2021
AÑO B TIEMPO ORDINARIO XIX
Seguimos con el discurso del pan de vida. “Yo soy el pan vivo bajado del cielo”.
Este es el poder del lenguaje de Jesús, su misterio y su historia expresados
no con razonamientos sino a través de imágenes: pan, vivo, descenso, cielo.
Cuatro palabras metafóricas, que indican movimiento, experiencia, sabor y
horizontes. No explican el misterio, pero te hacen vibrar, es un misterio
gozoso para disfrutar y saborear. El pan del que habla no es el que sale del
horno, es mucho más: es el símbolo de todo lo que nos hace bien y nos mantiene
con vida.
Los judíos comenzaron a murmurar contra Jesús, ¿cómo?
No es el hijo de José, como dice que ha bajado del cielo. Ellos esperaban que Dios
todopoderoso debería hacer cosas, como milagros solares poderosos, definitivos,
evidentes. Pero Dios no hace espectáculos.
Jesús es mucho más sencillo es pan que desciende del
cielo. Y desciende, por mil calles, en cien caminos, como pan viene a mí ahora,
en este momento, y continuamente. Puedo optar por no tomarlo como comida, pero
desciende incansablemente, me envuelve de fuerza positiva.
El Evangelio de hoy se articula en torno al verbo
comer. Un gesto tan sencillo y cotidiano, pero tan vital y poderoso, que Jesús
lo eligió como símbolo del encuentro con Dios. El Pan que desciende del cielo
es Dios como un asunto vital para el hombre. El pan que comes te hace vivir, y
luego vives de Dios y comes su vida, sueñas sus sueños, prefieres los que él
prefirió. Son mordiscos de cielo.
Qué ejemplo tan maravilloso del pan. El pan es el
único, entre los alimentos, que nunca da náuseas; se come a diario y cada vez
agrada su sabor. Va con todos los alimentos. Las personas que sufren hambre no
envidian a los ricos su caviar, o el salmón ahumado; envidian sobre todo el pan
fresco.
Cuando este pan llega al altar y es consagrado
ocurre la transustanciación. La palabra transformación: significa pasar de una
forma a otra, transustanciación pasar de una sustancia a otra. Una persona sale
de la peluquería, con un peinado completamente nuevo: Sale transformada. Ha
cambiado su forma y aspecto externo, pero no su ser profundo ni su
personalidad. Si era inteligente lo sigue siendo; si no lo era, tampoco lo es
ahora. Ha cambiado la apariencia, no la sustancia.
En la Eucaristía sucede exactamente lo contrario:
cambia la sustancia, pero no la apariencia. El pan es transustanciado, pero no
transformado; las apariencias (forma, sabor, color, peso) siguen siendo las de
antes, mientras que cambia la realidad profunda: se ha convertido en el cuerpo
de Cristo. Se ha realizado la promesa de Jesús: El pan que yo daré es mi carne
para la vida del mundo.
La expresión “vida eterna” no significa simplemente una vida
de duración ilimitada después de la muerte, sino una vida de profundidad y calidad
nuevas, una vida que pertenece al mundo definitivo. Una vida plena que va más
allá de nosotros mismos, porque es ya participación en la vida de Dios.
Sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida cuando amamos a nuestros hermanos 1Juan 3.
Pero no se trata de amar porque nos han dicho que amemos,
sino porque nos sentimos radicalmente amados. Y porque creemos con firmeza que hay
una vida, una plenitud, un dinamismo, una libertad, una ternura que el mundo no
puede dar, solo Jesucristo.
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