2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO IV
El Evangelio de este
domingo nos presenta a Jesús, rodeado de sus discípulos, en la Sinagoga de Cafarnaúm.
Un pueblo y una Sinagoga muy frecuentada por Jesús. Era sábado, el día más
importante de la semana para los judíos, y su actividad comenzaba orando y
escuchando la Palabra de Dios, dando gracias. El evangelio dice que Jesús
estaba enseñando y que la gente se quedaba asombrada de cómo hablaba. Decían
que hablaba con autoridad, como nadie lo había hecho antes. Una autoridad
que es la fuerza de la verdad. Los
letrados y los doctores de la ley eran personas expertas en el estudio y la
explicación de la Torá (la Ley de Moisés), pero la gente se da cuenta de que
Jesús no habla como ellos, sino “con
autoridad”.
Hablar “con
autoridad” significa, pues, hablar desde la propia experiencia, a partir de
lo que se ha visto y constatado en primera persona. Cuando escuchamos a quien
habla así, nuestros corazones vibran, produciendo ecos o resonancias: aquello
que estamos oyendo conecta con nuestro interior y despierta lo que ya estaba en
nosotros, aunque estuviera dormido o apagado.
Vivimos en una cultura que ha pecado de academicismo,
en la era de la post-verdad, en un intento narcisista de convertir en verdad
aquello que nos interesa. En medio de toda esa espesa jungla de palabrería y de
falsas verdades, echamos de menos palabras que nos lleguen al corazón.
Los cristianos solo debemos buscar la verdad. Pero
la verdad no es un concepto, una creencia, una idea, la verdad es lo que queda
cuando toda la parafernalia del mundo cae.
Volvamos a Jesús, la
gente estaba asombrada por su enseñanza, Jesús tiene autoridad porque es
creíble, en él coinciden mensaje y mensajero: dice lo que es, y se comporta
como tal. No juega ningún papel. Es un aumento de vida, un gran
aliento, un horizonte libre, una esperanza nunca soñada. No enseñó como los
escribas que, a pesar de ser inteligentes, que estudiaron y conocen bien las
Escrituras, pero solo en teoría, no conmueve el corazón, no ilumina la vida, no
se convierte en pan compartido, en gestos vivificadores.
Muchas
veces nosotros también somos como escribas, nos acercamos al Evangelio con la
razón, incluso creemos que lo hemos entendido, pero nuestra existencia no
cambia. Y el evangelio debe transformar, sino, no es evangelio, buena
noticia. La fe no es conocer las cosas, sino hacerlas sangre y vida. Tenemos
que elegir quién da alas. Quien nos capacita mejor para volar, para soñar,
para vivir de forma diferente, más humana y fraterna.
El
primer milagro tiene lugar entonces en la sinagoga. Un poseído está
rezando con la comunidad. Había oído tantos sermones, tantos domingos la
misa, pero mantenía un espíritu enfermo, un alma distante. Podemos vivir
toda la vida como cristiano dominical sin que la Palabra de Dios nos toque, sin
entrar realmente en hacerla vida nueva.
¿Has
venido a arruinarnos? pregunta el maligno y la respuesta es SI: Vino a arruinar todo lo que arruina al ser humano. Amén