sábado, 21 de agosto de 2021


 

2021 AÑO B TIEMPO ORDINARIO XXI

 Vivimos en una sociedad en la que hay muchas personas de vuelta de todo, también de vueltas de la fe, quizás demasiadas. La experiencia de Dios la ven como pasada de moda. Ni siquiera les merece la pena el llegar a cuestionarse la misma existencia de Dios. Nuestra sociedad está saciada y muchas veces sumida en la desidia. Hay quienes tienen hambre de tantas cosas, otros están tan hartos, pocos tenemos hambre de Dios. Sin embargo, Jesús sigue ofreciéndose como pan de vida, como el verdadero alimento que puede saciar y llenar se sentido la vida de los hombres y mujeres de este mundo.

Algunos se habrán escandalizado como aquellos de los que hoy nos habla el Evangelio. Son duras estas palabras. También había sido duro para el joven rico: vender todo lo que tienes y dárselo a los pobres. Duras palabras en el monte: Bienaventurados los perseguidos, Bienaventurados los que lloran. Pero en una Iglesia, en la que cada vez somos menos, al menos en la vieja Europa, sigue vigente la pregunta de Jesús: ¿También vosotros queréis marcharos?

Nadie había hablado nunca de Dios así: un Dios que no derrama sangre, sino que derrama su propia sangre; un Dios que va a morir de amor, que se hace pequeño como un trozo de pan, se convierte en alimento para el hombre.

El maestro no trata de detenerlos, de convencerlos, no les suplica: eres libre, vete o quédate, ¡pero elige! Yo también estoy llamado a elegir de nuevo, ir o quedarme. Y la estupenda respuesta de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Solo tú tienes palabras de vida eterna. Tu solo. Dios solo.

Es un hermoso comienzo: Tu solo. No hay nadie más a quien confiar la vida. Solo tú tienes palabras: Dios tiene palabras, el cielo no está vacío y mudo, y su palabra es creadora, abre caminos y abre caricias y fuegos. Solo tú tienes las palabras de vida. Palabras que dan vida, a cada parte de nosotros. Le dan vida al corazón, le dan coraje y horizontes, derriten la dureza. Dan vida a la mente porque la mente vive de la libertad y la verdad, y tú eres la verdad que te libera. Vida al espíritu, a esta parte divina depositada en nosotros, a esta porción de cielo que nos compone. Palabras de vida eterna, que traen la eternidad como regalo a todo lo más bello de nuestro corazón. Que finalmente dan vida a la vida.

La fe cristiana no se impone. La fe se propone. La libertad es fundamental en el seguimiento de Jesús. Los cristianos somos la Comunidad que come y bebe con Jesús en la mesa de la Eucaristía. Una realidad sacramental que no mira exclusivamente a lo que sucedió en la última Cena y en la Cruz, sino que nos proyecta hacia la otra orilla de esa Vida Eterna, plenitud del Reino.

El pan de la Eucaristía nos da fuerzas y nos reconforta en el camino de la vida. No podemos prescindir de Jesús, de experimentar cada día su cercanía y amor. Sabemos que en el empeño nunca estamos solos. Él cumple su promesa y nos acompaña hasta la meta final.

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