SOLEMNIDAD
DE PENTECOSTÉS
Queridos hermanos celebramos la gran
fiesta de Pentecostés. Es la fiesta de la fuerza de Dios, de su Espíritu
derramado por doquier. El Espíritu es libre y se representa con este viento
recio o el fuego depositado en las cabezas que no se apaga ni se extingue. Los
Hechos de los Apóstoles presenta a los discípulos como "borrachos",
intoxicados por algo que los ha aturdido con alegría, como un fuego, una locura
divina que no pueden contener. Es fuego y viento de coraje que abre las puertas
y las palabras. Y la primera Iglesia, encaramada defensivamente, con miedo a
los judíos es arrojada hacia afuera y hacia adelante. Nuestra Iglesia en los
momentos de dificultad siempre tuvo la tentación de enrocarse, de cerrar
puertas y ventanas. La crisis actual de presencias, no impide que nuestra
Iglesia esté con manos abiertas, porque siempre han cabido todos, los pecadores
y justos, los fieles e infieles, Porque el Espíritu nunca cedió, es pura
energía y amor desinteresado.
Jesús les había prometido que pasara lo
que pasase no les dejaría solos: Él pediría al Padre que les enviara al
Espíritu para que estuviese siempre con ellos. Es el Espíritu que crea y da
vida, el Espíritu de la verdad, el Espíritu que consuela y que impulsa, el que
renueva la faz de la tierra y los corazones de todos los humanos.
Los discípulos encerrados, temerosos,
porque tenían miedo. Juntos, apagados, inexpresivos. No se sentían capaces de
salir de la situación. ¡Si al Maestro le pasó lo que le pasó, qué pasará con
nosotros! “Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a
vosotros”. No entendían. No entendemos. Los tranquilizó. Nos tranquiliza. “Y
los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor”. Brotó la alegría, que
nadie se altere, que no se descentren los corazones.
“Como el Padre me ha enviado, así
también os envío yo”. No vale encerrarse, ni siquiera juntos, protegiéndose del
mundo. Envías. Siempre nos envías.
“Recibid el Espíritu Santo”. La alegría y la sensación de Paz acabaron
con el miedo. Toda la tierra está llena del Espíritu de Dios, toda criatura
está poseída por el Espíritu, aunque no sea evidente, incluso si la tierra
aparece llena de injusticia, sangre, locura, miedo. Sin embargo, toda pequeña
criatura está llena por el viento de Dios, que siembra santidad en el cosmos.
Pentecostés es el “después” del tiempo
de aprendizaje y del tiempo de la desilusión. Pentecostés es el tiempo para
salir por ahí e ir contagiando. ¡Qué palabra tan peligrosa en este tiempo!
Insisto, tiempo de contagio y propagación de un soplo de Vida que no cesa si
dejamos que se expanda, si no lo retenemos, si no nos escondemos.
Pentecostés es la fiesta de la Comunidad
y se sirven deliciosos manjares: alegría, paz, solidaridad, abrazos de los que
se dan, besos de los que hemos echado en falta, encuentros aplazados y al fin
conseguidos. Pentecostés es el tiempo de Dios y se vive desde el Amor. ¡Ven
Espíritu divino…y empapa nuestro corazón de sensatez y ayúdanos a no olvidar
que lo único urgente es lo esencial: el cuidado de la Vida en todas sus formas!