sábado, 9 de noviembre de 2024


 

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO XXXII

La lectura de los evangelios ofrece muchas perspectivas cuando se mezcla con la vida. Sigue siendo luz para iluminar nuestro caminar, nuestros modos de vida.

El evangelio de este domingo propone como modelo de ciudadana del reino a aquella viuda pobre que dio todo lo que tenía. Por eso Jesús la alabó por encima de los que daban mucho porque tenían más. Esto queda claro.

Imaginemos al Templo brillando esplendoroso bajo los rayos del sol. Sus cientos de columnas de cedro sosteniendo los pórticos interminables y proyectando su sombra sobre los suelos enlosados del mejor mosaico... Todo rezuma grandeza y esplendor.

Y allí en medio, en claro contraste con el resto, hay una pobre viuda insignificante que pasa desapercibida de todos… menos para Jesús: ¿Veis aquella mujer? Nadie se había fijado en ella porque a los ojos del mundo era sin duda la última, pero a los ojos de Jesús era la primera, porque en el Reino todo es al revés.

Para el mundo el más importante es el que más tiene; para el Reino el más importante es el que más sirve. Para el mundo el primero es el más dotado; para el Reino el primero es el más necesitado.

El Reino no se impone como los reinos del mundo, el Reino se siembra, y cuando cae en buena tierra da el ciento por uno. El Reino se construye de dentro a fuera; crece por la fuerza de la Palabra, desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el servicio, no desde el poder.

El objeto primero del mensaje de Jesús es el Reino, es decir, el reinado de los criterios de Dios en el mundo; unos criterios locos si los comparamos con los criterios que propone el mundo.

Jesús, sentado, observa. Su mirada penetrante, tan aguda como la de los profetas, advierte en aquella pobre viuda un gesto de nada, en el que se oculta lo divino; ve el destello absoluto en el detalle de dos peniques. Ella echó dos peniques, pero dio más que todos los demás. ¿Por qué más que todos? Porque la balanza de Dios no es cuantitativa, sino cualitativa. Cuenta cuánto corazón hay en ello, cuánto peso de lágrimas y cuánta fe. Para aquella mujer, las palabras originales que gasta Marcos son brillantes: echó en el tesoro toda su vida. Echó todo lo que necesitaba para vivir. Quien lo da todo, no se sorprende, pues, de recibirlo todo. Aquella mujer arrojó al mundo lo mejor que tenía: su mucho valor, que contenía una astilla de lo divino. En su gesto discreto, Jesús nos deja una lección fundamental: no busques personas santas en la vida. Tal vez las encuentres, tal vez no (de hecho, no sabemos nada de la vida moral de aquella mujer). Busca más bien personas generosas. La generosidad es el estigma de Dios. Confiemos nuestra vida a los generosos, vayamos a la escuela de ellos, y no de escribas piadosos y devotos. Evangelio a partir de la pregunta radical: ¿Qué nos hace vivir? De la respuesta sencilla: ¡el don! En el evangelio el verbo 'amar' se traduce siempre por otro verbo, concreto: 'dar'. No se trata de emociones, sino de dones. La piedra angular de la religión es el don, no el deber o las deudas que hay que pagar.

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