2024 CICLO B TIEMPO DE PASCUA II
DOMINGO DE LA MISERICORDIA
Los discípulos de Jesús
han tenido una experiencia inaudita: «Hemos visto al Señor» le dicen a Tomás
que no se encontraba con ellos y los escucha con escepticismo. Necesita
comprobarlo personalmente: «Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y
no meto la mano en su costado, no lo creo». Solo creerá por su propia
experiencia.
A los ochos días Jesús
se presenta de nuevo a donde estaban los discípulos y se ofrece a satisfacer
sus exigencias: Y le muestra sus heridas para que las toque. Pero en ese
momento Tomás se da cuenta que esas heridas no son prueba de nada, sino signos de
su amor entregado hasta la muerte.
Tomás experimenta la
presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el
discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta
encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: «Señor
mío y Dios mío». Nadie ha confesado así a Jesús.
A esta comunidad
cerrada, doblada en sí misma, que no se abre, que tiene miedo, que se está
enfermando. Y sin embargo Jesús viene a ella. Y no por encima, ni a distancia,
sino está en medio de ellos. El, el
maestro de los maestros, nos enseña a manejar la imperfección de vidas. Su
método no consiste en recriminarles su actitud y sus miedos, nos les echa en
cara nada, simplemente se acerca a ellos y les ofrece la paz como regalo; a los
que no creen, ofrecen otra oportunidad. Por eso hoy celebramos el domingo de la
misericordia infinita que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y sobre la
humanidad. Si está vivo, nuestra vida cambia. Está en medio, y dice: Paz a
vosotros. Ni un deseo, ni una promesa, es mucho más, una declaración: la paz
está contigo, está aquí, ha comenzado; no es mérito, es un regalo.
La resurrección no
cerró los agujeros de los clavos, no curó las heridas del costado y de la
espalda. Porque la muerte en la cruz no es un mero accidente que superar: esas
heridas son la gloria de Dios, el punto más alto del amor, la gran belleza de
la historia. En ese amor corporal escribió su historia con el alfabeto de
heridas, las únicas que no engañan. Indeleble ahora como amor mismo.
Este discípulo, que se
resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de
hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos
visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus
abrazos.
Por eso Jesús nos
invita a todos a profundizar más allá de sus dudas: No seáis incrédulos, sino creyentes.
No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes.
Las dudas, vividas de manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se
contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos
estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios
encarnado en Jesús.
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