2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXIII
Si no renunciamos a todo no podemos ser discípulos
de Jesús. Palabras duras y ásperas. Si uno no me ama más que al padre, a la
madre, a la esposa, a los hijos, a los hermanos, a las hermanas e incluso a la
propia vida, no puede ser discípulo mío. Esta lista de siete objetos de amor conforma la geografía del corazón, nuestro mapa de la felicidad.
Si uno no me ama
más que a su propia vida... parecen las palabras de una persona exaltada. No se trata de sacrificar cualquier vínculo
del corazón, Jesús jamás nos pediría eso, ya que el amor es su mandamiento principal.
El centro está en el verbo 'amar', en amar
más. El objetivo no es disminuir
sino potenciar, el corazón humano es suficientemente grande para albergar
más amores: no se nos pide que sacrifiquemos,
sino que sumemos. Jesús se ofrece
como un aumento, un aumento de vida.
Una vida intensa, plena, profundamente amada y nunca negada.
Para entender el verbo amar en su sentido propio, hay que tener en cuenta el
trasfondo bíblico, el Dios de la Alianza, que pide ser amado con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas.
La exigencia de amar a Dios significa ser fiel, no seguir a los ídolos,
escuchar, obedecer, ser justo en la vida.
Amar "con todo el corazón", la totalidad
del corazón no significa exclusividad. Amarás a Dios con todo tu corazón, no significa que sólo lo amarás a él.
Con todo tu corazón también amarás a tu madre,
a tu hijo, a tu marido, a tu amigo. No
hay amor a medias.
En esta página del Evangelio el Señor se refiere
también a “calcular”, a “deliberar”,
para lo que se necesita verdadera sabiduría. Es cierto que el ejemplo que
propone el Señor a la muchedumbre que lo escuchaba es un sencillo ejemplo de
sentido común para considerar los pros y los contras ante un determinado
proyecto: construir una torre o entrar en batalla de quien le ataca con un
mayor número de soldados.
Y
sobre todo coger la cruz: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome
su cruz cada día y me siga”. Esta es la “sabiduría” que nos ofrece
Jesucristo y de la que espera hagamos buen uso, porque solamente así podremos
decirnos con verdad que somos “cristianos”, es decir, seguidores, discípulos de
Jesucristo.
Seguir
a Jesucristo es arriesgado y comprometido y, no obstante, es
el único camino del que disponemos
para alcanzar la meta. Nosotros que hemos recibido
la gracia de la fe tenemos la misión de hacer partícipes a las demás personas del don recibido, de manera que cada vez sea más numeroso el “pueblo de
Dios” y su influjo en nuestra sociedad y
en el mundo se traduzca en esperanza,
alegría y paz para todos, de manera especial en los días que estamos
viviendo, sumidos en una crisis de valores. Jesucristo sigue siendo la
esperanza y tal esperanza pasa por la colaboración de cada persona bautizada.
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