Porque, sin ser
reconocidos, Dios os ha galardonado.
Porque, sin
pretender riquezas, el Señor fue vuestro gran tesoro.
Porque, sin ser
comprendidos, comprendisteis que Dios era la última Palabra.
Que gozáis lo que,
nosotros, quisiéramos festejar.
Que saltáis de
alegría al lado del Creador.
Que destelláis en
alegría desbordante y celeste.
Que gustáis lo que,
tantas veces, vivisteis con sencillez y obediencia.
Que no buscasteis la
paz que el mundo pretendía sino la justicia de Dios.
Que no os
acobardasteis ante las dificultades.
Que no confundisteis
paz con tranquilidad de conciencia.
Que no os dejasteis
vencer por el poderoso caballero don dinero.
Que, siendo perseguidos,
supisteis ver en ello un soplo hacia el cielo.
Que, siendo
humillados, intuisteis que Dios os engrandecía.
Que, siendo
apartados de mil caminos, no os alejasteis del verdadero.
Que no sucumbisteis
a falsos ideales que el mundo os ofreció.
Que sonreís a
carcajada limpia en el cielo.
Que cantáis la
gloria de un Dios que os dice ¡bienaventurados!.
Que rezáis por los
que, aquí y ahora, intentamos ser bienaventurados.
Que ofrecéis a Dios,
vuestra felicidad, por los que no la poseemos.
Porque, después de
cumplir al dedillo, el plan de Dios.
Tenéis, bien
merecida, esa santidad que hoy el Señor, la Iglesia, los cristianos y todos los
hombres de buena voluntad reconocen en vuestra virtud heroica, constante y sin
tregua.
DICHOSOS Y FELICES
VOSOTROS. Amén
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