2020 AÑO A
TIEMPO ORDINARIO XXVIII
Jesús conocía
muy bien cómo disfrutaban los campesinos de Galilea en las bodas que se
celebraban en las aldeas. Este recuerdo
vivido desde niño le ayudó en algún momento a comunicar su experiencia de Dios
de una manera nueva y sorprendente.
Anuncia en la parábola una gran fiesta en la ciudad:
el hijo del rey se va a casar.
Pero los invitados, gente seria, con los pies en la
tierra, empiezan a poner excusas: tienen compromisos, negocios que concluir, no
tienen tiempo para estas cosas: un banquete, fiestas, relaciones con los demás,
amistades y afectos.
- La esencia de la parábola es ésta: Dios es como
alguien que organiza un banquete, el mejor de los banquetes, y nos invita, y nos
ofrece en el plato las condiciones para una vida buena, hermosa y alegre. El
Evangelio afirma que la vida es y no puede ser más que una continua búsqueda de
la felicidad, y Jesús tiene la clave para ello. Pero nadie va a la fiesta, el
salón está vacío.
- La reacción del rey es dura al principio, pero
también espléndida: porque envía a sus sirvientes a buscar en el cruce de
caminos, en las periferias, en los suburbios, hombres y mujeres sin
importancia, mientras tengan hambre de vida y de fiesta. Al igual que dio su
viñedo a otros...
- Todos somos invitados a la fiesta, sin importar el
mérito o la formalidad. No pidas nada, dona todo. Es hermoso este Dios que,
cuando es rechazado, en lugar de bajar las expectativas, las eleva: ¡llama a
todos! Se abre, se ensancha.
- De la gente importante de la ciudad pasa a los
últimos de la fila: que entren todos, malos y buenos, justos e injustos, casa
llena, escándalo para mi corazón de fariseo. Y entonces Dios desciende al
banquete, es la imagen de un Dios cercano, que entra en el corazón de la vida. Dios
no se encuentra lejos, separado, sentado en su trono como juez, sino está dentro
de la sala del mundo, aquí con nosotros, como alguien que cuida de nuestra alegría,
y se ocupa de ella.
- La segunda parte de la historia: un invitado no
lleva el vestido de fiesta. Y lo echaron. Pero el vestido al que se refiere no
es el que se lleva encima la piel, es el vestido del corazón. Es un corazón que
vibra, que se ilumina, que sueña con el festín de la vida, que quiere creer,
porque creer es un festín. También nosotros somos mendigos de la alegría y del
amor del cielo.
- Podemos decir que Jesús entendió su vida entera
como una gran invitación a una fiesta final en nombre de Dios. Por eso, Jesús
no impone nada a la fuerza, no presiona a nadie. Anuncia la Buena Noticia de
Dios, despierta la confianza en el Padre, enciende en los corazones la
esperanza. Jesús era realista. Sabía que la invitación de Dios puede ser
rechazada. Pero, según la parábola, Dios no se desalienta. El deseo de Dios es
que la sala del banquete se llene de invitados. Por eso, hay que ir a “los
cruces de camino”, por donde caminan tantas gentes errantes, que viven sin
esperanza y sin futuro. La Iglesia ha de seguir anunciando con fe y alegría la
invitación de Dios a todos sus hijos.
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