¡SEÑOR…QUE PUEDA
VER!
Muchos de nosotros vivimos
en una catarata crónica; confundimos la realidad con la fantasía; la alegría
con la felicidad momentánea, la paz interior con el puro fuego de artificio.
El viejo adagio
“ojos que no ven corazón que no siente” se convierte también en pauta para
pasar de largo ante la miseria humana.
Hoy incluso, al
margen de la iglesia y en contra de ella, hacen de su capa un sayo.
Que sea consciente
de las cegueras que salen a mi encuentro.
Que esté dispuesto,
siempre que haga falta, a reconocer que el mejor oftalmólogo para mis ojos eres
Tú; que la escucha del Evangelio es la mejor receta, la eucaristía el colirio
más saludable y certero; la oración la mejor intervención quirúrgica para saber
hacia dónde y cómo mirar; una iglesia la mejor consulta para la miopía.
Es el mundo quien al
borde del camino necesita una palabra de aliento.
Es la humanidad
arrogante y hedonista pero vacía.
Es el ser humano que
quiere y no puede dirigirse en la dirección adecuada.
Es la tierra que en
un afán de verlo y entenderlo todo se niega a la visión de Dios.
Es el grito de
aquellos que queremos estrenar “gafas nuevas” para andar por caminos nuevos sin
miedo a caernos. Amén
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