2024 ABRIL MEDITACIÓN
EUCARISTICA.
LA PRINCESA CHINA
Jesús
sacramentado la Pascua nos recuerda tu oferta y el don de tu vida por cada uno
de nosotros. Siempre podremos realizar contigo el camino del esfuerzo, de la
bondad y de la gratitud. No nos dejas jamás solos. Sentimos siempre tu presencia
enriquecedora y salvadora. Escuchemos esta bella historia de superación y de
identificación con la hermosura del amor y de la bondad.
La Princesa china: En el antiguo Imperio chino vivía una princesa que
estaba en edad de casarse. Su padre, el emperador, le animó a que escogiera
marido entre todos los súbditos del imperio. Quería para ella al hombre más
hermoso, valiente e ingenioso del mundo.
Se enviaron mensajeros por todas las regiones. Los
jóvenes que creyeran tener esas cualidades podían presentarse en el palacio en
el día señalado. En una lejana región vivía un hombre muy hábil. No era nada
hermoso. Los rasgos de su cara revelaban que era cruel y malvado, hosco,
violento. Era un ladrón y un asesino. Pero se le ocurrió una feliz idea para
participar en la selección. Le encargó al mejor artesano de máscaras una que
expresara la máxima belleza, ternura, gracia. El mismo ladrón quedó impresionado
con los resultados. Era realmente perfecta. Se la colocó, y en vez de los
rasgos duros y violentos, su rostro reflejó candor, belleza, dulzura, valor.
La princesa lo seleccionó sin la menor duda entre el
grupo de sus pretendientes. A todos superaba por su belleza y prestancia.
Cuando el ladrón comprendió las consecuencias de su trampa, se puso a temblar
de miedo: Sabía que, cuando se descubriera el engaño, el Emperador lo mandaría
matar. Para salir del problema, le dijo a la princesa que no era conveniente
acelerar el noviazgo y que le diera un año para prepararse para tomar una
decisión tan transcendental. A la princesa le pareció buena la idea y le agradó
que fuera un hombre, además de bello y elegante, prudente.
Como en todo el imperio lo conocían como el pretendiente
y prometido de la princesa, no tuvo más remedio que empezar a desempeñar ese
papel. Debía cuidar las palabras que decía, actuar con elegancia y delicadeza,
ser valiente, mostrar coraje y misericordia. Así, fue aprendiendo a actuar con
bondad y generosidad, comenzó a ser compasivo y piadoso; ayudaba a los menesterosos,
combatía las injusticias, consolaba a los tristes...
Pero había un abismo entre la máscara y el corazón.
No podía olvidarse de quién era en realidad. Su espíritu se consumía de
resentimiento, le incomodaban los halagos de la gente, le horrorizaban sus
propios engaños
Y llegó de nuevo el día de volver a palacio y
presentarse a la princesa. Iba decidido a contarle toda la verdad y asumir las
consecuencias. Llegó, se echó por tierra, la saludó, y entre muy amargas
lágrimas le contó todos sus engaños:
- Soy un bandido, un malhechor. Me hice esta máscara
tan sólo por contemplar el interior del palacio y poder admirar a la mujer más
hermosa del imperio. Nunca pensé que podría elegirme. Cuánto siento haber
aplazado un año sus planes de matrimonio...
La princesa se enfadó mucho, pero sintió curiosidad
por ver quién era, por contemplar al hombre depravado que se ocultaba tras la
máscara. Y le dijo:
- Me has engañado, pero te perdono porque has sido
capaz de contar a tiempo toda la verdad. Sólo te pido un favor para dejarte
libre: quítate la máscara y déjame ver tu rostro.
Temblando de miedo, el bandido se quitó la máscara.
Al verlo, la princesa se enfadó y enfureció:
- ¿Por qué me engañaste? ¿Por qué llevas una máscara
que reproduce a la perfección tu propio rostro?
Y era cierto.
El rostro verdadero se había identificado con la máscara. Un año entero de
esfuerzo por ser como la máscara, lo había cambiado por completo. Si te juntas
con personas alegres, te irán comunicando su alegría. Si tus amigos son trabajadores
y honrados, tú también lo irás siendo. Huye de los amargados, falsos y
corruptos porque te inocularán su veneno, y te irán haciendo como ellos.
Practica con tesón la sonrisa y la bondad hasta que tallen tu rostro. Suelta
tus músculos, cubre de alegría tus miedos. No importa cómo has sido hasta
ahora, imita la virtud, proponte ser alegre, servicial y trabajador y verás cómo
cambia tu rostro y tu corazón. Te pasará como al ingenioso pretendiente de
aquella bella princesa.
Jesús continúa
sosteniendo nuestra vida por el camino del bien y del amor. Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario