sábado, 26 de octubre de 2024

2024 CICLO B TIEMPO ORDINARIO XXX

 

La escena del evangelio de este domingo se encuadra en la subida de Jesús a Jerusalén, la ciudad santa. Ha estado enseñando, curando, compartiendo con sus paisanos de Galilea; salió de Cafarnaúm, acompañado de sus seguidores, camino de Jerusalén. Llegan al oasis Jericó, ciudad de las palmeras a orillas del Jordán, separada de Jerusalén a 25 Km de desierto. Al entrar en la ciudad, al borde del camino, Bartimeo, un mendigo ciego, con su manto extendido por el suelo para recoger limosnas de los viandantes, al enterarse, de que pasaba Jesús, sobreponiéndose al griterío de la gente y desoyendo las amonestaciones de los acompañantes, a voz en grito reclama la atención de Jesús: Hijo de David, ten compasión de mí. Bartimeo, sumido en la oscuridad más absoluta, pero la ceguera de los ojos de su cara no le impide tener confianza en lo que Jesús puede hacer por él y no renuncia a ello.

Por eso, alza su voz y grita pidiendo misericordia, grita sin reparos, es el grito de esperanza que le va a permitir salir de la oscuridad. Llega su momento, su oportunidad, y salta como un resorte, sin protección, sin seguridad; es como un salto al vacío, sin miedo y sin temor, pero con una confianza en ese desconocido, Jesús, con una fe firme, plena y completa.

Y Jesús siente compasión; siente el dolor de Bartimeo desde lo más profundo y lo hace suyo, siente su dolor. Jesús, que siempre está pendiente de quien lo pueda necesitar, le manda llamar y, al enterarse de ello, Bartimeo da tres momentos que le van a cambiar la vida: suelta el manto, da un salto, y se acerca a Jesús.

La fe ciega (y nunca mejor dicho) de Bartimeo en Jesús le pone en movimiento, le urge.  Y a nosotros, ¿nos moviliza?, ¿nos implica? Creer en Jesús ciegamente es adherirse a Él con la certeza de que tiene respuestas para nuestras vidas. No podemos quedarnos en la apatía de una vida ya acabada, sin nuevos alicientes, como si ya hubiéramos hecho cuanto podíamos hacer.

Como a Bartimeo, Jesús nos pregunta a cada uno de nosotros ¿qué quieres que haga por ti? Y por fin llega nuestro momento, el de hablar con Dios, de corazón a corazón, Él sabe cuáles son nuestras necesidades y carencias, hemos escuchado su Palabra, pero ahora Él quiere escuchar nuestras palabras, con sinceridad y sencillez. Quiere que nos reconozcamos tal y como somos, y cuál es nuestra auténtica realidad.

No olvidemos que cualquiera de nosotros podemos ser Bartimeo, postrados en ese camino, pidiendo limosna a un mundo que apenas nos da unas monedas de falsa felicidad, y quieren que hablemos bajito, que no gritemos, que no molestemos. Nunca pretendemos molestar, pero tenemos que gritar frente a los que nos quieren hacer callar.

Curado de su ceguera por Jesús, el ciego Bartimeo no solo recobra la luz, sino que se convierte en un verdadero “seguidor” de su Maestro, pues, desde aquel día, le seguía por el camino. Es la curación que necesitamos todos nosotros.

 

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