2021 MEDITACIÓN EUCARISTICA:
EL
TRONCO CAÍDO
En esta noche fría y oscura nos ponemos delante de ti Señor, porque queremos adorarte y sentirte muy cerca. Sabemos que nunca nos abandonas, pero muchas veces necesitamos sentirte cerca, sentirte dentro, sentirte que nos envuelves con tu abrazo de padre y de hermano.
Escuchemos esta
historia-leyenda de los indios Cherokee que tienen un ritual muy especial a
través del cual los niños pasan a ser adultos.
Cuando el niño empieza su adolescencia, su padre lo
lleva al bosque, le venda los ojos y se va, dejándolo solo.
El joven tiene la obligación de sentarse en un
tronco toda la noche y no puede quitarse la venda de los ojos hasta que los
rayos del sol brillan de nuevo al amanecer. Él no puede pedir auxilio a nadie.
Pero una vez que sobrevive esa noche, ya es un hombre. No puede contarles a sus
amigos ni a nadie más sobre su experiencia, porque cada joven tiene que
convertirse en un hombre solo.
Durante la noche, como es natural, el joven está
aterrorizado. Él puede oír toda clase de ruidos: bestias salvajes que rondan a
su alrededor, lobos que aúllan… o quizás, hasta algún humano que puede hacerle
daño. Escucha el viento soplar y la hierba crujir, pero debe permanecer sentado
estoicamente en el tronco, sin quitarse la venda, ya que ésta es la única
manera en que puede llegar a ser un hombre ante los ancianos de su tribu.
Finalmente, después de esa horrible noche, aparece
el sol y el niño se quita la venda… es entonces cuando descubre a su padre
sentado junto a él. Su padre no se ha separado de su lado ni siquiera un
instante, velando durante la noche en silencio, listo para proteger a su hijo
de cualquier peligro sin que él se dé cuenta. El padre estaba allí, aunque el
hijo no lo sabía.
De esa misma
forma, nosotros tampoco estamos solos. Aun cuando no podamos verlo, en medio de
las oscuridades de la vida, nuestro Padre Celestial está a nuestro lado,
velando por nosotros, cuidándonos y protegiéndonos de los peligros que nos
acechan. Dios nunca nos abandona, y hace
guardia, sentado en el tronco junto a nosotros.
Esta es una
certeza que experimentamos desde Jesús de Nazaret que nos mostró como es
nuestro Padre del cielo, nunca nos abandona, nunca nos deja solos. Es la
sensación de sentirnos arropados y protegidos, aunque no lo veamos con los ojos
físicos, sino que se tiene que ver y experimentar con los ojos del corazón.
Jesús se
convierte en nuestro hermano para acompañarnos en la vida, como palabra
encarnada, como el Dios con nosotros, que siempre estará ahí a nuestro lado.
En esta tarde
y delante de tu cuerpo sacramentado, te pedimos que no nos dejes solos nunca y
que a pesar de las circunstancias que nos depare la vida, que tu aliento y tu
calor cercano nos reconforte y nos ayude a caminar siempre por la senda adecuada
y justa dando la mano a todos los caminantes de la vida y animándoles a sentir
que el Padre está sentado en el mismo tronco que nosotros y que está vigilando
y controlando para que nada ni nadie nos pueda hacer daño.
Por eso,
cuando vengan los problemas y las sombras nos envuelvan, lo único que tenemos
que hacer es confiar en Él, con la seguridad de que algún día vendrá el
amanecer, nos quitaremos la venda y lo veremos cara a cara tal cual es.
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