2024
CICLO B TIEMPO ORDINARIO XXXII
La lectura de los evangelios ofrece
muchas perspectivas cuando se mezcla con la vida. Sigue siendo luz para
iluminar nuestro caminar, nuestros modos de vida.
El evangelio de este domingo propone
como modelo de ciudadana del reino a aquella viuda pobre que dio todo lo que tenía.
Por eso Jesús la alabó por encima de los que daban mucho porque tenían más.
Esto queda claro.
Imaginemos al Templo brillando
esplendoroso bajo los rayos del sol. Sus cientos de columnas de cedro
sosteniendo los pórticos interminables y proyectando su sombra sobre los suelos
enlosados del mejor mosaico... Todo rezuma grandeza y esplendor.
Y allí en medio, en claro contraste con
el resto, hay una pobre viuda insignificante que pasa desapercibida de todos…
menos para Jesús: ¿Veis aquella mujer? Nadie se había fijado en ella
porque a los ojos del mundo era sin duda la última, pero a los ojos de Jesús
era la primera, porque en el Reino todo es al revés.
Para el mundo el más importante es el
que más tiene; para el Reino el más importante es el que más sirve. Para el
mundo el primero es el más dotado; para el Reino el primero es el más
necesitado.
El Reino no se impone como los reinos
del mundo, el Reino se siembra, y cuando cae en buena tierra da el ciento por
uno. El Reino se construye de dentro a fuera; crece por la fuerza de la Palabra,
desde dentro, por conversión, no por imposición; desde abajo, desde el
servicio, no desde el poder.
El objeto primero del mensaje de Jesús
es el Reino, es decir, el reinado de los criterios de Dios en el mundo; unos
criterios locos si los comparamos con los criterios que propone el mundo.
Jesús, sentado, observa. Su mirada
penetrante, tan aguda como la de los profetas, advierte en aquella pobre viuda
un gesto de nada, en el que se oculta lo divino; ve el destello absoluto en el
detalle de dos peniques. Ella echó dos peniques, pero dio más que todos los
demás. ¿Por qué más que todos? Porque la balanza de Dios no es cuantitativa,
sino cualitativa. Cuenta cuánto corazón hay en ello, cuánto peso de lágrimas y
cuánta fe. Para aquella mujer, las palabras originales que gasta Marcos son
brillantes: echó en el tesoro toda su vida. Echó todo lo que necesitaba para
vivir. Quien lo da todo, no se sorprende, pues, de recibirlo todo. Aquella
mujer arrojó al mundo lo mejor que tenía: su mucho valor, que contenía una
astilla de lo divino. En su gesto discreto, Jesús nos deja una lección
fundamental: no busques personas santas en la vida. Tal vez las encuentres, tal
vez no (de hecho, no sabemos nada de la vida moral de aquella mujer). Busca más
bien personas generosas. La generosidad es el estigma de Dios. Confiemos
nuestra vida a los generosos, vayamos a la escuela de ellos, y no de escribas
piadosos y devotos. Evangelio a partir de la pregunta radical: ¿Qué nos hace
vivir? De la respuesta sencilla: ¡el don! En el evangelio el verbo 'amar' se
traduce siempre por otro verbo, concreto: 'dar'. No se trata de emociones, sino
de dones. La piedra angular de la religión es el don, no el deber o las deudas
que hay que pagar.
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