Estamos de nuevo delante de Jesús sacramentado, es un momento privilegiado, un remanso de paz y de sosiego en medio de tanta agitación. Pongámonos en disposición de acoger la presencia del Señor para recuperar la paz y la tranquilidad, pero sobre todo vivir una vida serena y ajustada.
Vamos
a escuchar una historia que nos enseña la importancia de nuestra paz interior.
Había una vez, un rey que ofreció un gran premio a
aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos
artistas intentaron, y el rey observó y admiró todas las pinturas que le
presentaron, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que
escoger entre ellas.
– La primera era un lago muy tranquilo. Este lago
era un espejo perfecto donde se reflejaban unas placidas montañas que lo
rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas.
Todos aquellos que miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz
perfecta.
– La segunda pintura también tenía montañas. Pero
éstas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del
cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía
retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada
pacifico.
Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, miró tras
la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este
arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de
agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en el medio de su nido…
Paz perfecta… ¿Cual crees que fue la pintura
ganadora?
El Rey escogió la segunda. ¿por qué?
- «Porque,» explicaba el Rey, «Paz no significa
estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz
significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos
calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz.
El
Dios Padre que nos presenta Jesús es un Dios lleno de ternura, suave, amoroso.
Porque el amor es así. Una vivencia de un amor que aprieta, que limita, que
paraliza, es una experiencia negativa del amor, no es vivir por amor; es vivir
en el egoísmo y en la búsqueda de mis propias necesidades y deseos.
La
suavidad es la manifestación del espíritu, Dios es así de suave como la brisa
del mar, como el aire que toca nuestra cara, como esa plantita en medio de la
cascada que puede crecer a su ritmo y a su manera.
Es
el Dios que no te exige más de lo que tú puedes y quieres entregarle. Es el
Dios que te espera y te acompaña. El Dios que no necesita tantas cosas para
manifestarte su infinito amor y su ternura. Es ese Dios que te ofrece la paz en
lo sencillo, sin tantas cosas, sin tantas palabras, sin tantas consideraciones.
Santa
Teresa de Jesús vivió así esta experiencia de Dios:
Nada
te turbe, nada te espante, todo se pasa Dios no se muda, la paciencia todo lo
alcanza, quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta.
Teresa
vive profundamente esta experiencia de amor así, por eso cuando nos invita a
ser amigos de Jesús nos recuerda que Jesús no está esperando otra cosa de
nosotros, sino que le miremos, ya con ese deseo Él se conmueve y nos llena de
su presencia y de su incomparable compañía.
Hoy
para escuchar a Jesús abrimos nuestro corazón, abrimos las puertas para recibir
tu amor, abrimos los brazos para tu abrazo de perdón. Para escuchar a Jesús no
hacen falta tantas cosas, para escucharle solo necesitamos la ternura de su
voz. Para escucharle, no hay palabras ni razones, para escucharle, solo basta
oír, en el silencio, el murmullo de su amor. Amén
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