Señor, acabamos de leer tus
palabras según el evangelista San Mateo. Con qué claridad nos está hablando el
Maestro, con qué claridad nos llega tu mandato, Señor: ¡NO JUZGUÉIS!...
¿Y qué hacemos nosotros desde la
mañana a la noche? Juzgar, criticar, murmurar... vamos de chisme en chisme sin
detenernos a pensar que lo que traemos entre las manos, mejor dicho, en nuestra
lengua, es la fama, la honestidad, el buen nombre de las personas que cruzan
por nuestro camino, por nuestra vida. Y no solo eso, nos erigimos en jueces de
ellos y ellas sin compasión, sin caridad y como Tu bien dices, sin mirar un
poco dentro de nosotros.
Señor, en este momento que
tenemos la dicha inmensa e inmerecida de estar frente a Ti, nos avergonzamos al
ver esa viga que no está precisamente en nuestros ojos ojo, sino en nuestro
corazón. En este momento nos sentimos tan pequeños, tan sin valor, con todas
esas "cosas" que generalmente criticamos de los demás y que notamos
que en nosotros son mayores y más graves.
Jesús, tu Corazón nunca nos ha
juzgado tan severamente como nosotros acostumbramos a juzgar a nuestros semejantes.
Solo hay una respuesta: ¡porque nos amas!
Ahora mismo sentimos tu mirada
desde esa Sagrada Hostia con esos ojos de Dios y Hombre, con los mismos que
todos los días miras a todos los hombres y mujeres, como miraste a María
Magdalena, como miraste al ladrón que moría junto a ti y por esa mirada te robó
el corazón para siempre... y así nos estás mirando en esta tarde, en este Altar
nos estás hablando de corazón a corazón: Y nos dices "Amadme a mí y amad a
los que os rodean, no juzguéis a los que cruzan por vuestro camino... ámalos
como me amáis a mí, porque todos, sean como sean, son mis hermanos, son mis
criaturas y por ellos y por vosotros estuve un día muriendo en una Cruz... Os
quiero a vosotros, los quiero a ellos, a TODOS...¡NO LOS JUZGUES!"
Señor, ¡ayúdanos! Arranca de
nuestro corazón ese orgullo, esa soberbia, ese amor propio que no sabe pedir
perdón y aún peor, ese sentimiento que nos roe el alma y que no nos deja
perdonar... No perdones nuestras ofensas, nuestros desvíos, nuestra frialdad,
nuestro alejamiento como nosotros perdonamos a los que nos ofenden, a los que
nos dañan, a los que nos lastiman, porque nuestro perdón suele ser un
"perdón limitado", lleno de condiciones.... ¡Enséñanos Señor, a dar
ese perdón como es el tuyo: amplio, cálido, total, INFINITAMENTE TOTAL
Llegamos a esta Iglesia siendo
los de siempre, con nuestra pereza, con nuestras rencillas, nuestras necedades,
nuestro orgullo, nuestras intransigencias para los demás, sin paz, con nuestros
labios apretados, sin sonrisa, como si el mundo estuviera contra nosotros.
Pero Tú nos has mirado, Señor,
desde ahí, desde esa humildad sin límites, desde esa espera eterna a los
corazones que llegan arrepentidos de lo que somos... y hemos sabido y hemos
sentido que nos amas como nadie me puede amar y nuestra alma ha recobrado la
paz.
Nos atrevemos a prometerte que
queremos ser como esa custodia donde estás guardado y que donde quiera que vayamos,
en nuestro hogar, en nuestro trabajo, en la calle, donde estamos, llevar esa
Luz que hemos visto en tus ojos, y mirar a todos y al mundo entero con ese amor
con que miras Tu y perdonar como perdonas Tu....
¡Ayúdanos, Señor, para que así
sea!
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