domingo, 6 de octubre de 2024

2024 TIEMPO ORDINARIO XXVII

Las mujeres en la Galilea de los años treinta del siglo I estaban sometidas al varón dentro de la familia patriarcal. El esposo las podía incluso repudiar en cualquier momento abandonándolas a su suerte. Este derecho se basaba, según la tradición judía, nada menos que en la ley de Dios que Moisés promulgó.

En algún momento, el planteamiento llegó hasta Jesús: « ¿Puede el hombre repudiar a su esposa?». Su respuesta desconcertó a todos. Las mujeres no se lo podían creer. Según Jesús, si el repudio está en la ley, es por la «dureza de corazón» de los varones y su mentalidad machista, pero el proyecto original de Dios es que creó al varón y a la mujer para que fueran «una sola carne». Los dos están llamados a compartir su amor, su intimidad y su vida entera, con igual dignidad y en comunión total. Dios quiere una vida más digna para todos y por tanto, no puede bendecir una estructura que genere superioridad del varón y sometimiento de la mujer.

En el mensaje de Jesús hay una predicación dirigida exclusivamente a los varones para que renuncien a su «dureza de corazón» y promuevan unas relaciones más justas e igualitarias, entre varón y mujer.

No toda ley, que digamos de Dios, tiene un origen divino, a veces es el reflejo de un corazón duro. Hay algo que vale más que la letra escrita. Jesús nos enseña a usar nuestra libertad para guardar el fuego y no para adorar las cenizas. La Biblia no es un fetiche, quiere inteligencia y corazón.

Jesús no pretende elaborar más reglamentos, o regular mejor la vida, pretende inspirarla, encenderla, renovarla. Y por eso nos toma de la mano y nos acompaña dentro del sueño de Dios, un sueño naciente, original, para mirar la vida no desde el punto de vista de los hombres, sino del Dios de la creación.

El sueño de Dios es que nadie esté solo, nadie sin seguridad, nadie sin ternura. Jesús nos hace respirar el aire del principio: que el hombre no separe lo que Dios ha unido. El nombre de Dios es desde el principio «el que une», su obra es crear comunión.

La respuesta de Jesús provoca la reacción no de los fariseos, sino de los discípulos, que encuentran incomprensible este lenguaje y vuelven a interrogarle sobre el mismo tema. «El que repudia a su mujer y se casa con otra comete adulterio contra ella». Jesús responde con otra desviación de la ley judía: «Y si ella, repudiando a su marido, se casa con otro, comete adulterio». En la ley no había igualdad de derechos; a la mujer, la parte más débil, no se le daba la posibilidad de repudiar a su marido. Y Jesús, como de costumbre, se pone del lado de la parte más débil, y eleva a la mujer a la misma dignidad, sin distinción de género. Porque el adulterio está en el corazón, y el corazón es igual para todos. El verdadero pecado, más que transgredir una norma, es transgredir el sueño de Dios. Si no te esfuerzas, si no te reparas y reconcilias, si tu amor es duro y agresivo en lugar de dulce y humilde, estás repudiando el sueño de Dios, ya eres adúltero de corazón.

 

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