sábado, 6 de abril de 2024

2024 CICLO B TIEMPO DE PASCUA II

DOMINGO DE LA MISERICORDIA

 

Los discípulos de Jesús han tenido una experiencia inaudita: «Hemos visto al Señor» le dicen a Tomás que no se encontraba con ellos y los escucha con escepticismo. Necesita comprobarlo personalmente: «Si no veo en sus manos la señal de sus clavos... y no meto la mano en su costado, no lo creo». Solo creerá por su propia experiencia.

A los ochos días Jesús se presenta de nuevo a donde estaban los discípulos y se ofrece a satisfacer sus exigencias: Y le muestra sus heridas para que las toque. Pero en ese momento Tomás se da cuenta que esas heridas no son prueba de nada, sino signos de su amor entregado hasta la muerte.

Tomás experimenta la presencia del Maestro, que lo ama, lo atrae y le invita a confiar. Tomás, el discípulo que ha hecho un recorrido más largo y laborioso que nadie hasta encontrarse con Jesús, llega más lejos que nadie en la hondura de su fe: «Señor mío y Dios mío». Nadie ha confesado así a Jesús.

A esta comunidad cerrada, doblada en sí misma, que no se abre, que tiene miedo, que se está enfermando. Y sin embargo Jesús viene a ella. Y no por encima, ni a distancia, sino está en medio de ellos. El, el maestro de los maestros, nos enseña a manejar la imperfección de vidas. Su método no consiste en recriminarles su actitud y sus miedos, nos les echa en cara nada, simplemente se acerca a ellos y les ofrece la paz como regalo; a los que no creen, ofrecen otra oportunidad.  Por eso hoy celebramos el domingo de la misericordia infinita que Dios tiene sobre cada uno de nosotros y sobre la humanidad. Si está vivo, nuestra vida cambia. Está en medio, y dice: Paz a vosotros. Ni un deseo, ni una promesa, es mucho más, una declaración: la paz está contigo, está aquí, ha comenzado; no es mérito, es un regalo.

La resurrección no cerró los agujeros de los clavos, no curó las heridas del costado y de la espalda. Porque la muerte en la cruz no es un mero accidente que superar: esas heridas son la gloria de Dios, el punto más alto del amor, la gran belleza de la historia. En ese amor corporal escribió su historia con el alfabeto de heridas, las únicas que no engañan. Indeleble ahora como amor mismo.

Este discípulo, que se resiste a creer de manera ingenua, nos va a enseñar el recorrido que hemos de hacer para llegar a la fe en Cristo resucitado a los que ni siquiera hemos visto el rostro de Jesús, ni hemos escuchado sus palabras, ni hemos sentido sus abrazos.

Por eso Jesús nos invita a todos a profundizar más allá de sus dudas: No seáis incrédulos, sino creyentes. No hemos de asustarnos al sentir que brotan en nosotros dudas e interrogantes. Las dudas, vividas de manera sana, nos rescatan de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, sin crecer en confianza y amor. Las dudas nos estimulan a ir hasta el final en nuestra confianza en el Misterio de Dios encarnado en Jesús.

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