Meditación del evangelio del Domingo IV de Cuaresma
“Él fue, se lavó, y volvió con vista”
En estos momentos,
como el ciego de nacimiento, todos tenemos una gran ceguera: necesitamos ver un
poco de luz, más luz en salud, más luz en libertad, más luz en seguridad, más
luz en abrazos y besos… Por ello, volvemos nuestros corazones al Señor. Solo Él
nos da la luz de los ojos del corazón. Pongámonos a sus pies, aprovechemos
estos días para orar más, para leer el evangelio, para volver a ritmos vitales
que incluyan un poco de silencio, de meditación…
Con Jesús, el ciego descubre por vez primera la luz. El
encuentro con Jesús ha cambiado su vida. Por fin podrá disfrutar de una vida
digna, sin temor a avergonzarse ante nadie.
Cuando Jesús le pregunta si cree en el Mesías, el que era
ciego dice: “Y, ¿quién es Señor, para que
crea en él?” Jesús le responde conmovido: No está lejos de ti. “Lo estás
viendo; el que te está hablando, ese es”. El mendigo le dice: “Creo, Señor”.
Aquí estamos todos,
sin presencia física, pero unidos en el corazón y en la solidaridad, rezando
los unos por los otros y así nos sentimos comunidad, parroquia. Pero sobretodo
pidamos fuerza y salud para todos los profesionales que están en primera línea
de contagio y siguen al pie del cañón. Intercedamos por los que están enfermos
y necesitan encontrar en Jesús la fuente de la verdadera Esperanza, por los que
han fallecido para que descansen en paz y en el corazón de los suyos.
La bendición de Dios
esté siempre con vosotros y que nuestra Señora la Virgen de los Desamparados
nos acompañe siempre y nos proteja bajo su manto.
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