jueves, 31 de octubre de 2024

2024 CICLO B SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

El día 1º de noviembre celebramos con la Iglesia universal la festividad de Todos los Santos. Es una fiesta litúrgica muy antigua. Desde mediados del siglo IV. Para los creyentes es una fiesta familiar. Recordamos y honramos a cuantos hermanos y hermanas nuestros han llegado ya a la Casa del Padre, han sido recibidos por Dios con amor y misericordia infinitos, y viven ya para siempre con Él. No les celebramos como difuntos, sino como vivos en el Señor.

Festejamos la trayectoria de sus vidas que siguieron a Jesús mientras estuvieron en la tierra. Disfrutaron todo lo bueno que Dios ha creado para nosotros, soportaron con paciencia las adversidades de la vida diaria, no decayeron en su deseo responder más plenamente cada día al amor de Dios, que nos invita a ser santos como Él lo es.

Se cuenta que cuando murió Santa Teresita del Niño Jesús o de Lisieux, su superiora estaba preocupada porque no encontraba ningún elemento extraordinario y llamativo de su vida. Y es que la santidad de esta mujer era pequeña, doméstica, asequible. La santidad no es algo reservado a unos pocos héroes y nobles. Se trata más bien de la respuesta generosa a la llamada a la santidad que Dios, en su amor, nos hace a todos para que vivamos compartiéndolo.

Juan lo dice claro en el Apocalipsis: Vi una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las naciones, familias, pueblos y lenguas que exclamaban: ¡La salvación viene de Dios!

Todos los santos son diferentes entre sí. Cada uno ha recibido una gracia, cada uno ha respondido a su manera. Pero tienen un rasgo en común: se han sentido radicalmente amados por Dios y se han entregado con amor a los hermanos más débiles y necesitados.

Esta llamada del Padre a ser perfectos como Él, es una convocatoria a vivir el amor en las familias, en las amistades y en las sociedades, superando las tentaciones individualistas e indiferentes de la cultura actual.

La vida de los santos es una vida en el amor que es paciente, benigno, no envidioso, no presumido ni engreído, no indecoroso ni egoísta, no irritado, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.

Ser llamados a la santidad no es ser llamados a lo extraordinario y llamativo, sino a vivir lo ordinario con nobleza de espíritu y buena voluntad. Con amor.

Esto no excluye los fracasos. Algunos de los grandes santos conocidos fueron también, antes de su conversión, notables pecadores. Pero en su fragilidad no dejaron de creer y de esperar en la misericordiosa comprensión de quien nos amó primero.

Culminado su destino, los santos son intercesores ante Dios por nosotros, los que aún seguimos en el mundo, y con su ejemplo nos estimulan para nuestra propia aventura.

 

 

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