2024
CICLO B TIEMPO ORDINARIO XXXI
Las religiones primitivas consideran a
los dioses gente peligrosa, poco de fiar, a la que hay que mantener alejada y
aplacada. El amor a Dios no tiene en ellas el menor significado.
Jesús nos da una excelente razón para
amar a Dios: Dios es Abbá, el padre que «tanto amó al mundo que le entregó a
su hijo». Ésa es precisamente la buena Noticia que proclama el evangelio;
que Dios es mucho mejor que lo que nadie había imaginado jamás; que no es el
juez, que es Padre. Pero Jesús no se limita a proclamarlo, sino que lo hace
visible cuando se acerca al leproso, o defiende a la adúltera, o muere colgado
del madero para que la buena Noticia llegue a nosotros. Dicho de otro modo,
viendo y entendiendo a Jesús comprendemos a Dios…
Decía Ruiz de Galarreta: «El que se
acerca al fuego se va calentando».
¿Cuál es el mayor mandamiento de todos? Jesús
lo hace, saliéndose de la norma con una respuesta que no está entre los
mandamientos. La respuesta comienza con un verbo: amarás, en el futuro,
indicando una historia inacabada, porque el amor es el futuro del mundo, porque
sin amor no hay futuro para la humanidad. Jesús evoca el «mandamiento cero»:
shemà, escucha, recuerda, no olvides, tenlo atado a tu muñeca, ponlo como un
sello en tu corazón, como una joya ante tus ojos... Es la ternura de un Dios
que pide: «Escúchame, por favor». Escuchar es amar.
Amar con todo el corazón; no
sumisamente, sino con amor. Con toda tu mente. El amor inteligente debe ser;
querer conocerlo, estudiarlo, entenderlo más. Hablar y cantar y escribir sobre
él, una oración, una canción, un poema de amor a tu amor.... Básicamente, nada
nuevo. Las mismas palabras han sido repetidas por místicos de todas las
religiones, buscadores de Dios de todos los credos, durante milenios.
La novedad del Evangelio está en la
adición inesperada de un segundo mandamiento, que es similar al primero. Jesús
dice: amarás al hombre es semejante a amarás a Dios. El prójimo es semejante a
Dios. El prójimo tiene rostro y voz, hambre de amor y belleza, semejante a
Dios.
El cielo y la tierra no se oponen, se
abrazan. Un evangelio bizco, podríamos decir: un ojo arriba, otro abajo, los
ojos en el cielo y los pies en la tierra.
Pero, ¿quién es mi prójimo? Gandhi, un
no cristiano: «mi prójimo es todo lo que vive conmigo, en esta tierra», las
personas, pero también el agua, el sol, el fuego, las nubes, las plantas, los
animales. La hermana Madre Tierra y todas sus criaturas. El mandamiento se
convierte en: ama a la tierra como a ti mismo, ámala como Dios la ama. Vivir es
coexistir, existir es coexistir. No para obedecer mandamientos o celebrar
liturgias, sino simplemente, maravillosamente, felizmente: para amar.
«Dios no hace otra cosa que esto, todo
el día: está de pie en el lecho del parto y genera» ¿Qué genera? El amor que es
vida.
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