. Lo que sabemos, lo que somos, lo que damos… nunca es en vano. Solo necesitamos encontrar el lugar correcto para llegar.

Tú eres el que más nos enseñas desde tu vida y tus acciones, desde tus palabras de vida o desde tus sacramentos.

Cada vez que nos acercamos al altar, tú nos das la clase más perfecta: la lección del amor que se parte, que se reparte, que se dona. No hablas con voz fuerte, pero nos gritas con tu silencio eucarístico: Así se ama. Así se vive. Así se entrega el que ama de verdad. Frente al pan consagrado, aprendemos que el amor no se guarda, se entrega. Que el amor no se presume, se vive. Que el amor no muere, se multiplica.

Tú lo prometiste: Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,20) Y cumples esa promesa de forma concreta y viva en la Eucaristía. Amén.

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