miércoles, 17 de abril de 2024

2024 abril meditación eucarística:

La sabiduría de la anciana abadesa

De nuevo Jesús sacramentado nos encontramos ante ti con un corazón humilde y sencillo. Queremos aprender de ti a ser tus testigos, testigos de la vida nueva que nos traes, testigos de tu bondad y tu amor para con todos, sobre todo con los más necesitados. Queremos aprender de ti a saber encajar todas las adversidades de la vida, aceptar lo bueno y lo adverso, para transformarlo en más sabiduría, experiencia y fortaleza. Tu solo puedes llenarnos de tu sabiduría y entereza, enséñanos Señor Jesús a amar a Dios sobre todas las cosas y a los hermanos como a nosotros mismos. Escuchemos esta enseñanza de hoy.

La sabiduría de la anciana abadesa: Cuentan las viejas crónicas que, había en Normandía un monasterio dirigido por una abadesa de gran sabiduría. Más de cien monjas vivían en él entregadas a la oración, el trabajo y el servicio a Dios.

Un día, el obispo del lugar acudió al monasterio a pedir a la abadesa que destinara a una de sus monjas a predicar en la comarca. La abadesa decidió a la hermana Clara, una joven novicia llena de virtud, de inteligencia y de otras singulares cualidades.

La madre abadesa la envió a estudiar, y la hermana Clara pasó largos años en la biblioteca del monasterio. Cuando regresó, todas las monjas alabaron su erudición y la maestría de su discurso. Se arrodilló ante la abadesa y le preguntó con avidez: ¿Ya puedo ir a predicar, reverenda madre?

La anciana abadesa la miró a lo profundo de sus ojos y le pareció descubrir que en la mente de la hermana Clara había más respuestas que preguntas.

- Todavía no –le dijo, y la envió a trabajar en la huerta.

Allí estuvo de sol a sol por varios meses, soportando las heladas del invierno y los calores sofocantes del verano. Aprendió a esperar el crecimiento de las semillas y a reconocer, el momento oportuno de podar los frutales. Adquirió otra clase de sabiduría; pero aún no era suficiente.

La madre abadesa la envió a la portería. Día a día escuchó las súplicas de los mendigos que acudían a pedir un plato de comida, y las quejas de los campesinos explotados por el señor del castillo. Su corazón ardía en ansias de justicia. Pero la madre abadesa consideró que todavía no estaba lista.

La envió entonces a recorrer los caminos con una familia de saltimbanquis. Vivía en el carromato, les ayudaba a montar su tablado en las plazas de los pueblos. Aprendió a contar adivinanzas y chistes y a recitar romances y poemas como los juglares. Cuando regresó al monasterio, llevaba consigo canciones en los labios y se reía como los niños: ¿Puedo ir ya a predicar, madre?

- Aún no, hija mía. Vaya a orar.

La hermana Clara pasó largo tiempo en una solitaria ermita en el monte. Cuando volvió, llevaba el alma transfigurada y llena de silencio.

- ¿Ha llegado ya el momento?

No, todavía no había llegado. Se había declarado una epidemia de peste, y la hermana Clara fue enviada a cuidar de los apestados. Veló durante noches enteras a los enfermos, lloró amargamente al enterrar a muchos de ellos, y se sumergió en el misterio de la vida y de la muerte.

Cuando se debilitó la peste, ella misma cayó enferma de tristeza y de agotamiento y fue cuidada por una familia. Aprendió a ser débil y a sentirse pequeña, se dejó querer, ayudar y recobró la paz.

Cuando regresó al monasterio, la Madre abadesa la miró con cariño y la encontró más humana y vulnerable. Tenía la mirada serena y el corazón lleno de rostros: Ahora sí, hija mía, ahora sí.

La acompañó hasta el gran portón del monasterio, y allí la bendijo imponiéndole las manos. Y mientras las campanas tocaban el Ángelus, la hermana Clara echó a andar hacia el valle para anunciar allí el santo Evangelio.

Hermoso relato, donde podemos encontrar los rasgos principales del genuino testigo de Jesús, sembrador de vida y militante de la esperanza: Necesita sí, estudios serios y formación sólida. Pero también, conocer y compartir la vida y trabajos de los obreros y campesinos y adquirir la profunda sabiduría de la sencillez que brota del contacto con la vida y la naturaleza. También es necesario que su corazón se agite con la pasión por la justicia y asuma su profesión como una misión de servicio a la vida de los más débiles. Necesita aprender a reír y hacer reír, hacerse niño, asumir la vida como fiesta. Y necesita sobre todo cincelar su corazón en el servicio a los más necesitados y hacerse humilde y débil, capaz de recibir ayuda y amor, para sólo así poderlo brindar a los demás.

 

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