sábado, 24 de septiembre de 2022


 

2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXVI

Hoy nos encontramos con una parábola verdaderamente impresionante. Es la historia de un hombre rico, un mendigo y un "gran abismo" excavado entre ellos. La enseñanza clara de Jesús es cuidar lo humano frente a lo inhumano. Primera parte: Los dos protagonistas se cruzan y no se dirigen la palabra, uno va vestido con harapos, el otro de púrpura; uno vive ricamente, en una casa lujosa, el otro está enfermo, vive en la calle y se disputa unas migajas con los perros. ¿Es este el mundo que Dios soñó para sus hijos?

Un Dios que nunca se nombra en la parábola, pero que está ahí: no habita en la luz del palacio, no hay lugar para él, pues Dios no está presente donde el corazón está ausente. Él habita en las llagas de un pobre.

Tal vez el rico es un devoto y rece: "Oh, Dios, extiende tu oído a mi súplica", mientras hace oídos sordos al lamento del pobre. Pasa por encima de él como se pasa por encima de un charco. Ni pensar en pararse, escuchar, tocarlo: el pobre hombre es invisible para los que tienen cerrados los ojos del corazón. ¡Cuántos invisibles en nuestras ciudades, en nuestros países! Pero cuidado con lo invisible, porque allí se refugia lo eterno.

El hombre rico no daña a Lázaro, no le hace daño. Hace algo peor: no lo hace existir, lo reduce a residuos, a nada. En su corazón lo mata. Ver, conmoverse, escuchar, tocar, verbos muy humanos, los primeros para que nuestra tierra esté habitada no por la ferocidad sino por la ternura. Quien no acoge al otro, en realidad se aísla, es la primera víctima del "gran abismo", de la exclusión.

Segunda parte: el pobre y el rico mueren, y la parábola los sitúa en las antípodas, como estaban en la tierra. "Por favor, padre Abraham, envía a Lázaro con una gota de agua en la punta del dedo". Una gota para cruzar el abismo.

Qué le cuesta, Padre Abraham, ¡un pequeño milagro! ¡Una palabra para mis cinco hermanos! Pero no, porque no es el regreso de un muerto lo que va a convertir a nadie, es la vida y los vivos. No son los milagros los que cambiarán nuestra trayectoria, no son las apariciones ni los signos, la tierra ya está llena de milagros, llena de profetas: tienen los profetas, que los escuchen; tienen el Evangelio, que lo escuchen. Más aún: la tierra está llena de pobres Lázaros, que los escuchen, que los miren, que los toquen.

El rico no tiene nombre, no tiene compasión, no tiene identidad, mientras que Lázaro significa, “Dios me ayuda” y no digamos ya sus actitudes: sus riquezas le han cegado y no ve, mientras que Lázaro está enfermo, tiene hambre y es ignorado, excluido, nadie la ayuda, pero espera en su Dios.

En las parábolas de la misericordia, hay un denominador común: EL VER o NO VER. No perder la tensión por los hermanos, la sensibilidad por el reino de Dios porque nos desfondaríamos, colocaríamos barreras infranqueables. El mal uso de la riqueza obstaculiza el hacer un mundo más justo y, es peor todavía, si el rico se siente a gusto con esa distancia que produce. Nuestra felicidad está en nosotros mismos, no en las riquezas y sus esclavitudes.

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