miércoles, 14 de octubre de 2020



 2020 MEDITACIÓN 
ANTE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO

 “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: `¿Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano”. Mt 7, 1-5

 

Señor, acabamos de leer tus palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...

¿Y qué hacemos nosotros desde la mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... vamos de chisme en chisme sin detenernos a pensar que lo que traemos entre las manos, mejor dicho, en nuestra lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan por nuestro camino, por nuestra vida. Y no solo eso, nos erigimos en jueces de ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un poco dentro de nosotros.

Señor, en este momento que tenemos la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, nos avergonzamos al ver esa viga que no está precisamente en nuestros ojos ojo, sino en nuestro corazón. En este momento nos sentimos tan pequeños, tan sin valor, con todas esas "cosas" que generalmente criticamos de los demás y que notamos que en nosotros son mayores y más graves.

Jesús, tu Corazón nunca nos ha juzgado tan severamente como nosotros acostumbramos a juzgar a nuestros semejantes. Solo hay una respuesta: ¡porque nos amas!

Ahora mismo sentimos tu mirada desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó el corazón para siempre... y así nos estás mirando en esta tarde, en este Altar nos estás hablando de corazón a corazón: Y nos dices "Amadme a mí y amad a los que os rodean, no juzguéis a los que cruzan por vuestro camino... ámalos como me amáis a mí, porque todos, sean como sean, son mis hermanos, son mis criaturas y por ellos y por vosotros estuve un día muriendo en una Cruz... Os quiero a vosotros, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!"

Señor, ¡ayúdanos! Arranca de nuestro corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir perdón y aún peor, ese sentimiento que nos roe el alma y que no nos deja perdonar... No perdones nuestras ofensas, nuestros desvíos, nuestra frialdad, nuestro alejamiento como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, a los que nos dañan, a los que nos lastiman, porque nuestro perdón suele ser un "perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñanos Señor, a dar ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL

Llegamos a esta Iglesia siendo los de siempre, con nuestra pereza, con nuestras rencillas, nuestras necedades, nuestro orgullo, nuestras intransigencias para los demás, sin paz, con nuestros labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra nosotros.

Pero Tú nos has mirado, Señor, desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y hemos sabido y hemos sentido que nos amas como nadie me puede amar y nuestra alma ha recobrado la paz.

Nos atrevemos a prometerte que queremos ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vayamos, en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en la calle, donde estamos, llevar esa Luz que hemos visto en tus ojos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....

¡Ayúdanos, Señor, para que así sea!

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