2022 AÑO C TIEMPO ORDINARIO XXIV
El evangelio de hoy, es
un canto a la misericordia de Dios.
A su bondad. Hoy, al
escuchar la Palabra,
nos sentimos abrumados. ¿Qué tenemos los hombres y mujeres, los seres humanos
para que Dios se acuerde de nosotros? Ni más ni menos que somos creatura suya
y, el Creador, no puede consentir que su
obra se pierda, se derrumbe, se malogre o sea troceada por miles de
circunstancias.
Una oveja se pierde,
una moneda se pierde, un hijo se pierde. Casi
se podría decir que son derrotas de Dios. En cambio, los protagonistas de las parábolas son un pastor que desafía al desierto, una mujer que no se rinde por la moneda que
no encuentra, un padre atormentado,
que no se rinde y no deja de mirar. Las
tres parábolas de la misericordia son el evangelio del evangelio. Podemos
perder a Dios, pero él nunca nos perderá
a nosotros. Ninguna página llega a lo
esencial de nuestra relación con nosotros
mismos, con los demás, con Dios, como ésta.
El muchacho había
salido de casa, joven y hambriento de
vida, libre y rico, pero se encuentra como un pobre siervo disputando la amargura de las bellotas con
los cerdos. Así que vuelve, dice la parábola, llamado por un sueño de pan
(la casa de mi padre huele a pan...). No
vuelve por amor, vuelve por hambre. No busca un padre, busca un buen
maestro. No vuelve porque esté
arrepentido, sino porque tiene miedo. Pero a Dios no le importa por qué nos
ponemos en marcha. Basta con que demos
un primer paso en la buena dirección. El
hombre camina, Dios corre. El hombre se pone en marcha, Dios ya ha llegado.
Lo vio de lejos, se movió, corrió hacia Él, se echó
a su cuello y lo besó. Con sólo dar
un paso Él ya me ha visto y se ha conmovido. Yo empiezo y Él me espera al
final. Yo digo: Ya no soy tu hijo, Él me
tapa la boca, porque quiere salvarme de mi corazón de siervo y devolverme un corazón de hijo. El Padre está cansado de tener siervos en
la casa en lugar de hijos. Por lo menos que el perdido que regrese sea un hijo
para Él. Debemos dejar de amar a Dios
como sumisos y volver a amarlo como hijos, entonces podremos entrar en la
fiesta del Padre: porque no es el miedo
lo que libera del mal, sino más amor; no es el castigo, sino el abrazo.
El Padre que todo lo
abarca se reduce a ser nada más que esto: brazos
eternamente abiertos, esperándonos en cada camino: la casa del Padre limita
con cada casa nuestra. ¿Es el Padre de esta parábola "justo"? No, no
es justo, pero la justicia no es
suficiente para ser un hombre, y mucho menos para ser Dios. Su justicia consiste en recuperar a los hijos,
no en remunerar sus actos. El amor no es
justo, es una locura divina.
La parábola nos habla de un Dios escandalosamente
bueno, que prefiere la
felicidad de sus hijos a su fidelidad, que no es justo sino más bien, es exclusivamente bueno.
¿Es Dios así entonces? ¿Tan excesivo, tan exagerado?
Sí, el Dios en el que creemos es así.
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