2024
OCTUBRE MEDITACIÓN EUCARISTICA.
EL
ATIZADOR
Aquí
estamos Jesús sacramentado en esta tarde para hacerte un poco de compañía. Esta
contigo nos anima y nos ayuda a sentirnos amados por ti y por el Padre bueno.
Hoy queremos agradecer tu vida, tu manera de estar con nosotros y tu sacrificio
en la cruz, pues con él nos redimiste y nos salvaste. Nos libraste de la perdición
y del mal camino. Siempre estaremos agradecidos por eso y mirándote a ti
nuestra vida cambiará y nuestros comportamientos se asemejarán a los tuyos.
Escuchemos esta historia.
EL
ATIZADOR: Doña
Clotilde una anciana venerable que debería vivir una vida más sosegada y con la
satisfacción del deber cumplido, le había tocado criar a su nieto. Su hija,
madre soltera, había tenido que emigrar a otro país para buscar un mejor
futuro, y poder así ayudar económicamente a su familia desde lejos.
Con
el correr del tiempo, doña Clotilde se enfrentó con un alarmante
descubrimiento: su nieto había tomado la costumbre de tomar lo que no era
suyo... ¡Era un ladrón! Hablándole primero claramente, y castigándole después,
doña Clotilde agotó casi todos los medios para combatir esa tendencia. Pero
nada surtía efecto: Aquel vicio, el niño ya lo llevaba dentro de sí. Ni
amenazas, ni promesas surtían algún efecto.
Ante
el temor de que su nieto se convirtiera en un delincuente, doña Clotilde se vio
en la disyuntiva de tener que tomar una medida radical, amenazándolo con un
castigo terrible que lo marcaría para toda la vida:
-
¿Ves el atizador?... ¡si te vuelvo a sorprender robando, lo pongo a calentar en
el fuego y te traspaso la mano con él! Pero el niño, confiado en la bondad de
su abuela y no creyéndola capaz de semejante acto, volvió a recaer, agarró la
cartera deteriorada de su abuela y le robó los 100 euros que su madre enviaba
mensualmente, y corrió a gastarlo.
Cuando
volvió a casa, la abuela, que ya había descubierto el robo, lo tomó de las
manos y lo arrastró a la cocina. Con todo el dolor de su corazón, sabiendo que
era necesario ponerle punto final a esa malsana costumbre, empuñó el atizador y
lo puso en el carbón encendido, esperando a que se pusiera caliente.
El
niño contemplaba asustado, sin dar crédito a lo que acontecía, los preparativos
insensatos de la abuela. No podía creer que su abuela fuera capaz de cumplir la
amenaza. Estaba tan convencido de la bondad de la abuela, que la creía incapaz
de un gesto tan atroz.
-
¡Ahora vas a ver el daño tan grande que produces cada vez que tomas lo que no
es tuyo!
Doña
Clotilde aferró al niño, empujándolo hacia el brasero, extrajo el atizador ya
incandescente, y lo fue llevando lentamente a la mano de su presa, la cual
aferraba con todas sus fuerzas. Cuando la suave piel del niño empezó a sentir
el calor que emanaba del atizador, la abuela deliberadamente lo soltó, pero NO
detuvo el curso del atizador, el cual atravesó su propia mano de lado a lado.
Ahora,
el pequeño ladrón se hizo un hombre. Un hombre que aprendió la lección, y que
no volvió a robar más en su vida. Comprendió que con esa conducta equivocada le
hacía daño a la persona que él más amaba. Hoy, antes de meter las manos en
cosas que no le pertenecen, se las dejaría quemar primero. Doña Clotilde, a su
vez, dice que fue preferible perder su propia mano, que perder a su nieto
amado.
Desde
aquel día ambos entendieron la frase: "Misericordia quiero y no
sacrificios". Frase expresada en plenitud en el misterio de la redención
de Cristo.
Señor
Jesús como nos recuerda el comportamiento de la abuelita con el tuyo, que no dudaste
en dar tu vida en rescate por todos y cada uno de nosotros. Tu sacrificio nos
hace más humanos y mas cristianos. Nos acerca de una manera extraordinaria a tu
vida y a tu misión.
Nosotros
somos los hijos bien amados del Padre y tú nuestro hermano mayor nos guías hasta
encontrarnos con él, nuestro creador y nuestro Señor. Sabemos que tu no cesas
de enseñarnos el camino del bien y de la bondad, haz que nunca lo perdamos ni
nos desviemos.
Queremos
que siempre nos acompañes, que no nos dejes desviarnos de nuestro camino, que
nunca abandonemos la senda del bien y de la generosidad. Amén
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